“No discutamos si es mejor ir hacia adelante o hacia atrás, sino discutamos cuál es el mejor sitio al que debemos ir. No discutamos si es mejor permanecer donde estamos sino si realmente hemos encontrado el mejor lugar para permanecer en él”. G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Aunque intentemos que cada día sea
diferente al anterior la verdad es que tenemos algunas costumbres y
pensamientos que vuelen a aparecer con cierta rutina. Uno de ellos, que aparece
muchas mañanas es mi convencimiento de que este mundo no esta tan mal como nos
parece a veces y que muchas personas no cesan de admitir y repetir que estamos
mal.
Pienso que no es casualidad que yo tenga
un cierto optimismo, estoy casi seguro de que se debe a la calidad más que
aceptable de todas las personas que me rodean, aunque generalizar puede
resultar un poco peligroso.
Siempre he sido de la opinión que la
capacidad y por supuesto la voluntad de diferenciar a las personas es clave. En
realidad, no resulta tan complicado, solo hay que prestar atención y tomar en
serio lo que se ve y obrar en consecuencia. Claro, por supuesto que se tienen
decepciones, seguramente debido al no haber hecho el suficiente caso a lo que estábamos
viendo, también puede haberse dado el caso de habernos dejado llevar por
opiniones dominantes que no hemos querido analizar. Se me olvidaba mencionar
otras decepciones que se debieron al cambio producido en las personas, ya sea
para bien o para mal.
En nuestro círculo más cercano todo lo
anterior es esencial, pues ahí se encuentra en cierta forma el haber conseguido
un cierto grado de felicidad. Pero, en cambio, en lo que se refiere a nuestra
vida pública se trata de algo más importante. ¿Cómo saber quién es de fiar? ¿Qué
persona tiene el suficiente talento o decencia?
Aquí no contamos con el trato personal
para sacar conclusiones, nos tenemos que contentar con los medios que tenemos a
nuestro alcance, televisión, redes sociales, opinión publica… Es verdad que en
muchos de ellos podemos ver los rostros, los gestos y oír sus voces, y podemos
sacar alguna conclusión, sin embargo, es mucho más complicado.
Lo que tengo claro es que cuando veo a
alguien que trasmite serenidad, educación, claridad de pensamiento y palabra,
noto una confianza y esperanza, y cuando alguna de estas cualidades falta,
empiezo a ponerme nervioso y mi inquietud aumenta. Pero cuando me encuentro con
alguien que miente, que falta a la verdad, que falsea los hechos o lo que otros
han dicho, que calumnia e insulta, mi descalificación es rápida e inmediata
pues se trata de alguien de quien no puedo fiarme, en quien no voy a poner mi
confianza.
Algo muy parecido me sucede cuando me
encuentro con personas dominadas por el odio, por el rencor. La grosería, la
mala educación, la cólera desatada contra los adversarios o contra los que no
piensan como ellos, indica una calidad humana lamentable.
A veces vemos cambios en las personas
que nos resultan poco explicables: algún escritor o político que me había demostrado
ser competente de repente vuelve la espalda a todo lo que pensaba antes y empieza
a decir o hacer cosas que nada tienen que ver con lo que yo esperaba de él. Y
sin embargo nos cuesta quitarle nuestra confianza.
La cuestión está en que, si yo pudiera
exigir una “calidad personal”, si tomara en serio lo que veo, lo que sé, me equivocaría
menos con las personas. Conozco personas que se ganaron mi estima a primera vista,
otras a las que he excluido por haberlas visto mentir, insultar, calumniar o
ser patentemente hipócritas.
Ahora pensemos como sería nuestro país
si tuviéramos en cuenta lo que vemos cada día y lo que sabemos por haberlo
visto, si dejáramos que esos sentimientos se expresaran libremente en vez de
quedarse dentro de nosotros. Está claro que no ocurre así, nuestro criterio en
lo que podríamos llamar la vida real o público no coincide muchas veces con
nuestro criterio íntimo, personal.
Y, ¿Por qué sucede esto? Buena pregunta
y muchas respuestas. Una podría ser nuestra falta de atención en lo que vemos y
oímos, nos da igual, no le damos importancia; también parece que tengamos muy
mala memoria, ya no nos acordamos de la buena o la mal impresión que nos causó
una actuación o una declaración. Damos por supuesto muchas veces que “todo vale”;
igualamos lo que es “frecuente” con lo “normal”, lo “normal” con lo que es “licito”
y esto con lo “moral”.
Tenemos un lio tremendo con nuestras ideas,
vamos desorientados y por eso es tan difícil ver con claridad como son las personas
en realidad y tenerlo en cuenta a la hora de tomar decisiones es muy
importante.
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