miércoles, 14 de octubre de 2020

Todo preparado.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Ya está todo preparado para empezar el Camino de Santiago, ya tengo preparada la lista definitiva de todo lo que voy a intentar meter en la mochila, creo, y aunque no tengo mucha experiencia en caminar con frío y con lluvia espero que el material que he elegido sea el adecuado para ello.

Solo he planeado la primera etapa, la que me llevará desde Canfranc-Estación hasta Jaca, después será el día a día el que me ira diciendo hasta donde llegaré en cada jornada, no hay prisa, la esencia del Camino es ir a ver a Santiago y pedir su intercesión, y para ello no es necesario correr mucho.

Me he encontrado con multitud de programaciones para repartir la distancia que me separará de Santiago de Compostela y transformarla en días o en etapas, así que no me voy a preocupar, aunque no hay duda de que por culpa del covid-19 muchos albergues están cerrados y tendré que estar atento a ese pequeño detalle.

Por lo demás, no espero que aparezcan muchas más dificultades de las relacionadas con el cansancio físico, no obstante, no debo olvidarme de otro conflicto que me presenta el Camino y que no hay que dejar de lado, como es el sentido con el que lo afronto, sin el cual me encontraría a merced de mi condición física.

De momento, a día de hoy, no quiero a acostarme o levantarme cada día pensando en los kilómetros que me esperan o los monumentos que tengo que visitar, ni siquiera intentar comprobar si siento o ha habido algún tipo de cambio emocional en mí. Sólo voy a concentrarme en pensar que tengo que llegar, pues esta es la esencia del Camino.

 Según lo estoy viendo, hacer el Camino no es una labor neutra que me cambiará o me santificará si consigo tener una buena disposición para ello. Si esto fuese así, el Apóstol Santiago sería una simple excusa para ese cambio. Es al revés, precisamente porque el Apóstol Santiago es un gran mediador, y justo porque la Providencia decidió que descansara allí, hay que ir allí y no a otro lugar. Sólo entonces, y con la ayuda por supuesto de una buena disposición, tendrá un efecto beneficioso que es único.

O sea, me parece que voy teniendo clara la diferencia entre la idea de que el Camino es algo neutro que me será beneficioso o no dependiendo de mis intenciones y de lo que yo pueda aportar, y la idea que cada día va tomando mayor peso en mí de que existe un beneficio objetivo de la peregrinación, cuyo sentido interno ya beneficia. El Camino es santo en sí mismo y santifica si no nos resistimos.

He estado mirando guías para seguir el Camino de Santiago y me he encontrado, resumiendo, con tres tipos: las que hacen hincapié en la devoción y la espiritualidad que conducen y ayudan al peregrino en su esfuerzo por santificarse, las que acercan al caminante la impresionante riqueza histórica, monumental y natural que implica el recorrido y, están las que quieren ver en él un compendio de todos los esoterismos, ya sean simbólicos, cosmológicos o telúricos.

Consultadas estas guías, echo en falta una guía que me muestre lo que supongo estaría muy claro para los antiguos peregrinos y que hoy, sin duda, queda muy desdibujado, su manera de entender el Camino. Por eso lo que voy a intentar es buscar esa manera de peregrinar, pues si les sirvió a ellos es de esperar que también sea apropiada para mí, porque también va a romper con mi forma de vida habitual y eso debe resultar purificador.

Una de las cosas de las que me estoy dando cuenta cuando hablo con la gente que ya ha realizado el Camino es el error que se tiene de separar la parte natural de la sobrenatural, tanto para quedarse con los aspectos puramente turísticos, sociales o deportivos del Camino, como para reducirlo a una fórmula espiritual en la que todo lo que no sea religioso debe ser descartado.

Ni una cosa ni otra, pienso yo, creo que los antiguos peregrinos tenían claras las diferencias y eran capaces de compaginarlas, estoy seguro que durante la peregrinación sus sentidos adquirían mayor fuerza, su sorpresa ante todo lo que veían era cada vez mayor, la facilidad con que trababan amistad y la consolidaban les sorprendía sin olvidar el hecho psicológico de que al cambiar su forma de vida su agudeza mental se despejaba y, estoy seguro que no lo negaban, sino que lo aprovechaban para alcanzar su verdadero fin, del que nunca se olvidaban ya que sabían que todo lo natural está de alguna manera ordenado por lo sobrenatural.

El Camino nos obliga a movernos, a caminar, pero no es el moverse o caminar lo que nos aporta beneficios espirituales, sino el ajustarnos a una regla, a una norma. No es nuestra intención al hacerlo la que nos beneficia. El beneficio objetivo del Camino es someterse a una regla que no nos hemos dado nosotros. La cuestión principal es ir a Santiago a pedir la intercesión del Apóstol, haciendo eso, cumplimos con el fin del Camino. Llegar a Santiago es lo que santifica, esta es una de las claves.

Tal vez esté en un error, pero me parece ver en muchas guías del Camino que los beneficios personales que se obtienen están desligados de la santidad objetiva de la Iglesia, cuando los católicos entendemos siempre que son las obras que recomienda con verdadero empeño la Iglesia las que nos dan esos beneficios y nos santifican.

Y, el Camino no es una excepción y así lo debieron entender los primitivos peregrinos. Esta verdad, tan sencilla, nos aparece muchas veces enterrada bajo inmejorables intenciones y cosas interesantes en muchas guías, que son todas buenas en sí, pero que no deben enmascarar la realidad: el fruto sobrenatural se obtiene porque vamos al sepulcro del Apóstol y pedimos su intercesión.

Pues en eso estamos o lo intentamos.   

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