No me queda más remedio que ampliar lo que empecé ayer y terminar aquí lo que he empezado por whatsapp.
Estar
viviendo en un régimen democrático no garantiza que no nos estén manipulando o
al menos intentándolo. Pensar que la democracia nos protege de la manipulación es
de ser demasiado ingenuos y nos dejaría desguarnecidos ante el fenómeno de la
manipulación.
Es
verdad que en las democracias cuesta un poco más ver la manipulación que si estuviéramos
en una dictadura ya que se utiliza con demasiada frecuencia una clase de
coacción que podríamos llamar de guante blanco. Funciona más o menos de la
siguiente forma; se actúa como si se respetara la libertad, palabra “mágica”
por excelencia y que resulta por ello intocable. Se nos viene a decir que somos
libres de pensar como queramos, de conservar nuestra forma de vivir, nuestros
bienes… pero si no pensamos como decide una “opinión pública”, vamos a ser como
extranjeros en nuestra sociedad. Esto es importante para que seamos
manipulables. Quien no se somete a la opinión pública va a quedar fuera de
juego; no recibirá ningún apoyo, será excluido. Y esto crea miedo y va a ser
muy difícil que se tenga libertad interior y que se actúe con criterios
propios.
He
dicho todo esto para centrar un poco la cuestión. Si se unen unos medios de
comunicación con los que regentan el poder y, utilizan unas simples técnicas de
manipulación vamos a estar, prácticamente perdidos. Si están dispuestos a
mentir sabiendo que lo hacen, no tenemos escapatoria. La solución solo la
encontraremos en ser capaces de ver los recursos malabaristas que utilizan y
buscar como siempre la verdad.
Una
técnica que ponen en funcionamiento los políticos y que apoyan algunos medios
de comunicación cuando, como ahora se acercan elecciones, es crear tensión, es
el miedo. Sabemos y saben, que estar relajado y con la costumbre de razonar las
cosas nos afina la sensibilidad para ver los valores, nos pone en alerta la
inteligencia ante las falacias y trampas, aviva la voluntad para superar
obstáculos, nos otorga poder de discernimiento para distinguir al guía del
embaucador. Pero si nos meten miedo en el cuerpo, en cambio, nos cohibimos, nos
acobardamos, perdemos energía para resistir, disminuye la necesaria vitalidad
para conservarse dignamente independientes frente a las pretensiones que nos
quieren obligar a aceptar. La cobardía
trabaja en favor del demagogo. Un pueblo que se deja adormecer por los manipuladores
se entrega a estos antes de resistirse.
Veamos,
el recurso del miedo lo usan cuando se quiere evitar abordar los problemas de
un modo racional, sereno y concienzudo. Solo tienen que sugerir muy de pasada
que, si gana tal partido político, se sacarán “las masas” a la calle, para que
muchas personas se decidan por el llamado “voto útil”, que en muchos casos es
el “voto del miedo”, de un miedo que nos han infundido en el ánimo con una
astucia premeditada, es decir, estratégica, manipuladora.
En
los últimos decenios, aquí en España, nos podemos encontrar con casos bastante
llamativos, mediante el recurso del miedo a volver a situaciones anteriores a
la instauración de la democracia. Se insiste una y otra vez en el carácter
siniestro del nazismo, se empareja tácticamente nazismo con fascismo,
y se identifica fascismo con todo género de régimen autoritario.
Con ello se tiene a mano un abanico inagotable de posibilidades de
descalificación de notables adversarios políticos que vivieron o tuvieron de
alguna forma relación con las formas de gobierno autoritarias.
Ese
recurso de explotar al máximo la tendencia de las personas a evitar riesgos
traspasa muchas veces el umbral de lo verosímil y resulta hasta ridículo si se
analiza con serenidad. Un ejemplo más o menos parecido lo habremos visto
algunas veces en algún debate o mitin electoral cuando un dirigente declara, con
toda decisión, como quien afirma algo obvio, que "el enemigo a batir es
siempre la derecha, porque si la derecha llega al poder, desaparecen todas las
libertades por las que hemos luchado tanto". Una persona que ejerce la
función de guía y portavoz de millones de españoles debería matizar sus
expresiones y articular sus juicios de forma cuidadosa, pues la historia de los
conflictos que hemos pasado es ya lo suficientemente amplia en incidentes para
hacer ver a las mentes menos agudas que la falta de ajuste en los conceptos
provoca muy serias conmociones sociales. Parece que todas las pruebas sufridas
en el último siglo y medio han sido en vano. Los grandes responsables siguen
hablando de "libertad" y de "la derecha" con la misma
borrosidad táctica de las épocas más sombrías.
Esta
actitud superficial no responde a una incapacidad intelectual o a ignorancia,
sino al afán estratégico de provocar en las personas un sentimiento irracional
de “temor” al adversario político y atraerlo así gracias a una acción
de rebote hacia sus propias posiciones. Si mi oponente es el enemigo por
excelencia de las libertades, yo -que soy su contrario- quedo erigido en
heraldo de la libertad, y esta consagración gratuita seguirá operando en el
ánimo de las personas, aunque, a lo largo del tiempo, mi actuación concreta pueda
ser opresora y dictatorial.
Esta
circunstancia explica, por ejemplo, que un grupo pueda proclamar al mismo
tiempo su voluntad de estatalizar al máximo los medios de producción y su
condición de garante de las libertades públicas. Se trata de una contradicción
flagrante. Para salvarla en alguna medida, los partidarios incondicionales de
tal grupo, fascinados por la idea nunca revisada de que él y sólo él es quien
garantiza la libertad social, hacen un giro mental y pasan a considerar como
módulo de autenticidad democrática la “eficacia”, no la independencia y
libertad económicas.
Pero
claro, hay que cerrar el círculo, bien sabemos que "eficacia" es la
palabra talismán en las dictaduras. Para desmarcarse de las dictaduras de
"derechas" -que a la eficacia suelen unir el afán de fomentar las
virtudes cívicas del orden, la unión familiar, la autoridad, la sobriedad de
costumbres...-, los grupos aludidos suelen ofrecer a la sociedad, por vía de
compensación, toda clase de libertades en materia de moral y costumbres,
haciendo caso omiso del hecho incuestionable de que tales libertades cortan de
raíz la única libertad humana auténtica, que es la "libertad para tomar
nuestras propias decisiones". Esta consecuencia se da a medio plazo, y el
demagogo se cuida en exclusiva de conseguir unos beneficios inmediatos. Cuando
llegue el momento de lamentar las consecuencias de tales medidas, posiblemente
el político responsable ya no estará en el poder y no tendrá que hacer frente a
las mismas ni dar cuenta de ellas.
Una
persona normal puede considerar esta utilización del miedo como un recurso
despreciable, nada digno de atención. Tiene razones sobradas para ello, pero no
debe olvidar que el pueblo es sumamente sensible a este género de
insinuaciones.
Buenos
días.
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