martes, 26 de septiembre de 2023

¡¡¡Buenos días!!!

 “Hay muchas ocasiones en la que nada sino una riña puede evitar una pelea” (G. K. Chesterton)  


¡¡¡Buenos días!!!

Muchas personas piensan que las nuevas tecnologías son capaces de sustituir a las experiencias reales. Por otra parte, me estoy dando cuenta de que todo lo real está produciendo más preguntas que nunca. Y es que cada uno puede comprobar, por ejemplo, si la tecnología ha sido capaz de responder a nuestras necesidades, por ejemplo, en los meses donde el Covid más duramente nos castigó. No hay duda de que nos debemos de alegrar de la aportación que la tecnología ha supuesto para superar la pandemia, pero también sabemos cuántas heridas y preguntas abiertas ha dejado.

No hace falta que recordemos los momentos más duros de la pandemia, nos basta con observar nuestra vida cotidiana para que cada uno pueda juzgar si las respuestas que nos da la tecnología son capaces de corresponder a la fuerza de nuestras preguntas.

Y es que, nadie puede pensar que cambiar de móvil o tener el último dispositivo del mercado puede responder a las preguntas esenciales que la realidad y la experiencia nos producen.

Así que, ¿Cómo resolvemos el problema? ¿por dónde empezamos? ¡Usando nuestra experiencia!

Es curioso lo que nos sucede con la digitalización en nuestras vidas, y es que si lo pensamos un poco vemos que elimina las diferencias, y esto en principio no está mal. Pero, sin embargo, nuestra sociedad quiere proteger todas las diferencias y a la vez considera que el desarrollo tecnológico es un factor de igualdad porque las máquinas tratan por igual a todas las personas. Entonces, una pregunta, la digitalización de nuestra sociedad, ¿constituye un freno para que yo sea consciente de mí mismo y por tanto abierto estructuralmente a la relación con el que es diferente? Pienso que sí que incide en la posibilidad de maduración pues el contexto en el que se mueve la digitalización no puede dejar de influir en nosotros.

Tengo claro que puede suponer un impedimento para tener plena conciencia de uno mismo, sin embargo, el simple hecho de estar abierto a la búsqueda de ese sentido no impide que por mucho freno que nos pongan pueda convertirse en una ocasión para que podamos madurar.

Podemos estar hechos una pena, pero nadie puede quedar totalmente reducido a las circunstancias que vive. Todo depende de su disponibilidad para seguir las provocaciones que la realidad siempre nos pone delante. Desde este punto de vista, una persona que en su vida no haya tenido un choque fuerte con la realidad, porque, por ejemplo, haya tenido que esforzarse muy poco, tendrá un sentido escaso de su propia conciencia, sentirá con menos fuerza la energía y la inquietud de su razón.

Lo que impide realmente el florecimiento de la conciencia de uno mismo es el intento constante de eludir este compromiso con la realidad. Pero la fatiga de vivir no nos la ahorra nadie, ni la digitalización y cuanto más se afronta, más emerge la exigencia de tomar conciencia. Cuanto más individualista es uno, más se ve si la tecnología y el individualismo bastan para responder a toda su exigencia de significado.

La cuestión es si dejamos pasar todas estas provocaciones de la realidad o si, como sucede con la experiencia humana, decidimos afrontarlas como una posibilidad para crecer. No hay circunstancia que no desafíe a la razón y a la libertad. Podemos limitarnos a ser parte de un mecanismo, pero al final nuestra propia estructura original nos impulsa a poner en juego nuestra libertad delante de las provocaciones. La diferencia no está en la realidad, sino en la persona que acepta la provocación y afronta todo eso que la realidad no le ahorra.

Los hombres ceden a la fascinación del poder tecnológico porque creen que solo a través de la proyección y el dominio de las máquinas podrán recuperar esa consistencia del yo que ya no tienen por su creciente incapacidad para mantener un dominio racional sobre sí mismos y sobre la realidad.

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