“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Hace años que no realizo ningún viaje en solitario, y tengo
muy escondido en la memoria las sensaciones que se experimentan, tal vez por
eso, ante la posibilidad de que en septiembre vuelva a hacerlo, estos días le
estoy dando vueltas a la cuestión de la soledad.
Irse de viaje solo, hacer un viaje en solitario no es lo
mismo que estar solo o ser un solitario, la cuestión es que, en un sentido
corriente, solitario es un hombre que se aparta de los demás, pero no por eso
es insociable ni tampoco tiene por qué ser un ermitaño. Entiendo perfectamente
que una persona se canse de la civilización, de su forma de vida en esta
sociedad y exprese su descontento, su rebeldía, la búsqueda de una salida
refugiándose en la naturaleza o recorriendo el mundo en bicicleta. Esto no es
más que una manifestación de la capacidad de apartarse del hombre. Pero los
motivos anteriores son solo una parte, el hombre inquieto, intelectualmente activo
que ve como pierde su capacidad de dar contenido a su vida también busca esos espíritus
inspiradores en la soledad, en el silencio y es posible que también se suba a
una bicicleta y se marche a buscarlos.
De este modo, lo que puede parecer un acto de rebeldía no
es sino una forma de expresar el deseo de buscarse a sí mismo, de buscar la
inspiración que se perdió y separándose, intentar recuperarla.
Los hombres por naturaleza nos organizamos en sociedades
o en grupos humanos que tienden a darle seguridad y excluyen el riesgo de
soledad para sus integrantes. Pero, esa seguridad que surge de vivir en comunidad
suele estar acompañada de falta de inspiración, de pobreza intelectual. Lo peor
que le puede pasar a nuestra creatividad personal es que nos aburguesemos, entendiendo
como tal lo que nos proporciona un conjunto de normas establecidas y funcionales
que nos dan seguridad y estabilidad, y que suelen empobrecer el espíritu creativo
del hombre.
Y el hombre posee de por sí una voluntad creativa que le
diferencia de los demás habitantes de la tierra. Si repasamos la historia
veremos que los grandes hombres no fueron espíritus conformistas, tuvieron
espíritu de protesta y deseos de mejorar las cosas. El hombre verdadero es el
que vive una actitud de servicio, de ayuda, fuera de lo rutinario y
convencional. La vida merecedora de vivirse hay que concebirla como un
compromiso, no como confort. Recordad; la paz no es del que la soporta sino del
que la conquista.
Y eso hace al hombre solitario, pero ese ser solitario le
exige ser solidario. Nuestra vida queda, pues, sujeta a mantener ese equilibrio,
entre la necesidad de aislamiento que se siente para crear y la necesidad de
mostrar lo creado. Ciertas calidades humanas se consiguen sólo en el silencio y
en la soledad. Los espíritus superiores fueron siempre, en un sentido o en
otro, desterrados, y las grandes obras de arte o literatura, fueron producidas
en ese ambiente de exclusión y destierro.
Sin embargo, el hombre sin la sociedad se encuentra
indigente. Las artes y las instituciones son para su espíritu tan necesarias
como el vestido y el confort para el cuerpo. Este es uno de los dilemas del
hombre. Sin soledad no se saca lo mejor de uno mismo, y en soledad hay peligro
de encierro y asfixia. El hombre es una criatura en dos, es el solitario que
necesita del prójimo, pero también requiere pensar a solas.
Buenos Días.
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