martes, 16 de enero de 2024

¡¡¡Buenos días!!! Hay que saber mandar.

     “Si el libre pensamiento significa que no somos libres de rebatir a los librepensadores, es que nos encontramos ante una forma muy sesgada de libre pensamiento” (G. K. Chesterton) 

¡¡¡Buenos días!!!

Me detuve ayer en el momento en el que debía de dar mi opinión de porque la autoridad debe ir unida al servicio para terminar de explicar porque la obediencia es una virtud. Ya sé que esta forma de entender la autoridad se encuentra en una flagrante contradicción con el concepto que reina en nuestro tiempo.  

Si miramos el significado de la palabra autoridad nos encontramos con esto:3. f. Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.”

Por lo tanto, se obedece a alguien que por su calidad y competencia en algo se constituye en autoridad. Veamos, yo debería de obedecer al que tiene una autoridad en un determinado tema, lo que sucede es que, si yo tengo la obligación de obedecer, el otro tiene derecho a que le obedezca y viceversa. ¿Por qué?

Lo que una autoridad no es: no es arbitraria, no un privilegio, no un medio para satisfacer los propios caprichos, no supone autoritarismo...

Básicamente es un servicio. El que sabe, el que es una autoridad en algo debe poner su saber y esa autoridad al servicio de los demás. El que manda debe ser quien más sirve. Su mando está al servicio de los “mandados”. Corrompe su autoridad quien se sirve de ella para su propio beneficio.

Tiene sentido que haya una autoridad. Es necesaria. Si queremos reunir un grupo de personas para formar una unidad, para que funcione al unísono como una sola persona. Esto requiere una cabeza que señale la dirección. Por esto, en todo grupo de personas, en toda sociedad, el bien común exige una autoridad. Esa es su razón de ser: servir a quienes están bajo su mando. No es el “dueño” de los demás, sino su servidor. Cada uno sirve desde su lugar al grupo. Así se evita el caos y hace posible la armonía.
Esto no es inmovilismo: a medida que una persona crece, madura, se perfecciona adquiere mayor responsabilidad porque está en condiciones de poder servir mejor.

Sólo quien sabe obedecer, sabe mandar. Sería peligrosísimo que quien no sabe o no quiere obedecer ejerza el mando: fácilmente se convertiría en un tirano. Por otro lado, todos obedecemos. De aquí que quien manda debe ser el primero en someterse a la ley, a lo pactado, al honor… Si quien manda desobedeciera, estaría minando su propia autoridad.

La autoridad hay que ganársela. Es sobre todo autoridad moral. No bastan los "títulos" (ser padre, profesor, gobernante…). La autoridad moral es una gran ayuda a la obediencia. Si quien tiene que obedecer ve el ejemplo, tiene en gran estima a quien manda y la obediencia se hace más fácil.

Pero, hay que tener claro que sólo se debe mandar lo que es bueno para el todo (el bien común) siéndolo también para quien lo ejecuta. Hay que saber mandar, para lo que se debe ser capaz de  
encontrar el puesto de cada uno, ser capaz de darse cuenta de las aptitudes y potencialidades de cada persona, ver donde es más eficaz, saber animar, enseñar coordinar. En resumen, él que manda, el que tiene autoridad debe de conseguir que cada uno dé lo mejor de sí mismo y así se desarrolle. El que manda está sujeto por lo tanto a la virtud de la justicia: “dar a cada uno lo que le corresponde”: reparte tareas, cargas y beneficios equitativamente. Si no lo hiciera así, sería injusto.

Después de todo lo dicho nos encontramos con un aspecto de la obediencia que hay que tener muy en cuenta, ya que no se trata de ejecutar la voluntad de otro.

Un perro puede hacer lo que le ordena su amo para recibir como premio un hueso o evitar un golpe, sin embargo, no puede obedecer porque no es libre. Sin libertad no hay obediencia. Sin adhesión interna no hay obediencia como acto virtuoso. La obediencia como acto virtuoso supone la unión de voluntades, el actuar libre y responsablemente.

La obediencia no es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. No es tampoco una mera cuestión funcional (aunque también lo es).

En fin, lo dejo por hoy.

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