jueves, 4 de enero de 2024

¡¡¡Buenos días!!! Gobernar no sólo a todos, sino para todos.

     “Hay un tipo de legisladores para los que no es bastante que yo no haga lo que disgusta a mi vecino, sino que imponen que me guste lo que le gusta a mi vecino”. (G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!

Aunque tenemos la suerte de vivir en Europa y, se supone que tenemos asimilado el concepto de la democracia, no por eso debemos de olvidarnos de repasarlo de vez en cuando, es más, lo debemos repensar continuamente.

Ya sé que todos nosotros no podríamos entender una democracia en la que se intentará aplastar, al contrario. Lo tenemos claro: la democracia es una convivencia que tiene en cuenta nuestras diferencias, pero buscando siempre el bien común.

 Es decir: una vez que se sabe el resultado de las elecciones, con todo ese desgaste que se ha producido, precisamente, en todo lo que tenemos de diferente y nos separa, es la hora de que nos encontremos en lo que nos concierne, para ir construyendo lo que tenemos en común. No hemos entregado nuestra soberanía al votar en unas elecciones, sino que hemos cedido su representación para poder mirarnos a los ojos sin rencores. Nuestros votos, los votos en una democracia verdadera nunca deben servir para someter a los otros, a los que son diferentes. Y, además, son necesarias varias cosas: respetar el Estado de derecho y el principio de legalidad no es importante, sino indispensable. La igualdad real ante la ley, y saber que debemos respetarla. Y sin igualdad real ante la ley, sin principio de legalidad y sin Estado de derecho, nunca existirá la libertad.

 Hay que volver a recordar que la libertad no es, ni puede ser, un campo sin vallas: la libertad se mueve entre las empalizadas razonables del derecho del otro. Es decir: mi libertad termina justo donde comienza tu derecho. Y si el conflicto se pone muy difícil entre ambos bienes jurídicos, para eso tenemos el Tribunal Constitucional, suponiendo que no esté intervenido -o sea, cautivo- y sea independiente.

La libertad, la verdadera libertad no es la anarquía, sino una obediencia al principio de legalidad, que es lo que nos ofrece verdadera seguridad jurídica. Seguridad jurídica, por si alguien tiene duda, es que puedes estar tranquilamente en tu hogar precisamente porque sabes que es tu casa, y nadie tiene derecho a que deje de serlo. Cierras la puerta con la tranquilidad de que, si alguien intenta vulnerar tu propiedad, el Estado y la legalidad estarán de tu parte.

De ahí que lo contrario de la libertad, con el Estado de derecho, es la arbitrariedad: que, en las mismas circunstancias, alguien con poder pudiera decidir cuando tienes derecho a seguir en tu casa y cuando no, basándose en su propia conveniencia. Por eso, lo que llamamos libertad total – o lo que es lo mismo, la anarquía- no tiene sentido fuera de la imaginación: es un fraude para que alguien decida por ti lo que te viene bien y lo que no, a qué tienes derecho y a qué no. Y, cada vez que alguien intente deslegitimar o usurpar el principio de legalidad que te protege de cualquier abuso de poder, aunque utilice todos los medios a su alcance para convencerte, por muy convincentes que sean, de que lo hace por ti, no lo dudes nunca: lo único que busca es ocupar todo tu derecho, y quedarse con él.

Lo peor que puede hacer un Gobierno democrático en una democracia no es sólo no decir que está dispuesto a gobernar para todos, tanto lo que lo han votado como los que no, sino que el presidente de ese Gobierno deje claro en su primer discurso que está decidido a lo contrario. Según mi forma de ver la democracia, una persona es muy libre de presentarse a unas elecciones pensando únicamente en sus posibles electores, pero si consigue presidir un Gobierno debe dejarnos siempre claro que el gobierno lo ejerce para todos. Lo contrario es abrir una grieta dentro de la sociedad, con un temblor que puede acabar mal.

Resulta que cuando cedemos la representación de nuestra soberanía en unas elecciones lo hemos hecho todos, no solamente aquellos que piensan como el partido que ha sumado más votos, no solamente aquellos que han dado a ese partido su voto o que lo han entregado a una formación sabiendo que después se uniría a otras. Un discurso electoral puede ser frentista, pero el de investidura no puede serlo nunca; porque moralmente, como presidente del Gobierno, se debe a todos. Por eso su obligación es asegurarnos que, por encima de las diferencias, se compromete a gobernar no sólo a todos, sino para todos.

Porque, sí parece claro que un Gobierno va a dedicarse solo a gobernar para sus adeptos, la fractura social está garantizada, y eso nos coloca en una tesitura mucho más cerca de una dictadura encubierta, aunque tenga el refrendo de los votos.

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