“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Vamos a empezar la semana número 24 de este 2018, y lo voy a hacer descansado y como se suele decir con
“con las pilas cargadas”, sobre todo después de una tarde de domingo acostado
en el sofá, leyendo, viendo la F1 y leyendo.
Después de la carrera de F1 le
estuve dando vueltas al tema de nuestra libertad a la hora de elegir, y es que
siempre que elegimos con libertad lo normal es elegir lo que esta bien. Porque
la libertad busca siempre, como por instinto, lo que más conviene. El mal nunca
conviene.
Entonces yo me pregunto, ¿Cómo
es posible elegir el mal? Todo me lleva a pensar que esta mala elección solo es
posible por mala información o por engaño. Tengo una información parcial, y
esta información parcial me dice que tal cosa es buena; por eso la hago. O
alguien me miente de forma hábil y seductora y yo me dejo seducir.
Vamos a ver; alguien toma
droga por primera vez, porque le han convencido de que es agradable y
placentera. A partir de entonces empieza a consumirla con regularidad y llega
un momento en que la tendencia es muy fuerte. Y cada vez es más difícil controlarla.
Parece entonces que la libertad queda anulada o muy disminuida, porque la persona
ya “no puede hacer otra cosa”.
En este caso como en otros
muchos la libertad concreta, real, es limitada y condicionada. Ya no es una
pura capacidad de elegir el bien con total espontaneidad. No siempre se
distingue adecuadamente entre acto voluntario y acto libre. Alguien puede
querer algo malo con una gran fuerza de voluntad, pero a causa de una pasión
irresistible.
En este caso, su decisión es
muy voluntaria, no contradice la inclinación de su querer, pero no es libre,
porque se le ha vuelto casi imposible no optar por ese mal. Es lo que sucede
con un adicto compulsivo a la droga. Cuando la quiere lo hace con todas sus
ganas, pero está tan condicionado que, por el momento, no es capaz de tomar
otra decisión. Por lo tanto, su decisión es voluntaria, pero no es libre.
Y la cuestión es; precisamente
porque su libertad está disminuida o anulada, no podemos “dejarle elegir”,
porque de hecho no puede elegir. Necesita la ayuda de los demás y un camino
educativo. Sin olvidar nunca que la meta de la educación es llevar al educando
a que se dé cuenta por sí mismo de lo que le conviene y de dónde está su bien.
¿Cuántas de nuestras
decisiones aun siendo voluntarias no son libres?
Feliz y Dulce Día.
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