“Demasiado capitalismo no significa demasiados capitalistas, sino demasiados pocos capitalistas” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Estoy empezando, poco a poco, a volver a
integrarme en la vida cotidiana, esa de cada día que nos lleva sin querer a
estar pendiente de la actualidad, de toda la actualidad. A volver a ver como todo
a mi alrededor tiene prisa por conseguir que tome una posición en cada uno de
los temas que, parece ser, más interesan a la sociedad.
Veo que se quiere que me sitúe
rápidamente en el mapa de la actualidad y que tome partido, se me pide que
tenga unas ideas determinadas y sin embargo no se me argumentan, no se me
argumenta nada, solo que acepte unos principios y basta. Y si no se argumenta ni
se razona vamos a estar en un estado de conflicto permanente pues muy poca
gente puede defender con argumentos su postura, lo que nos lleva rápidamente a
la descalificación.
Y claro, te paras a pensar y ves que en
la mayoría de las ocasiones son solo sentimientos y si uno hace caso a los
sentimientos llega a la peor conclusión. Cuantas personas, por seguir sus
sentimientos en un momento de confusión, malestar o inquietud han tomado
decisiones de las que luego se arrepienten cuando ya no hay marcha atrás. La
cabeza tiene también bastantes argumentos y hay que escucharlos.
Cuando una opinión publica pone demasiado
acento en los sentimientos se puede acabar convirtiendo en sensualista incapaz
de funcionar cuando el sentimiento empieza a flaquear. Y claro, el problema es
que el sentimiento es muy volátil. Todos estamos ávidos de entusiasmo y emoción,
y es bueno aceptar ese impulso, el sentimiento y la pasión que a veces nos
llevan a hacer locuras, hay que correr algún riesgo que es la materia de lo que
están hechos muchos sueños; pero a la vez hay que tener calma para el análisis,
para la serenidad del pensamiento, la cordura en las decisiones y esas
enseñanzas tranquilas que tenemos en nuestra pequeña historia.
El origen del estado de conflicto
permanente en el que estamos desde hace años tiene mucho que ver con que
hayamos dejado de ser personas para ser individuos que defienden identidades
abstractas. Nuestras reflexiones no tienen en cuenta la experiencia de la
sociedad en la que vivimos y esa consideración sin carne es la que utilizamos
para establecer cuál es nuestro rival, cuál es el enemigo que impide que
nuestros intereses, principios, emociones y deseos no prosperen. Creemos estar
defendiendo una forma de vida y estamos parapetados detrás un cadáver.
Estamos en un buen momento para hacer una
reflexión crítica sobre qué nos puede hacer vivir en un estado que no sea el de
conflicto. Esa reflexión equivale a volver a conectar con la vida, con el mundo
de la VIDA, sí en mayúsculas. Hay que ser capaces de superar esas conclusiones
inducidas por los lideres políticos, los intelectuales de turno y esos medios
de comunicación tan sesgados.
En el momento en que se vuelve a conectar
con el mundo de la vida empezamos a ver con facilidad que el gran problema
político que existe en estos días no es si la izquierda está haciendo
desaparecer una tradición occidental casi desaparecida o si la derecha tiene o
no tiene, defiende o no defiende ciertos valores y libertades. La primera
libertad que debo tener es la de que no me estén llevando continuamente a un enfrentamiento,
la de no obligarme a estar situado en determinada posición. La principal
libertad, la primera obligación política, es una sociedad en la que se pueda
reconocer la valía del otro.
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