martes, 2 de enero de 2024

¡¡¡Buenos días!!! ¡Feliz martes!

     “La tarea de nuestra juventud era mostrar que nuestras ideas eran sugestivas, la tarea de nuestra vejez es mostrar que son concluyentes”. (G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!

Normalmente cuando hablamos de violencia con las mujeres se piensa que el tema está relacionado con el hombre machista. Sin embargo, hay que tener en cuenta algunas consideraciones: las personas violentas cuando son hombres suelen carecer de lo que suele llamarse comúnmente, virilidad, es decir, de capacidad para ganarse el respeto de los demás respetando a los demás, no tienen una firmeza profunda, no son particularmente valientes para afrontar la vida.

En el principio de nuestra educación, cuando nuestros padres nos enseñan lo que es la vida, lo que es vivir, pueden haber cometido algunos errores que nos pueden causar ciertas distorsiones en nuestro carácter, que en casos extremos tienen consecuencias irreparables. Pienso que se pueden hacer algunas consideraciones sobre la cuestión educativa y la violencia machista sin querer perseguir a las familias.

Siempre me ha parecido que existe una relación entre las personas violentas y una educación que, cuando eran niños, les impedía discutir, lo que les imposibilitaba para aprender a afrontar las adversidades: no se les enseña a escuchar las opiniones de los demás, no aprenden por lo tanto a afrontar los desacuerdos; no aprenden a tolerar la oposición a su voluntad. De ahí que por eso sean incapaces de relacionarse en situaciones críticas y, estallan con ira y violencia, que no deben confundirse con discusiones.

Si repasamos en nuestra infancia de seguro que recordamos a algunos niños que eran pendencieros y que siempre buscaban la confrontación, no se les solía dar demasiada importancia tan solo se les reprimían sus comportamientos en casos extremos. No se les solía invitar a que se explicasen tranquilamente, que argumentarán. Si a los niños se les enseña a argumentar podrán desarrollar habilidades valiosas para su futuro, y si son hombres cuando sean adultos es poco probable que sean violentos con una mujer.

Muchas personas tienen una incapacidad para afrontar y gestionar las dificultades en sus relaciones cuando estas surgen. Y, ese hombre tranquilo y pacifico muestra su perfil más peligroso cuando no es capaz de gestionar su deficiencia para conversar al afrontar un conflicto en sus relaciones. Esa violencia contra esa mujer no tiene un origen pasional o amoroso, es pura brutalidad, una total incapacidad para gestionar sus reacciones emocionales.

Existe un debate sobre la educación de los niños que comienza en el hogar, con sus padres. Cuando los padres piensan que lo mejor y lo correcto es entretener a sus hijos y ser “padres suplentes” al dejar a sus hijos corran a sus anchas. Un río debe tener unas orillas bien delimitadas para que el agua fluya sin dispersarse, los padres deben fijar unas reglas y hacerlas cumplir con el objetivo de ayudar a sus hijos a seguir el cauce debido. Un buen padre pone límites, fomenta la autonomía, estimula la exploración de la vida y el trabajo duro. La virilidad es una cuestión de márgenes, de límites y de orillas.

Un hombre criado en el respeto de las reglas, en la satisfacción de la autonomía y en el reconocimiento de las razones de los demás, difícilmente será violento con una mujer. Y será un mejor hombre.

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