jueves, 27 de agosto de 2020

Hasta que el covid-19 nos pare.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).



Mañana me vuelvo a poner en marcha, esta vez en un recorrido más largo, en solitario, y con el rebrote del covid-19 amenazando con devolverme a casa. Es lo que hay y lo tenemos que aceptar. Voy a tomar, como no podía ser de otra manera, todas las medidas que haya que tomar en cada lugar por el que pase. Cinco autonomías son las que voy a cruzar lo que implica cinco normativas diferentes, que espero se resuman en tres; mascarilla, dos metros y lavado de manos.

No recuerdo haber comenzado un viaje con tanta incertidumbre, con tanto miedo a lo que pueda pasar no solo en el viaje sino también en casa, en Pego, en la familia, en los amigos y a todos con los que me relaciono.

Este tipo de miedos nos acechan de vez en cuando, es una incertidumbre, un miedo inesperado que ahora vuelve a estar presente. Es un miedo sutil que molesta pero que no aprieta y que se hace notar sin fastidiar. Un miedo con el que se puede convivir.

Desde luego con estos miedos hay que aprender a ser como los juncos, dejando pasar el agua que dobla, pero no rompe. Con este miedo no nos queda más remedio que ser flexibles y no intentar frenarlo; asustándonos y quedándonos paralizados en casa, escondidos. Ya que ha vuelto, dejemos que entre, acojámoslo y aprendamos a convivir con él. Cuando pensábamos que lo teníamos superado, ha vuelto. ¿Qué hacer? ¿No hacerle caso y olvidarnos de las precauciones? NO.

No hay que ignorarlo. Hay que decirle: “Anda, pasa. ¿Tomamos algo?” Hay que sentarse a tomar algo para charlar un poco. A este miedo hay que darle su lugar, su espacio, oír lo que nos dice, pero sin permitir que se instale en nuestro salón. Porque este tipo de miedo se agranda con facilidad y entonces se nos come la ilusión, la energía, la pasión y hasta los sueños.

Este miedo a empezar ahora un viaje en bicicleta es muy mental pues tiene que ver con situaciones imaginarias que veo como si se tratara de una película catastrófica en la que todo va a salir mal. Ya sé, lo sé, se requiere de cierta inconsciencia para empezarlo, pero si empiezo a analizar los pros y los contras, mi cabeza se llenará de contras porque a la mente no le gusta la incertidumbre, lo inseguro.

Y, inseguridades con el covid-19 hay muchas, por eso es desde otro lugar que tengo que combatir ese miedo. Es desde el impulso que siento desde el pecho, desde el alma que me dice que este miedo es una buena alerta ante el peligro de la pandemia. Que me prepara, me avisa, me aconseja para que tome todas las medidas para proteger y protegerme de un posible contagio.

En estos días que he retrasado su comienzo por culpa de la ola de calor he hecho varias veces el ejercicio de pararme a pensar qué es lo peor que me puede pasar. En el peor de los casos, si me he equivocado, si esto realmente va a salir mal, ¿qué es lo peor que me puede pasar? He contestado e incluso lo he escrito y resulta muy liberador releerlo. Es como charlar con mi miedo e incluso darle la mano y tranquilizarlo. Porque por lo general, en el peor de los casos, seguro que habrá una salida y seguiré adelante o volveré tranquilamente a casa.

Los miedos imaginarios son tan potentes que podrían incluso cambiarnos la existencia sin que hayan ocurrido, porque aún sin que se materialicen los vivimos como si ya fueran reales. Es una posibilidad que ocurra, vale, pero me hago la fotografía de este instante: hoy, en este momento; ¿ha ocurrido todo eso malo? Miro a mi alrededor y veo todo lo que me rodea y me sostiene. Respiro. Sonrío.

Buenos Días.

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