“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
La semana pasada fui a
renovarme el DNI, y ayer me baje todas las aplicaciones al ordenador y me
compre un lector de tarjetas para poder utilizar el DNI electrónico, o sea que
estoy a la última. Y me di cuenta de un detalle en mi nuevo DNI que yo pensaba
que ya no estaría, y es que aún pone: hijo de…
Y me dio por recapacitar, y, pude
llegar a la conclusión que uno de los hechos constitutivos de nuestra identidad
personal está en el hecho de ser hijos. Algunos de nosotros no somos padres, pero
ninguno de nosotros puede dejar de ser hijo. Y es que no podemos ser sin ser
hijos.
El hecho de que sea hijo no es
ni un complemento ni un suplemento que se une a mí, no es algo que se añade a mi
identidad. No somos y luego somos hijos, sino que desde el momento cero de nuestra
existencia, esta viene caracterizada entre otros rasgos por el de nuestra
filiación.
Y es que, si vamos
profundizando en esta cuestión, ser hijo resulta fundamental, en el más extenso
e intenso sentido de la palabra. Si voy analizando un poco más me doy cuenta
que no podemos ser hijos sin más, sino
que siempre somos “hijos de”.
Y este detalle no es baladí y
requiere más atención de la que puedo prestarle, porque a partir de aquí, ahora
todo el interés se centraría en la idea inicial según la cual nuestra filiación
es un dato de identidad constitutivo e inamovible, una constante biográfica que
tiene que remitir en todo momento a nuestros fundamentos, al origen personal,
al punto de partida y a la historia particular de cada uno de nosotros.
En fin, un gran tema que esta
en mí DNI.
Feliz y Dulce Día.
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