viernes, 16 de febrero de 2024

¡Buenos días! ¿Cómo saber quién es de fiar?

     “No discutamos si es mejor ir hacia adelante o hacia atrás, sino discutamos cuál es el mejor sitio al que debemos ir. No discutamos si es mejor permanecer donde estamos sino si realmente hemos encontrado el mejor lugar para permanecer en él”. G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!

Aunque intentemos que cada día sea diferente al anterior la verdad es que tenemos algunas costumbres y pensamientos que vuelen a aparecer con cierta rutina. Uno de ellos, que aparece muchas mañanas es mi convencimiento de que este mundo no esta tan mal como nos parece a veces y que muchas personas no cesan de admitir y repetir que estamos mal.  

Pienso que no es casualidad que yo tenga un cierto optimismo, estoy casi seguro de que se debe a la calidad más que aceptable de todas las personas que me rodean, aunque generalizar puede resultar un poco peligroso.

Siempre he sido de la opinión que la capacidad y por supuesto la voluntad de diferenciar a las personas es clave. En realidad, no resulta tan complicado, solo hay que prestar atención y tomar en serio lo que se ve y obrar en consecuencia. Claro, por supuesto que se tienen decepciones, seguramente debido al no haber hecho el suficiente caso a lo que estábamos viendo, también puede haberse dado el caso de habernos dejado llevar por opiniones dominantes que no hemos querido analizar. Se me olvidaba mencionar otras decepciones que se debieron al cambio producido en las personas, ya sea para bien o para mal.

En nuestro círculo más cercano todo lo anterior es esencial, pues ahí se encuentra en cierta forma el haber conseguido un cierto grado de felicidad. Pero, en cambio, en lo que se refiere a nuestra vida pública se trata de algo más importante. ¿Cómo saber quién es de fiar? ¿Qué persona tiene el suficiente talento o decencia?

Aquí no contamos con el trato personal para sacar conclusiones, nos tenemos que contentar con los medios que tenemos a nuestro alcance, televisión, redes sociales, opinión publica… Es verdad que en muchos de ellos podemos ver los rostros, los gestos y oír sus voces, y podemos sacar alguna conclusión, sin embargo, es mucho más complicado.

Lo que tengo claro es que cuando veo a alguien que trasmite serenidad, educación, claridad de pensamiento y palabra, noto una confianza y esperanza, y cuando alguna de estas cualidades falta, empiezo a ponerme nervioso y mi inquietud aumenta. Pero cuando me encuentro con alguien que miente, que falta a la verdad, que falsea los hechos o lo que otros han dicho, que calumnia e insulta, mi descalificación es rápida e inmediata pues se trata de alguien de quien no puedo fiarme, en quien no voy a poner mi confianza.

Algo muy parecido me sucede cuando me encuentro con personas dominadas por el odio, por el rencor. La grosería, la mala educación, la cólera desatada contra los adversarios o contra los que no piensan como ellos, indica una calidad humana lamentable.

A veces vemos cambios en las personas que nos resultan poco explicables: algún escritor o político que me había demostrado ser competente de repente vuelve la espalda a todo lo que pensaba antes y empieza a decir o hacer cosas que nada tienen que ver con lo que yo esperaba de él. Y sin embargo nos cuesta quitarle nuestra confianza.

La cuestión está en que, si yo pudiera exigir una “calidad personal”, si tomara en serio lo que veo, lo que sé, me equivocaría menos con las personas. Conozco personas que se ganaron mi estima a primera vista, otras a las que he excluido por haberlas visto mentir, insultar, calumniar o ser patentemente hipócritas.

Ahora pensemos como sería nuestro país si tuviéramos en cuenta lo que vemos cada día y lo que sabemos por haberlo visto, si dejáramos que esos sentimientos se expresaran libremente en vez de quedarse dentro de nosotros. Está claro que no ocurre así, nuestro criterio en lo que podríamos llamar la vida real o público no coincide muchas veces con nuestro criterio íntimo, personal.

Y, ¿Por qué sucede esto? Buena pregunta y muchas respuestas. Una podría ser nuestra falta de atención en lo que vemos y oímos, nos da igual, no le damos importancia; también parece que tengamos muy mala memoria, ya no nos acordamos de la buena o la mal impresión que nos causó una actuación o una declaración. Damos por supuesto muchas veces que “todo vale”; igualamos lo que es “frecuente” con lo “normal”, lo “normal” con lo que es “licito” y esto con lo “moral”.

Tenemos un lio tremendo con nuestras ideas, vamos desorientados y por eso es tan difícil ver con claridad como son las personas en realidad y tenerlo en cuenta a la hora de tomar decisiones es muy importante.

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