“En una verdadera tradición religiosa el hombre entiende dos cosas: la libertad y la obediencia. La primera significa saber qué quieres de verdad. La segunda significa saber en quién confías de verdad”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Después de casi dos semanas volvemos al
Buenos Días, y es que hay temporadas que deberían de poseer más de 24 horas. Después
de estos días que no han sido de descanso sino de todo lo contrario vamos a
continuar y, quiero hacerlo con un concepto que he podido comprobar que no es
entiende bien.
Muchos de nosotros ni valoramos ni
entendemos la obediencia, la vemos como una cosa que tenemos que soportar y que
en la mayoría de las ocasiones no es posible evitar: el fuerte manda y el débil
obedece, uno es jefe y otro empleado… se obedece porque no nos queda otra
opción. También hay personas que piensan que siempre obedecerán a menos que se
hagan mayores o crezcan, progresen, o que tengan más dinero y puedan ¡por fin!
Hacer lo que les dé la gana, sin tener que obedecer a nadie.
Si entendemos como obediencia todo lo anterior,
hay que entender que la vemos como una expresión de nuestra debilidad, de
nuestra falta de edad, de sometimiento o de humillación. O sea, lo vemos como
algo que no sólo no tiene valor, sino que se trata de un antivalor y cuanto
antes nos libremos de él mejor, cuando antes nos libremos de obedecer seremos
más nosotros mismos pues ya no tendremos encima a alguien a quien obedecer.
Resulta entonces que pensamos que obedecer
es algo no deseable y hasta malo y, nos surge una pregunta: ¿cómo puede ser que
se diga que la obediencia es una virtud que es regulada por la justica? Y es
que, si no recordamos mal, una virtud no es otra cosa que una perfección de
nuestra naturaleza. Si la obediencia fuera una virtud, resultaría que una
persona obediente sería más perfecta que una desobediente. Tendría por lo tanto
una personalidad más madura, más desarrollada, más perfecta. Pero, afirmar esto
es contradictorio con la visión de la obediencia que describimos en el párrafo
anterior. ¿Qué es lo que no funciona?
En una sociedad como la actual en la que
se busca sobre todo la afirmación de uno mismo sobre todas las cosas, es muy
complicado que podamos entender la obediencia. Por eso ahora en nuestra cultura,
la obediencia se encuentra muy lejos de ser considerada una virtud -que no lo
olvidemos es algo valioso, bueno y meritorio- se considera algo malo, o al
menos algo que intentamos evitar. Se considera bueno mandar y malo tener que
obedecer. Si no queda más remedio que obedecer se obedece, ya que así son las
reglas. Si lo pensamos un poco veremos que en esa forma de actuar se parte de
una especie de acuerdo: yo cedo en algo para ganar algo. Por motivos de
conveniencia personal y para evitar problemas a la vez que para tener seguridad
me someto y obedezco leyes, para que las leyes me protejan de los demás... y
así en la mayoría de nuestras obediencias.
Entonces es normal que nos continuemos
preguntando ¿por qué será que muchas personas consideran tan importante la
obediencia? ¿Qué sentido tiene obedecer? Va a costar un poco mostrar porque la
obediencia no somete, armoniza; no empequeñece, nos lleva a la plenitud; no
separa, une… o sea que es considerada como una parte del camino hacia la
perfección.
Si hemos llegado hasta aquí no nos queda
más remedio que para comprender lo que significa la obediencia hay que entender
el concepto de autoridad. Y, nos volvemos a encontrar con otro concepto que no
se entiende como se debería.
Para muchas personas la autoridad es
simplemente un privilegio. Se piensa que se tiene autoridad para provecho
propio. Eso hace que muchos hagan todo lo posible por llegar al poder, pues
piensan que el poder es autoridad, pero no lo es, a través del poder se puede
dominar a los demás y llenarse de bienes. Si pensamos un poco, vemos que en el
ámbito familiar se aplica el mismo estilo de autoridad: el padre de familia es
un señor que tiene todos los derechos y privilegios y los demás miembros de la
casa deben obedecerle. Este concepto ha sido, con certeza, el que más ha
contribuido a desprestigiar la autoridad.
Muchas personas en la adolescencia
empiezan a confundir lisa y llanamente autoridad con potestad, es decir, con el
derecho a disponer de alguien. Pareciera como si la autoridad se confundiera
con el poder de mando. Es a partir de entonces cuando se empieza pensar que tiene
más autoridad el que más puede mandar. El término autoridad transmite hoy en
día dos cosas a la mentalidad actual: mandar y obedecer. La autoridad aparece
como una limitación de la libertad y por eso se ha hecho odiosa en nuestra
época orientada hacia la liberación.
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