“Muchos hombres han tenido la suerte de casarse con la mujer que aman. Pero tiene mucha más suerte el hombre que ama a la mujer con la que se ha casado” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Hace unos días subía con la bicicleta
por Petracos y me encontré una rama de un olivo que el viento había arrastrado
hasta la carretera, la esquive, pero unos metros después volví atrás y la retiré
pues era posible que causara un accidente a algún ciclista que bajase.
Mientras bajaba hacia la Vall d’Ebo
pensaba que quizás en la vida pueden pasar situaciones parecidas. Nos
encontramos ante alguna dificultad de la vida o con algún problema y podemos
elegir entre solucionarlo bajo el famoso; “sálvese quien pueda”, o por solucionarlo,
pero sin olvidarnos de nuestro compromiso con los demás.
Si lo pensamos veremos cómo nos
encontramos con muchos ejemplos, y nos daremos cuenta de que muchas veces no
somos conscientes de que nuestros actos tienen consecuencias en los demás y,
por lo tanto, en nuestro mundo. Por ejemplo: no acudir a una cita médica y no
avisar o esas personas que por tener un trabajo fijo garantizado les da igual
la calidad de su trabajo porque ya no necesitan esforzarse.
Si queremos una sociedad justa debemos
tener un compromiso con los demás.
Conseguirlo no es fácil, ya que todos somos
conscientes de muchas cosas, aunque las sepamos, no las llevamos a cabo porque
sólo hacemos aquellas que nos gustan. El mundo en el que vivimos se siente cómodo
en un ambiente poco agresivo, tolerante, en el que las personas se ven
liberadas de la influencia de los demás porque se han desligado, no existen
lazos de unión. Se ha abolido lo trágico y se mueve con soltura en una
efectividad divertida, sin compromiso y donde se devalúa lo real.
Podemos observar como la seriedad se desacredita
constantemente a nuestro alrededor, porque se ve en el origen de las grandes
tragedias de la humanidad que surgen porque alguien se tomó algo demasiado en
serio, ya fuese la nación, la raza o el partido. Nuestra sociedad desconfía,
con razón, de todo fanatismo. Se tiene un valor por encima de los demás, que es
la libertad, y todo lo demás son procedimientos para conseguirla. Cuesta mucho
admitir cualquier clase de afirmación que sea mantenida con vigor. Asusta
cualquier norma que sea bien definida. Pues, parece que se tenga una consigna
clara que nos está repitiendo que no tomemos nada en serio, ni siquiera a
nosotros mismos.
Muchas personas se han dado cuenta de
las ventajas que tiene olvidarse de los afectos, todos somos de lo más
divertidos, las costumbres son desenfadadas, todo se toma como leve, gusta la
levedad. No hay duda de que esta forma de vivir tiene sus ventajas, sin
embargo, es fácil comprobar que esa actitud de levedad produce frutos
ambivalentes: pretende fortalecer el Yo, y acaba, sin embargo, patrocinando un
Yo débil, fluido e insolidario; en vez de ensalzar la creatividad, que es lo
que pretendía, crea una persona errática y pasiva.
Se huye de la realidad y eso nos
convierte en simples espectadores de nuestra vida. Rechazamos el compromiso lo
que da paso a una espontaneidad caprichosa, por la cual la persona es lo que le
da la gana, o sea, lo que se le ocurre, es decir, una salida imprevisible.
Muchas veces no nos damos cuenta, pero
al huir del compromiso eludimos la realidad. Es necesario comprometerse porque
la vida está llena de compromisos. La vida es optar y adquirir vínculos: quien
pretenda almacenar intacta su capacidad de optar, no es libre: es un prisionero
de su indecisión.
Por eso, aunque todo compromiso en algún
momento de la vida resulta costoso y difícil de llevar, perder el miedo al
compromiso es el único modo de evitar que sea la indecisión quien acabe por
comprometernos. Quien jamás ha sentido el tirón que supone la libertad de
atarse, no intuye siquiera la profunda naturaleza de la libertad.
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