“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Ya está todo preparado para empezar el
Camino de Santiago, ya tengo preparada la lista definitiva de todo lo que voy a
intentar meter en la mochila, creo, y aunque no tengo mucha experiencia en
caminar con frío y con lluvia espero que el material que he elegido sea el
adecuado para ello.
Solo he planeado la primera etapa, la que
me llevará desde Canfranc-Estación hasta Jaca, después será el día a día el que
me ira diciendo hasta donde llegaré en cada jornada, no hay prisa, la esencia
del Camino es ir a ver a Santiago y pedir su intercesión, y para ello no es
necesario correr mucho.
Me he encontrado con multitud de
programaciones para repartir la distancia que me separará de Santiago de
Compostela y transformarla en días o en etapas, así que no me voy a preocupar, aunque
no hay duda de que por culpa del covid-19 muchos albergues están cerrados y tendré
que estar atento a ese pequeño detalle.
Por lo demás, no espero que aparezcan
muchas más dificultades de las relacionadas con el cansancio físico, no obstante,
no debo olvidarme de otro conflicto que me presenta el Camino y que no hay que
dejar de lado, como es el sentido con el que lo afronto, sin el cual me
encontraría a merced de mi condición física.
De momento, a día de hoy, no quiero a
acostarme o levantarme cada día pensando en los kilómetros que me esperan o los
monumentos que tengo que visitar, ni siquiera intentar comprobar si siento o ha
habido algún tipo de cambio emocional en mí. Sólo voy a concentrarme en pensar que
tengo que llegar, pues esta es la esencia del Camino.
Según
lo estoy viendo, hacer el Camino no es una labor neutra que me cambiará o me
santificará si consigo tener una buena disposición para ello. Si esto fuese
así, el Apóstol Santiago sería una simple excusa para ese cambio. Es al revés, precisamente
porque el Apóstol Santiago es un gran mediador, y justo porque la Providencia
decidió que descansara allí, hay que ir allí y no a otro lugar. Sólo entonces,
y con la ayuda por supuesto de una buena disposición, tendrá un efecto beneficioso
que es único.
O sea, me parece que voy teniendo clara
la diferencia entre la idea de que el Camino es algo neutro que me será
beneficioso o no dependiendo de mis intenciones y de lo que yo pueda aportar, y
la idea que cada día va tomando mayor peso en mí de que existe un beneficio
objetivo de la peregrinación, cuyo sentido interno ya beneficia. El Camino es santo
en sí mismo y santifica si no nos resistimos.
He estado mirando guías para seguir el
Camino de Santiago y me he encontrado, resumiendo, con tres tipos: las que
hacen hincapié en la devoción y la espiritualidad que conducen y ayudan al
peregrino en su esfuerzo por santificarse, las que acercan al caminante la
impresionante riqueza histórica, monumental y natural que implica el recorrido y,
están las que quieren ver en él un compendio de todos los esoterismos, ya sean
simbólicos, cosmológicos o telúricos.
Consultadas estas guías, echo en falta
una guía que me muestre lo que supongo estaría muy claro para los antiguos
peregrinos y que hoy, sin duda, queda muy desdibujado, su manera de entender el
Camino. Por eso lo que voy a intentar es buscar esa manera de peregrinar, pues
si les sirvió a ellos es de esperar que también sea apropiada para mí, porque
también va a romper con mi forma de vida habitual y eso debe resultar purificador.
Una de las cosas de las que me estoy
dando cuenta cuando hablo con la gente que ya ha realizado el Camino es el
error que se tiene de separar la parte natural de la sobrenatural, tanto para
quedarse con los aspectos puramente turísticos, sociales o deportivos del
Camino, como para reducirlo a una fórmula espiritual en la que todo lo que no
sea religioso debe ser descartado.
Ni una cosa ni otra, pienso yo, creo que
los antiguos peregrinos tenían claras las diferencias y eran capaces de
compaginarlas, estoy seguro que durante la peregrinación sus sentidos adquirían
mayor fuerza, su sorpresa ante todo lo que veían era cada vez mayor, la
facilidad con que trababan amistad y la consolidaban les sorprendía sin olvidar
el hecho psicológico de que al cambiar su forma de vida su agudeza mental se
despejaba y, estoy seguro que no lo negaban, sino que lo aprovechaban para
alcanzar su verdadero fin, del que nunca se olvidaban ya que sabían que todo lo
natural está de alguna manera ordenado por lo sobrenatural.
El Camino nos obliga a movernos, a
caminar, pero no es el moverse o caminar lo que nos aporta beneficios
espirituales, sino el ajustarnos a una regla, a una norma. No es nuestra
intención al hacerlo la que nos beneficia. El beneficio objetivo del Camino es
someterse a una regla que no nos hemos dado nosotros. La cuestión principal es
ir a Santiago a pedir la intercesión del Apóstol, haciendo eso, cumplimos con
el fin del Camino. Llegar a Santiago es lo que santifica, esta es una de las
claves.
Tal vez esté en un error, pero me parece
ver en muchas guías del Camino que los beneficios personales que se obtienen
están desligados de la santidad objetiva de la Iglesia, cuando los católicos entendemos
siempre que son las obras que recomienda con verdadero empeño la Iglesia las
que nos dan esos beneficios y nos santifican.
Y, el Camino no es una excepción y así lo
debieron entender los primitivos peregrinos. Esta verdad, tan sencilla, nos
aparece muchas veces enterrada bajo inmejorables intenciones y cosas interesantes
en muchas guías, que son todas buenas en sí, pero que no deben enmascarar la
realidad: el fruto sobrenatural se obtiene porque vamos al sepulcro del Apóstol
y pedimos su intercesión.
Pues en eso estamos o lo intentamos.
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