“No discutamos si es mejor ir hacia adelante o hacia atrás, sino discutamos cuál es el mejor sitio al que debemos ir. No discutamos si es mejor permanecer donde estamos sino si realmente hemos encontrado el mejor lugar para permanecer en él”. G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Es muy fácil y recurrente hablar de “progresismo”
ya que parece que es una palabra mágica, una especie de llave maestra que sirve
para muchas cerraduras. Parece normal que todos nos queramos subir al tren del
progreso y de lo que supone un avance. El “pero” nos aparece cuando intentamos
averiguar si es verdaderamente progresivo, y no lo contrario, y si aumenta también
en perfección.
El ejemplo del precipicio me viene bien,
si estuviera al borde de un precipicio lo normal y lógico sería no dar un paso
al frente y por lo tanto retroceder, por lo que no debería de progresar hacia
el abismo si no retroceder si quiero progresar. Lo que nos sucede es que, si el
poder que tiene en nosotros el lenguaje nos dijera que un retroceso nunca puede
ser progresista, entonces, muchos, no harían caso de su sentido común y se
despeñarían.
Y es que las palabras tienen mucha
importancia si se juntan con otras que nos llenan la cabeza de ideas confusas,
sobre todo si se asocian con el bienestar. Y la palabra “progresismo” es una de
ellas. Nos seduce, nos lleva a imaginar cosas buenas pues suponemos que siempre
nos vamos a dirigir hacia situaciones que consignan que las cosas sean mejores,
más buenas para todos.
Muchas ideas que se autodenominan
progresistas no aportan nada bueno ni a esta sociedad ni a la que aspiran más
adelante, tenemos que estar atentos, pues el adjetivo progresismo se nos ha colado,
como de estraperlo en nuestras conciencias y va adormeciendo nuestro
conocimiento sobre el bien y el mal, va anestesiando nuestra capacidad de reflexionar
sobre la bondad y la verdad de las cosas.
Y, corremos el peligro de que nos
empujen a dejarnos caer en el abismo.
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