“Hay muchas ocasiones en la que nada sino una riña puede evitar una pelea” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Muchas personas piensan que las nuevas
tecnologías son capaces de sustituir a las experiencias reales. Por otra parte,
me estoy dando cuenta de que todo lo real está produciendo más preguntas que
nunca. Y es que cada uno puede comprobar, por ejemplo, si la tecnología ha sido
capaz de responder a nuestras necesidades, por ejemplo, en los meses donde el
Covid más duramente nos castigó. No hay duda de que nos debemos de alegrar de
la aportación que la tecnología ha supuesto para superar la pandemia, pero
también sabemos cuántas heridas y preguntas abiertas ha dejado.
No hace falta que recordemos los
momentos más duros de la pandemia, nos basta con observar nuestra vida cotidiana
para que cada uno pueda juzgar si las respuestas que nos da la tecnología son
capaces de corresponder a la fuerza de nuestras preguntas.
Y es que, nadie puede pensar que cambiar
de móvil o tener el último dispositivo del mercado puede responder a las
preguntas esenciales que la realidad y la experiencia nos producen.
Así que, ¿Cómo resolvemos el problema? ¿por
dónde empezamos? ¡Usando nuestra experiencia!
Es curioso lo que nos sucede con la
digitalización en nuestras vidas, y es que si lo pensamos un poco vemos que elimina
las diferencias, y esto en principio no está mal. Pero, sin embargo, nuestra
sociedad quiere proteger todas las diferencias y a la vez considera que el
desarrollo tecnológico es un factor de igualdad porque las máquinas tratan por
igual a todas las personas. Entonces, una pregunta, la digitalización de
nuestra sociedad, ¿constituye un freno para que yo sea consciente de mí mismo y
por tanto abierto estructuralmente a la relación con el que es diferente? Pienso
que sí que incide en la posibilidad de maduración pues el contexto en el que se
mueve la digitalización no puede dejar de influir en nosotros.
Tengo claro que puede suponer un
impedimento para tener plena conciencia de uno mismo, sin embargo, el simple
hecho de estar abierto a la búsqueda de ese sentido no impide que por mucho
freno que nos pongan pueda convertirse en una ocasión para que podamos madurar.
Podemos estar hechos una pena, pero
nadie puede quedar totalmente reducido a las circunstancias que vive. Todo
depende de su disponibilidad para seguir las provocaciones que la realidad siempre
nos pone delante. Desde este punto de vista, una persona que en su vida no haya
tenido un choque fuerte con la realidad, porque, por ejemplo, haya tenido que
esforzarse muy poco, tendrá un sentido escaso de su propia conciencia, sentirá
con menos fuerza la energía y la inquietud de su razón.
Lo que impide realmente el florecimiento
de la conciencia de uno mismo es el intento constante de eludir este compromiso
con la realidad. Pero la fatiga de vivir no nos la ahorra nadie, ni la
digitalización y cuanto más se afronta, más emerge la exigencia de tomar
conciencia. Cuanto más individualista es uno, más se ve si la tecnología y el
individualismo bastan para responder a toda su exigencia de significado.
La cuestión es si dejamos pasar todas
estas provocaciones de la realidad o si, como sucede con la experiencia humana,
decidimos afrontarlas como una posibilidad para crecer. No hay circunstancia
que no desafíe a la razón y a la libertad. Podemos limitarnos a ser parte de un
mecanismo, pero al final nuestra propia estructura original nos impulsa a poner
en juego nuestra libertad delante de las provocaciones. La diferencia no está
en la realidad, sino en la persona que acepta la provocación y afronta todo eso
que la realidad no le ahorra.
Los hombres ceden a la fascinación del
poder tecnológico porque creen que solo a través de la proyección y el dominio
de las máquinas podrán recuperar esa consistencia del yo que ya no tienen por
su creciente incapacidad para mantener un dominio racional sobre sí mismos y
sobre la realidad.
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