sábado, 28 de agosto de 2021

Etapa 41, miércoles 18 de agosto de 2021.

 Etapa 41, miércoles 18 de agosto de 2021.

Desde: Baone a Venecia. 

Voy a trasladarme al miércoles 18 de agosto de 2021, ahora estoy en Pego donde ayer concluí un largo viaje, estoy en sábado 28 de agosto de 2011. Han transcurrido 10 días desde que comencé a pedalear en Baone, y recorrerí unos 67 kilómetros completamente llanos, y llegué al objetivo que me había propuesto, que no es otro que Venecia.

En concreto el camping de Fusina, lugar al que es la tercera vez que llegamos mi bicicleta y yo, es verdad que, desde lugares y circunstancias distintas, pero con la misma bicicleta y las mismas piernas.

Muchos ciclo-viajeros pueden preguntarse: ¿Y ahora qué? ¿He terminado y ya está? Y solo me queda recordarlo viendo algunas imágenes en instagram o leyendo mis comentarios en el blog. O tal vez siento un cierto alivio al ver lo que hice mal y saber que quizá cuando lo vuelva a realizar pueda hacerlo mejor y, repetir todo lo que me salió bien.

Es verdad que esta forma de ver y realizar los viajes, teniendo la idea de una segunda oportunidad tienta de un modo extraño, y, tal vez, pensándolo un poco, hace valorar poco todo el viaje y sus experiencias. Y eso puede ser muy peligroso para un ciclo-viajero.

Según mi forma de verlo, no es mala idea aceptar sin más que no existirá una “segunda oportunidad”, si bien desde este punto de vista cada viaje adquiere un valor enorme.

Lo que he realizado en cada uno de los 2312 kilómetros no se repetirá por lo que no voy a tener la oportunidad de mejorarlo, por eso cada momento, cada decisión que tomé han sido únicos y estarán ahí para siempre, son eternos.

Delante del final de un viaje, se puede explicar cada detalle, cada kilómetro o se puede empezar a vivir otro, a imaginarlo.

Hemos visto y hemos leído que el estudio de un futuro viaje siempre tiene que ir acompañado de ilusión, ya que esta tiene en su raíz la condición primera que consiste en la facultad de ir anticipándose a los acontecimientos hasta que llegue el momento de volver a ponerse en marcha.

Pero, a esta edad, a mi edad, hay otra forma de ver el próximo viaje, de ver por tanto una forma de futuro que no se presenta como inminente, ni siquiera como accesible – al menos con seguridad -, sino como algo distante, quizá remoto, acaso improbable, porque no llegue a cumplirse o porque yo no llegue a él.

Estos viajes de largo recorrido en bicicleta se parecen en muy pocos aspectos con las ilusiones con que se alimenta nuestra vida, por lo general pequeñas, menudas, a las cuales se suele dar poca importancia. Pienso que sin ellas nuestra vida se hace más pequeña, se convierte en un aburrido proceso rutinario que se encuentra amenazado por el aburrimiento, el riesgo más peligroso de nuestro tiempo. Esas pequeñas ilusiones que nos nutren, que nos mantienen alerta y a la expectativa, que nos ayudan a seguir viviendo, son las importantes.

Se trata de esas ilusiones que van llenando la mayoría de nuestros días: tenemos ilusión por ver una parte de nuestra comarca, por pasear por el campo, por la hora de la comida, por tomar una taza de café, por ver a una persona, estar con ella, hablarle y que nos hable. Anticipamos todo eso, contamos con ellas con diferentes grados de  seguridad, pensamos que algunas de esas ilusiones se cumplirán, con alguna preocupación respecto a otras que no vemos tan clara su realización.

Lo importante es que estas ilusiones son reiterativas. Se cuenta con que van a volver. Y ello calma la amenaza del aburrimiento. Estas ilusiones pequeñas, cotidianas nos dan una apariencia de eternidad: lo que hacemos todos los días, parece que lo vamos a poder seguir haciendo todos los días, es decir, siempre.

Sabemos que no será “siempre”; pero pensar con que será mañana nos calma la angustia y nos permite gozar de cada día, vivir con cierta calma.

Un viaje de largo recorrido en bicicleta se puede enmarcar en este tipo de ilusiones que nos mantienen esperando el día de mañana, pero la edad las traslada, les da una “fecha de caducidad”.  Se puede decir que le añadimos una cierta desilusión, una decepción que la acecha. La gran desilusión sería la interrupción, la anulación por la muerte de esa viva ilusión. Con esto se tiene que contar, de una forma o de otra, con unos u otros supuestos, en diversas actitudes al buscar el próximo viaje. Y esto me lleva inexorablemente al horizonte último de la vida, a la expectativa de su continuación, cualquiera que sea la tonalidad de esta.

Toda vida humana se desarrolla con el telón de fondo de mortalidad en el sentido más fuerte de la palabra, no ya que el hombre es “mortal” en el sentido de que puede morir, sino que es “moriturus”, esto es, tiene que morir. Pienso que uno de los hechos más graves que nos sucede es la tendencia actual, -en gran parte provocada- de eliminar esta importante dimensión de la vida humana. No es que los hombres ahora no “sepan” que tienen que morir, sino que esa seguridad se “desconecta” de sus vidas, y estas se desarrollan sin contar con ello, sin que la mortalidad intervenga en su día a día, modificándolo, dándole un sentido que es, casualmente, el que le pertenece. La intrínseca mortalidad de la vida exige que esté operando dentro de ella, so pena de falsearla: la efectiva ilusión en el sentido negativo de la palabra, el supremo engaño, es el de una vida que intenta ignorar la muerte y no contar con ella más que negativamente, como un mero “término” o acabamiento.

En fin, hay más etapas en este viaje, un viaje que termino ayer.

Buenos días.

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