“El mal de la aristocracia es que lo deja todo en manos de una clase de personas que puede infligir lo que ella no sufrirá nunca”. (G. K. Chesterton)
Lourdes ---
Beaudean. 17/08/23
Distancia: 70, 70 km. Media: 12,07 km/h. Altura: 1281
m.
Seguimos en Francia, por donde estaremos
los próximos días, nos encontramos en una de las regiones donde el ciclismo de
carretera tiene uno de sus santuarios.
Esta tarde no hemos podido evitar subir
el Col d’Aspin, aunque sin alforjas pues no nos venia de paso. Había que jugar
un poco a ciclistas, cosa que es casi obligatoria en esta zona. Mañana ya será
otra historia pues nos está esperando el Tourmalet y con alforjas.
Mientras subía estaba pensando en que lo
que se busca en este tipo de actividades, como el ciclismo de ruta con las
subidas a estos puertos míticos, así como en los viajes en bicicleta es ser un
poco más felices, dejar de lado lo gris de lo cotidiano y despejar nuestra cabeza
de las preocupaciones del día a día.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en
cómo poco a poco se va imponiendo lo artificial, lo prefabricado, lo sintético.
Se nos olvidan las circunstancias que provocan ser un poco más felices y nos
quedamos solo con lo esencial, el estado de felicidad. Es como si pudiéramos
convertir lo bueno de la vida en pequeñas pastillas y consumirlo cuando lo
necesitemos.
Es verdad que necesitamos lugares de
expansión, de divertimento y ser un poco más felices, ¿pero los tenemos que
vivir basándonos en la lógica del consumo? Creo que la auténtica felicidad está
más relacionada a la gratuidad que al bienestar. Se trata de estar bien con uno
mismo. Y todo se ordena a ese fin. Si conocemos las claves de la química
cerebral y las podemos manejar para sentir felicidad, ¿por qué no? ¿qué hay de
malo?
Echo en falta muchas veces una tranquila reflexión
sobre qué nos da la felicidad, la auténtica. La que permanece. No la que pasa
tras el tiempo que he pagado o la que se me escapa una vez que vuelo a la normalidad,
a la vida cotidiana. Porque esa felicidad, la verdadera, no es sólo una
experiencia personal, solitaria, que puedo tener a voluntad. Está relacionada
con la vida en compañía. Con los momentos agradables con los amigos. Con los
recuerdos de los buenos momentos y la consolación en los peores. Y sí, es una
cuestión de química, al final. Pero no solo.
No podemos embotellar y vender felicidad,
porque no podemos envasar y vender la vida. Aunque a veces nos vendan la idea
contraria.
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