“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Ya estamos preparando la próxima salida, y lo estamos
haciendo con la poesía de Fray Luis de León, pues no todo va a ser mirar y
estudiar, imaginar carreteras y caminos, también hay que preparar el alma para
esas horas de pedaleo y tranquilidad.
Y, continua Fray Luis en oda a la Vida Retirada:
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Estas reflexiones nos llevan inevitablemente a preguntarnos:
¿qué es lo que da valor a un viaje? ¿el paso de un lugar a otro? No; eso lo
hace la bicicleta; lo que da valor a un viaje es el descubrimiento, la
admiración, y esto es un acontecimiento interior. La reflexión o la meditación
de los hechos, de las cosas, es lo que nos llama y nos da la felicidad.

Pero cuidado, aunque en estos días puede resultar interesante
y casi seguro que por culpa del covid-19 sea necesario el aislamiento,
encerrarse en uno mismo y aislarse tiene sus peligros. Es verdad, de que, en el
cicloturismo, esos momentos de soledad y de lo podríamos llamar de
“recogimiento” van acompañados de actividades, como montar y desmontar la
acampada, preparar y comprar la comida, el aseo personal y el de todas nuestras
pertenencias, cuidar la bicicleta y organizar un poco la etapa del día… Se
corre el riesgo de hacernos perezosos, de hacer de ese replegarse sobre uno
mismo una actitud enfermiza y llevarnos a una especie de intelectualismo
descarnado.
El cicloturista que vive su pasión hasta el fondo hará su
vida en este mundo como habitante fuera del mundo, como quien no es de este
mundo, y para quien el mundo puede parecerse a un valle lleno de lágrimas. Que
pueda hacer con ese separarse una salida y una solución a sus problemas con el mundo
pertenece a la lógica. Pero esa conducta no puede significar nunca
desentendimiento del mundo que lo rodea, porque el hombre, no lo olvidemos, es
un ser social, hecho naturalmente para la vida en sociedad. La soledad que
busca y que consigue el cicloturista no es privación sino desarrollo. Solitario
no es abandonado, sino centrado. Esa soledad y recogimiento que tanto bien nos
hacen se transforman con facilidad en desdicha si no se administran
correctamente.
El cicloturista o lo podríamos llamar también
cicloviajero que lleva muchos años haciendo kilómetros, sabe que para alcanzar un
cierto grado de sabiduría humana tiene que pasar por apartarse, por el silencio
y la soledad. El apartarse de esta sociedad nos lleva hasta la misma puerta de
uno mismo, pero no para quedarse en la orgullosa y estéril posesión de uno
mismo, sino para abrirse a la verdad de la vida y comunicarla.
El cicloviajero no puede ser una persona hermética. El cicloviajero
puede pasar mucho tiempo recogido, en silencio y separado de los problemas de
la sociedad, pero tiene que responder, dar respuestas a los problemas que haya
encontrado solución.
El primer trabajo que el hombre debería realizar, debido
a su dignidad, es intentar ser libre, controlar las cosas, y no someterse a
ellas. Tenemos que intentar conseguirlo con inteligencia, buscando entre ese “no
someterse” y a un cierto distanciamiento de los hombres un equilibrio, sin
deshumanizarse. El hombre no puede perderse en lo que esta fuera de él, no debe
trivializar su existencia, no debe ser una mera marioneta de la estructura
social que lo rodea; nuestra vida debe evolucionar, crecer.
Vivimos en el mundo, en una sociedad donde somos una
parte activa, somos sus protagonistas, sus actores, pero somos también sus
autores y debemos escribir una parte importante del guión. Encontrar el
equilibrio es nuestro trabajo.
Para ello primero hay que encontrarse a sí mismo, y esto pide
el distanciamiento ascético de los hombres y de las cosas. Y un viaje con
alforjas nos puede ayudar.
Buenos Días.