martes, 23 de enero de 2024

¡¡¡Buenos días!!! Un compromiso con los demás.

     “Muchos hombres han tenido la suerte de casarse con la mujer que aman. Pero tiene mucha más suerte el hombre que ama a la mujer con la que se ha casado” (G. K. Chesterton)

¡¡¡Buenos días!!!

Hace unos días subía con la bicicleta por Petracos y me encontré una rama de un olivo que el viento había arrastrado hasta la carretera, la esquive, pero unos metros después volví atrás y la retiré pues era posible que causara un accidente a algún ciclista que bajase.

Mientras bajaba hacia la Vall d’Ebo pensaba que quizás en la vida pueden pasar situaciones parecidas. Nos encontramos ante alguna dificultad de la vida o con algún problema y podemos elegir entre solucionarlo bajo el famoso; “sálvese quien pueda”, o por solucionarlo, pero sin olvidarnos de nuestro compromiso con los demás.

Si lo pensamos veremos cómo nos encontramos con muchos ejemplos, y nos daremos cuenta de que muchas veces no somos conscientes de que nuestros actos tienen consecuencias en los demás y, por lo tanto, en nuestro mundo. Por ejemplo: no acudir a una cita médica y no avisar o esas personas que por tener un trabajo fijo garantizado les da igual la calidad de su trabajo porque ya no necesitan esforzarse.

Si queremos una sociedad justa debemos tener un compromiso con los demás.

Conseguirlo no es fácil, ya que todos somos conscientes de muchas cosas, aunque las sepamos, no las llevamos a cabo porque sólo hacemos aquellas que nos gustan. El mundo en el que vivimos se siente cómodo en un ambiente poco agresivo, tolerante, en el que las personas se ven liberadas de la influencia de los demás porque se han desligado, no existen lazos de unión. Se ha abolido lo trágico y se mueve con soltura en una efectividad divertida, sin compromiso y donde se devalúa lo real.

Podemos observar como la seriedad se desacredita constantemente a nuestro alrededor, porque se ve en el origen de las grandes tragedias de la humanidad que surgen porque alguien se tomó algo demasiado en serio, ya fuese la nación, la raza o el partido. Nuestra sociedad desconfía, con razón, de todo fanatismo. Se tiene un valor por encima de los demás, que es la libertad, y todo lo demás son procedimientos para conseguirla. Cuesta mucho admitir cualquier clase de afirmación que sea mantenida con vigor. Asusta cualquier norma que sea bien definida. Pues, parece que se tenga una consigna clara que nos está repitiendo que no tomemos nada en serio, ni siquiera a nosotros mismos.

Muchas personas se han dado cuenta de las ventajas que tiene olvidarse de los afectos, todos somos de lo más divertidos, las costumbres son desenfadadas, todo se toma como leve, gusta la levedad. No hay duda de que esta forma de vivir tiene sus ventajas, sin embargo, es fácil comprobar que esa actitud de levedad produce frutos ambivalentes: pretende fortalecer el Yo, y acaba, sin embargo, patrocinando un Yo débil, fluido e insolidario; en vez de ensalzar la creatividad, que es lo que pretendía, crea una persona errática y pasiva.

Se huye de la realidad y eso nos convierte en simples espectadores de nuestra vida. Rechazamos el compromiso lo que da paso a una espontaneidad caprichosa, por la cual la persona es lo que le da la gana, o sea, lo que se le ocurre, es decir, una salida imprevisible.

Muchas veces no nos damos cuenta, pero al huir del compromiso eludimos la realidad. Es necesario comprometerse porque la vida está llena de compromisos. La vida es optar y adquirir vínculos: quien pretenda almacenar intacta su capacidad de optar, no es libre: es un prisionero de su indecisión.

Por eso, aunque todo compromiso en algún momento de la vida resulta costoso y difícil de llevar, perder el miedo al compromiso es el único modo de evitar que sea la indecisión quien acabe por comprometernos. Quien jamás ha sentido el tirón que supone la libertad de atarse, no intuye siquiera la profunda naturaleza de la libertad.

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