“Existe una diferencia esencial entre la frase que se lee una vez y la que se lee dos veces” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
No creo que sea por la edad, espero, pero
a mí me gusta el silencio y veo a mi alrededor que existe un miedo, un horror
intenso y enorme a estar en silencio. Recuerdo que hace unas décadas las
personas buscaban en el silencio la tranquilidad y el sosiego que los
quehaceres diarios les impedían tener, en cambio ahora se busca en los
contenidos audiovisuales y en ese vicio de mirar en las redes lo que le sucede al
vecino la tranquilidad que antes nos daba el silencio.
El silencio, ahora, agita más que nunca.
La gran mayoría de las personas necesita música, noticias, y ruido para
concentrarse porque se ha llegado a un concepto de concentración que va en
contra de nuestra conciencia. Queremos hacer lo que nos dé la gana, y nos
rodeamos de un ruido permanente. Llevamos la rebeldía a su máximo esplendor: no
queremos normas ni ninguna voz interior que nos las recuerde.
Me da la impresión de que se tiene miedo
a esa voz interior que brota de nuestra conciencia y que aumentaría nuestra sensatez.
Nos hemos incapacitado para el silencio, vamos todo el día llenando nuestra
agenda para no tener un minuto libre, un hueco o un momento de silencio que nos
dé la ocasión de oír a lo lejos el susurro de una sociedad que nos aprisiona.
Al final, puede ser que ya no tengamos cuerpo
para el silencio, pero ese horror al silencio en realidad no ha cambiado nada o
tal vez es posible que lo haya cambiado todo: seguimos necesitando el silencio
tanto como siempre, pero nos horroriza si lo conseguimos. Algo no funciona bien
en nuestra cabeza, en el alma. Se trata de un horror a nosotros mismos, en
miedo a vernos en lo que nos hemos convertido o hemos dejado que nos conviertan.
No queremos pensar porque no nos gustarían las conclusiones a las que llegaríamos.
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