“El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas” (G. K. Chesterton)
Voy acumulando kilómetros, tal vez demasiados para estar
haciéndolos sin alforjas, ir tan ligero ahora no pienso que sea demasiado bueno
para realizar un viaje con alforjas.
Aunque el año que viene creo que voy a conseguir llevar
algún kilo de menos, y no me refiero solo a los que se quedan en casa con la
nueva bicicleta, sino que he aprendido a discernir cuándo algo es necesario o
no, de modo que llevare las cosas que tengan una verdadera utilidad.
Ahora es fácil repasar la lista de lo que no utilicé y apartarlo,
pero según se vaya acercando el día de cargar las alforjas se empieza a dudar, y
dudamos a pesar de saber que el truco se encuentra en utilizar correctamente el
material.
¿Cuánto se necesita para viajar en bicicleta? En
realidad, se necesita de poca cosa, pero nuestro mundo cada vez nos ofrece más
y más, estableciendo dependencias que nos someten, necesitamos cada vez más de
las nuevas tecnologías, y sin embargo siempre hemos viajado con un simple mapa
y no sentíamos la necesidad de estar conectados ni de ir retrasmitiendo
nuestras experiencias.
Viajamos con el deseo de alcanzar aquello que tanto nos
ilusiona (conocer mundo, …) y nuestro viaje se adapta y se mueve a ese ritmo,
sin embargo, si no tenemos cuidado, puede llegar el momento en que a pesar de
tenerlo todo preparado sentimos una insatisfacción, pretendemos que toda la
preparación y todo el material que llevamos llene un vacío interior, que no se
ha llenado como las alforjas y es posible que tampoco lo haga en el viaje.
Cuantas veces no habréis leído en este blog la frase de
Chesterton: “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay
que tener ideas”, hay que tener algo en nuestro interior para poderlo
engrandecer, de la nada no puede surgir nada.
Nos resulta cómodo y muy útil utilizar un navegador. Le
ponemos el punto al que queremos llegar y el lugar en donde nos encontramos y
mientras pedaleamos, vamos recibiendo las instrucciones. Si nos equivocamos nos
lo advierte y recalcula el itinerario. Funciona, y por lo general bien, pero en
nuestra vida, a pesar de que sería interesante, no disponemos de un dispositivo,
de ningún aparato para caminar seguros por la vida y nos desorientamos muchas
veces. Y, sin embargo, si nos detenemos un poco, veremos que si que tenemos un
sistema de orientación.
Estamos dotados de razón, de alguna manera nuestra razón
es capaz de percibir y analizar la situación en la que nos encontramos, además
poseemos voluntad, que posee la suficiente fuerza para tomar conciencia. La
conciencia detecta la existencia de unas normas de funcionamiento que tenemos
impresas en nuestro subconsciente y nos advierte de peligrosos desvíos que no
debemos tomar.
Está claro, si para viajar con el GPS tenemos que saber
el punto de salida y el punto de llegada, también tendríamos que conocer con
exactitud nuestro punto de origen y nuestro destino, no solo para alcanzar esta
o aquella cosa, sino para la totalidad de nuestro viaje por este mundo, eso que
normalmente llamamos nuestra vida sin darnos cuenta muchas veces de que más que
nuestra la tenemos prestada.
Si utilizamos poco la razón y la conciencia, se nos estropearán,
no funcionarán bien. Razonar para encontrar la verdad de nosotros y nuestro
entorno, para distinguir lo bueno de lo malo, lo útil de lo superfluo, lo
saludable de lo nocivo, es un espinoso trabajo al que renunciamos ya que nos
resulta más cómodo aceptar lo que nos ofrecen en el mercado de las ideologías,
de la publicidad, del consumo, de la política o de los medios de comunicación,
siempre que nos faciliten la mayor cantidad de placer y nos eviten
responsabilidades y preocupaciones. Quizás por ello somos decididos partidarios
de que el estado del bienestar cuide de nosotros.
Puede suceder que nuestra conciencia proteste del mal uso
que hacemos de la razón y de la voluntad, y que lo esté haciendo por un tiempo,
pero al final terminará por cansarse y enmudecer, sobre todo si la engañamos diciéndole
constantemente que no existe nada que nos vaya a pedir cuentas de lo que
hacemos ni que exista otra vida, más grande y definitiva, después de nuestra
muerte.
Aunque no fuera más que, por si acaso, estuviese bien pensar
que nuestro punto de destino no es la muerte, sino otra vida distinta y
perdurable que hay que asegurar.
Buenos días.