“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Cada vez que miro el blog y me detengo en los tres proyectos que me había propuesto para este año, y de los cuales solo podré realizar ya uno si el covid-19 me lo permite, me doy cuenta de la cantidad de cosas que no llego a realizar. Es verdad que el viaje a Nordkapp lo he trasladado al año que viene, y que “si Dios quiere” lo volveré a intentar, pero cada vez con más asiduidad me doy cuenta de que voy a dejar cosas inacabadas en mi vida.
En estos días de cuarentena he tenido tiempo para comprobar
de que, en realidad, siempre tengo algo que hacer, alguna cosa que realizar y
que por lo tanto nunca tengo todo acabado. Y cuando mi vida se vea interrumpida
por la muerte, según parece voy a dejar cosas por terminar. Supongo que no me
sucederá solo a mí, y que la mayoría de nosotros no completaremos nuestras
vidas, se nos ha acabara el tiempo y por eso hacemos nuestras listas, ya sea consciente
o inconscientemente, de las cosas que aún queremos ver, hacer y acabar antes de
morir.
Si miramos ahora mismo esa lista, probablemente, la
mayoría de nosotros coincidiremos en las principales:
Queremos ver a los hijos crecer. Queremos acompañar a los nietos. Queremos
acabar esto que estamos haciendo. Queremos llegar a nuestro 80º cumpleaños.
Queremos reconciliarnos con las personas que nos rodean.
Más
allá de estas cosas más importantes en las que más o menos muchos coincidimos,
tenemos cada uno otra lista de cosas que no hemos realizado porque tal vez
estuvimos demasiado ocupados, preocupados o económicamente no podíamos y donde
añadimos las cosas nuevas que nos gustaría realizar. En esta lista es donde se
encuentran los lugares que nos gustaría visitar, los viajes que nos agradaría hacer
y los pequeños placeres que probaríamos.
Si
nos gusta mirar esas listas en las que hemos escrito todo lo que está inacabado
en nuestras vidas, existe el peligro de olvidarnos de lo que realmente sucede
en nuestras vidas y de lo que estamos haciendo en este momento. Por eso, tal
vez, una pregunta para hacernos podría ser: ¿Cómo quiero vivir ahora para
estar preparado para morir cuando me llegue la hora?
La
respuesta no es fácil y además es larga. No es fácil pues nos obliga a ponernos
ante el inalienable hecho de que un día vamos a morir y por lo tanto decidir cómo
debe ser nuestro quehacer diario es un trabajo mental complicado. Haced la
prueba y comprobareis que la lista también puede resultar muy larga. No es como
hacer la lista de la compra o la del material que vamos a poner en las alforjas.
La complicación se
encuentra en esas dos primeras palabras de cada punto de la lista: “he decidido…”
o tal vez nos guste más: “voy a esforzarme en…”, que implican un fuerte
compromiso.
Por ejemplo: He decidido
comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que
contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no
compararme jamás con mis semejantes.
Voy a esforzarme por hacer
cada día y cada actividad tan preciosa y gozosa como sea posible.
He decido que voy a hacer
la compra sin prisa; saludar a los vecinos, aunque no me guste su cara; llevar
un diario; llamar regularmente por teléfono a mis amigos y hermanos. Y hacer
excursiones, y bañarme en el mar al menos una vez al año, y leer sólo buenos
libros, o releer los que me han gustado…
Voy a esforzarme en
mantener intacto mi sentido de humor. En ser tan animoso e intrépido como
pueda.
Voy a esforzarme, siempre,
en no considerar nunca lo que estoy perdiendo, sino, más bien, mirar qué
admirable y llena ha estado y está mi vida.
Y así podría continuar
durante alguna página más, pero con solo repasar los primeros puntos ya me doy
cuenta de que lo que quiero hacer, en realidad, es poner la vida como eje principal, admirarla,
estudiarla y cultivarla.
No lo puedo evitar, voy a
despedirme hoy con una frase de Chesterton: “El objetivo de la vida es
apreciar; no tiene sentido no apreciar las cosas”.
Buenos Días.
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