“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Buen día el de ayer, la fiesta
de nuestro Patrón estuvo como todos los años revestida de una emoción y un
sentimiento que solo unos pocos disfrutan.
Ayer me quede con algunas
cosas en el tintero, como que hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca
denunciare bastante. Pues vivimos en una civilización que tiene como eje de
pensamiento y criterio de actuación la secreta convicción de que lo importante
y decisivo no es lo que uno es, sino lo que uno tiene.
Cuántos de nosotros, sin
atrevernos a confesarlo, sabemos que en nuestra vida, en un grado u otro, lo
decisivo, lo importante y definitivo, es ganar dinero, adquirir un bienestar
material, lograr un prestigio económico.
Aquí es donde veo yo sin duda
una de las quiebras más graves de nuestra civilización. Nos hemos hecho en
buena parte materialistas y, a pesar de nuestras grandes proclamas sobre la
libertad, la justicia o la solidaridad, apenas creemos en otra cosa que no sea nuestro
bienestar económico.
Y, sin embargo, hay pocos de
nosotros que somos gente feliz. Con estabilidad económica podemos montar un
piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero compraremos una cama
cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se pueden adquirir nuevas
relaciones, pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede
comprar placer, pero no felicidad.
Quiero añadir que el dinero no
es ni un bien ni un mal, desde un punto de vista moral. De hecho el dinero es
una realidad en nuestra sociedad que, es de por sí buena. Es un medio de
intercambio, cuyo valor viene determinado convencionalmente por la sociedad.
Es sólo en referencia a la
persona que el dinero puede convertirse en un bien o un mal.
Feliz y Dulce Día.
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