“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Os habréis dado cuenta que
ayer cambie la frase de entrada pero no a si el autor, sigo con Tolkien. No voy
a esconder mi pasión por Tolkien aunque para ser exactos lo que realmente me
entusiasma es todo el movimiento que se genero en Oxford y que hoy en día aun
sigue dando una gran lección al mundo, al menos al occidental, en un momento
como este en el que tanta gente se preocupa con razón sobre cómo mantener en
pie un sistema educativo y un sistema del bienestar que siga siendo la seña de
identidad de Europa, en un mundo globalizado.
No he estado nunca en Oxford,
aun, un lugar en el que predicaba Newman y en el que aun parecen seguir
oyéndose sus palabras en favor de la razón. Y las librerías atestadas de
títulos de Tolkien, Cherteston o Lewis dejan claro la gran aportación que
supuso ese movimiento y que ha hecho conocida en el mundo entero a la universidad
británica.
Los personajes del señor de
los anillos, la gran mitología de referencia del inicio del siglo XXI, nacieron
entre los canales, los prados y las tabernas de este pequeño mundo que se
encuentra al oeste de Londres.
Os voy a contar la pequeña historia
de Oxford; antes aún de que el movimiento de Oxford desarrollara una historia
de compañía, gracia y libertad. En el origen de Oxford no hay un proyecto. Hay
personas que estudiaban tanto y con tanta pasión que su fama saltaba las tapias
de los conventos, recorría kilómetros y kilómetros y llegaba hasta lugares muy
remotos.
Algunos jóvenes, y otros no
tan jóvenes, deseosos de encontrar un maestro se trasladaban hasta el pueblo,
se instalaban donde podían y conseguían una buena ración de sabiduría. En el
origen de la universidad hay una relación libremente buscada. El deseo y la
necesidad de aprender de la mirada y del conocimiento de los sabios hizo
posible todo lo demás.
Los posaderos de Oxford viendo
que llegaban muchos estudiantes, subieron los alquileres de las habitaciones.
Para solucionar el problema y evitar los abusos, maestros y alumnos fundaron
los “collages”, empezando por las capillas y las torres. Y como necesitaban
dinero para mantenerlos lo buscaron entre los ricos. Encontraron tierras con
que financiarse.
La dinámica, en gran medida,
sigue viva. Cada profesor de Oxford, además de investigar y dar clases, tiene
que dedicar una cierta parte de su tiempo a seguir buscando recursos.
Luego llegaron los problemas
con el poder que en este caso se llamaba Enrique VII, el Enrique que ya había
hecho ajusticiar a su amigo Tomás. Tenía miedo de la fuerza de esas grandes
instituciones que eran demasiado libres para su afán de dominio. Declaró la
guerra a todos los que querían ser fieles a sí mismos. Y algunos de ellos
resistieron.
La historia puede parecer
demasiado bonita. Lo curioso es que además es cierta. El Estado es
absolutamente necesario. Nadie lo cuestiona. Pero la lección que Oxford sigue
dando al mundo es que en el origen de esta gran obra está la búsqueda de la
verdad. Una búsqueda que se convierte en relación y que es capaz de afrontar la
necesidad de una forma sistemática, gracias a hombres que están unidos.
Es una buena lección para el
momento presente en el que vemos con tanta perplejidad que un mundo se acaba y
no sabemos cómo empezar a reconstruir el próximo.
Feliz y Dulce Día.
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