“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Estoy tratando de averiguar cual puede ser la evolución
del covid-19 en los próximos días, y estoy llegando a la conclusión que si
quiero hacer una salida en solitario con la bicicleta tendré que salir ya.
Así que, en el momento que esté preparado empezaré de
nuevo.
Viendo todo lo que nos está pasando, y viendo como ese
impulso interior que tengo, que no me deja estar mucho tiempo satisfecho con la
situación en que me encuentre, anda estos días revuelto, he decidido moverme
otra vez.
Ya se que ese impulso no lo puedo mostrar, ni puedo mostrar cual es su color, ni su olor, ni su forma, lo sé, pero existe. Todos tenemos sensaciones
y sentimientos que no podemos demostrar a los demás que existen, ¿Dónde se
esconde la alegría? ¿De color es el amor? ¿En qué lugar de nuestro cuerpo
habitan? Entonces, no existen ni la alegría ni el amor, si no se donde están,
si no se qué color tienen. Pero existen, yo se que existen.
Con esto lo que pretendo decir es que tengo sensaciones
que no se demostrar su existencia, pero yo las tengo, ¿Cómo mostrar esa
inquietud que no me deja estar a gusto mucho tiempo en la misma situación? ¿Cómo
es ese anhelo que no me deja estar satisfecho en ningún escenario? Estoy bien
aquí y ya quiero estar allí, llegó allí y quiero cambiar de lugar. ¿Por qué? Que
hay aquí dentro que no para de soñar, de tener sueños, que no se rinde y vuelve
a soñar.
Y todo esto tiene que ver con la vida, con lo que me
enamora, también con lo que me asusta, lo que me despierta y anima, con lo que
sueño, con aquello que repudio y descarto. En el fondo, ya sé que esa ansia no
se detendrá, lo sé.
No me sucede solo a mí, ni es una sensación extraña para
el hombre, ha existido en todos los pueblos civilizados de la antigüedad, la podemos
encontrar desde los aztecas de Méjico hasta en los griegos. Aparece en las
formas más diversas, pero la fórmula básica es siempre la misma: se busca una facilidad
que se sabe que se perdió y se quiere recuperar, se cree que hubo una vez una
época en que los hombres eran felices. Después llevaron a cabo una acción
determinada y desde entonces el mundo está como es ahora.
Viéndolo así, nos damos cuenta de que es la historia clásica
de la caída del hombre, del paraíso perdido, y el hecho de que aparezca en
todas partes es una de las mejores pruebas de veracidad que pueda existir. En
un tiempo el hombre estuvo más alto. Después cayó. Y desde entonces anhela su
alta posición perdida hace tanto tiempo. El hecho de una leyenda común no es ni
mucho menos la única prueba. En todo hombre de cualquier pueblo o raza habita
el anhelo de la felicidad perfecta. Puede adquirir las formas más extrañas,
pero ahí está.
Al menos, a mí me sucede. Quiero conseguir un objetivo, lo
consigo. ¿Soy feliz? Poseo lo que anhelaba, pero a los pocos días me acostumbro
y empiezo a aburrirme. ¿Por qué es así? Porque busco la felicidad, la felicidad
perfecta allí donde no está. La definición de la felicidad es: “La posesión del
bien deseado (material, intelectual, espiritual) sin temor a perderlo de nuevo”.
Inmediatamente comprendo que eso no puede existir en este
planeta: pues cualquiera que sea el bien que anhelo, no sólo tengo el temor,
sino incluso la seguridad de que lo perderé, pues he de morir. A pesar de todo,
ese anhelo mío de felicidad perfecta debe de poder satisfacerse.
Esa satisfacción se debe de llamar “paraíso”, es decir la
felicidad perfecta por toda la eternidad. Y, hace más de dos mil años que se
sabe el camino.
Buenos Días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario