Demasiados días sin ver el sol no es bueno para un mediterráneo y además latino. Estar más de una semana sin sentir, aunque sea tibio, el calor del sol es el camino hacia la tristeza y la melancolía. Amanece y no adivino el azul del cielo, sino que veo el gris claro de las nubes o la bruma, no sé muy bien diferenciarlas, lo cierto es que de momento no tendré sol.
Empezamos
mal el fin de semana, lo empezamos con un chispazo de depresión que me lleva a
la nostalgia y esta a la tristeza para pasar a hacerme preguntas que están en
consonancia con mi estado de ánimo. Preguntas que no son fáciles de responder,
tal vez porque nos las hacemos pocas veces y cuyas respuestas suelen variar
según nuestro estado.
La
pandemia con su exigencia de quedarnos en casa no ayuda a pasar estos días
tristes ni a buscar unas respuestas que nos sirvan para mucho, pero curiosamente
es en estos días poco favorables cuando con más intensidad surgen esas
preguntas. ¿Verdaderamente soy feliz?, ¿es esto lo que esperaba de la vida?
Preguntas para destrozarme el fin de semana.
Es
de fábrica, lo llevamos puesto. No podemos dejar de hacernos esas preguntas porque no podemos dejar de intentar ser felices. Claro esta que todos esperamos
más de la vida, porque hemos llegado a la conclusión de que la felicidad es un
resultado. Es un error buscarla por sí misma. Por eso, ir mendigando solo la
felicidad es frustrante y huele demasiado a egoísmo.
Las
personas queremos y podemos ser felices, y mira por donde ahora parece que se
empieza a despejar el día adivino algunos claros
que podrían ser suficientes para que mis respuestas no sean tan complicadas y
un poco más fáciles de encontrar.
Recuerdo
ahora a San Agustín que decía de que cualquier hombre al preguntarle si quería
ser feliz, inmediatamente respondía que sí. Aristóteles unía la felicidad al
bien. Sócrates y después Platón nos indicaban que el camino era ir progresando
y superándose hasta llegar a admirar la Verdad y el Bien que nos llenaran de
felicidad.
Ahora
no hay muchas diferencias. Sin embargo, conviene que recuerde que la felicidad
no es nuestro fin, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar
eternamente. Llegado a este punto es inevitable volver a hacer memoria y recordar
esa novela que se publico en 1932 de Aldous Huxley, “Un mundo feliz”. Los que
la leímos en nuestra juventud nos llevo a verla como un imposible, pero ahora
da la impresión de que es probable. Esa sociedad que nos cuenta, tecnológicamente
perfecta, muestra lo profundamente infeliz que puede ser el hombre en la
sociedad tecnológica, aunque no se prive de ningún capricho, ni progreso para
satisfacer su ego y su sensualidad. Todo lo que no es amor de verdad acaba en
insatisfacción y frustración, aunque, si se consigue algo de placer pueda
reaccionarse con risas y jubilo, pero el placer siempre es efímero, y la
felicidad nos pide duración, pide que desaparezca la amenaza de que se pueda
terminar y desaparecer.
Es
complicado, por eso voy a terminar por el camino rápido, que en esta ocasión no
es otro que recordar un párrafo de Chesterton en Ortodoxia y que viene a decir
más o menos; “La
felicidad es brillante, pero frágil. Ser frágil no es lo mismo que ser
perecedero. Golpea un cristal y no durará un instante. No lo golpees, y durará
mil años.”
Buenos
días.