“No discutamos si es mejor ir hacia adelante o hacia atrás, sino discutamos cuál es el mejor sitio al que debemos ir. No discutamos si es mejor permanecer donde estamos sino si realmente hemos encontrado el mejor lugar para permanecer en él”. G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Algunos días al levantarme miro con
cierta preocupación el presente y todas las nuevas ideas populistas junto con
la crisis de los valores democráticos que nos llevan a las crisis institucionales
y sociales que estamos padeciendo, y, veo un posible y creciente establecimiento
de un cierto totalitarismo, lo aprecio en sus primeros síntomas como en la
creciente polarización y la sacralización del Estado.
Me parece recordar haber leído en alguna
parte que los totalitarismos se establecen en sociedades que previamente ya presentan
unos rasgos y características para su implantación y mantenimiento. Entre esas
condiciones previas podríamos destacar el declive de la esfera pública que nos
lleva a un creciente aislamiento social y a unas vidas superficiales sin ningún
sentido.
No hay duda, lo vemos cada día, tenemos
un crecimiento del individualismo que ya supera en importancia a la esfera
pública y a la acción ciudadana. Es normal ver cada día a más personas
despreocupadas de la vida pública y centradas en sus intereses privados,
preocupados solo por su seguridad a cualquier precio. Esta persona es
indiferente hacia la vida política, se queda en sus intereses de confort y
consumo, lo que la convierte en el terreno adecuado para que se instale en un
lamentable conformismo social y político.
Este exceso de individualismo está
llevando a las personas a la más absoluta soledad y aislamiento, perdidos y sin
los otros, sumergidos en el alienante anonimato de la masa y viviendo solo para
sí. Esta forma tan individualista de vivir está curiosamente llevándonos a que
nos encontremos con la contradicción de tener que vivir juntas, pero sin tener
nada en común, sin ningún interés que compartir y este aislamiento hace
desaparecer la pluralidad, pues ya no existe una vida en común donde poder relacionarse
con los demás y compartir una vida común siendo distintos.
El resultado es una sociedad triste,
desoladora, que ya no es plural y por lo tanto se ve como si toda la realidad
fuese homogénea. Y es que cuando renunciamos a la vida con los demás, a
hacernos cargo de lo que nos es común estamos entregando nuestra libertad para
no perder nuestra seguridad personal, y es en esta situación cuando es fácil
terminar con la vida pública.
Cuando se aísla a las personas lo que se
esta haciendo es conseguir que renuncien a su libertad de pensamiento pues su
razonamiento no va más lejos de ellos. Lo vemos en los emigrantes que no consiguen
pertenecer al lugar donde viven.
Pertenecer a la sociedad en la que se
vive es un paso más para encontrar un sentido para vivir, es el principio para
formar nuestra identidad y con ello llevarnos a tener esperanza. Por ello, sin pertenencia,
sin sentirnos parte de una comunidad, todo lo que vamos a encontrarnos nos resultará absurdo. Una vez que nos acostumbramos a mirar a los demás como si no
fueran seres humanos, como si no fueran personas, como si tuvieran menos
dignidad, es fácil tratarlos como cosas, como vidas sin valor, o
valorarlos según su utilidad. Qué es lo mismo que decir que no tienen
dignidad. Y será esta forma de superficialidad la que nos encontramos ya en
muchas partes de nuestra sociedad.
Cuando nuestra sociedad termine con la solidaridad
habrá logrado una complicidad con la violencia hacia los que no importan a
nadie, se habrá destruido la singularidad de cada persona y su dignidad y a
partir de aquí el valor de la vida humana ya no importará y el fantasma del
totalitarismo se nos aparecerá por las esquinas.
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