miércoles, 28 de abril de 2021

Voto útil o voto del miedo.

     No me queda más remedio que ampliar lo que empecé ayer y terminar aquí lo que he empezado por whatsapp.

Estar viviendo en un régimen democrático no garantiza que no nos estén manipulando o al menos intentándolo. Pensar que la democracia nos protege de la manipulación es de ser demasiado ingenuos y nos dejaría desguarnecidos ante el fenómeno de la manipulación. 

Es verdad que en las democracias cuesta un poco más ver la manipulación que si estuviéramos en una dictadura ya que se utiliza con demasiada frecuencia una clase de coacción que podríamos llamar de guante blanco. Funciona más o menos de la siguiente forma; se actúa como si se respetara la libertad, palabra “mágica” por excelencia y que resulta por ello intocable. Se nos viene a decir que somos libres de pensar como queramos, de conservar nuestra forma de vivir, nuestros bienes… pero si no pensamos como decide una “opinión pública”, vamos a ser como extranjeros en nuestra sociedad. Esto es importante para que seamos manipulables. Quien no se somete a la opinión pública va a quedar fuera de juego; no recibirá ningún apoyo, será excluido. Y esto crea miedo y va a ser muy difícil que se tenga libertad interior y que se actúe con criterios propios.

He dicho todo esto para centrar un poco la cuestión. Si se unen unos medios de comunicación con los que regentan el poder y, utilizan unas simples técnicas de manipulación vamos a estar, prácticamente perdidos. Si están dispuestos a mentir sabiendo que lo hacen, no tenemos escapatoria. La solución solo la encontraremos en ser capaces de ver los recursos malabaristas que utilizan y buscar como siempre la verdad.

Una técnica que ponen en funcionamiento los políticos y que apoyan algunos medios de comunicación cuando, como ahora se acercan elecciones, es crear tensión, es el miedo. Sabemos y saben, que estar relajado y con la costumbre de razonar las cosas nos afina la sensibilidad para ver los valores, nos pone en alerta la inteligencia ante las falacias y trampas, aviva la voluntad para superar obstáculos, nos otorga poder de discernimiento para distinguir al guía del embaucador. Pero si nos meten miedo en el cuerpo, en cambio, nos cohibimos, nos acobardamos, perdemos energía para resistir, disminuye la necesaria vitalidad para conservarse dignamente independientes frente a las pretensiones que nos quieren obligar a aceptar.  La cobardía trabaja en favor del demagogo. Un pueblo que se deja adormecer por los manipuladores se entrega a estos antes de resistirse.

Veamos, el recurso del miedo lo usan cuando se quiere evitar abordar los problemas de un modo racional, sereno y concienzudo. Solo tienen que sugerir muy de pasada que, si gana tal partido político, se sacarán “las masas” a la calle, para que muchas personas se decidan por el llamado “voto útil”, que en muchos casos es el “voto del miedo”, de un miedo que nos han infundido en el ánimo con una astucia premeditada, es decir, estratégica, manipuladora.  

En los últimos decenios, aquí en España, nos podemos encontrar con casos bastante llamativos, mediante el recurso del miedo a volver a situaciones anteriores a la instauración de la democracia. Se insiste una y otra vez en el carácter siniestro del nazismo, se empareja tácticamente nazismo con fascismo, y se identifica fascismo con todo género de régimen autoritario. Con ello se tiene a mano un abanico inagotable de posibilidades de descalificación de notables adversarios políticos que vivieron o tuvieron de alguna forma relación con las formas de gobierno autoritarias.

Ese recurso de explotar al máximo la tendencia de las personas a evitar riesgos traspasa muchas veces el umbral de lo verosímil y resulta hasta ridículo si se analiza con serenidad. Un ejemplo más o menos parecido lo habremos visto algunas veces en algún debate o mitin electoral cuando un dirigente declara, con toda decisión, como quien afirma algo obvio, que "el enemigo a batir es siempre la derecha, porque si la derecha llega al poder, desaparecen todas las libertades por las que hemos luchado tanto". Una persona que ejerce la función de guía y portavoz de millones de españoles debería matizar sus expresiones y articular sus juicios de forma cuidadosa, pues la historia de los conflictos que hemos pasado es ya lo suficientemente amplia en incidentes para hacer ver a las mentes menos agudas que la falta de ajuste en los conceptos provoca muy serias conmociones sociales. Parece que todas las pruebas sufridas en el último siglo y medio han sido en vano. Los grandes responsables siguen hablando de "libertad" y de "la derecha" con la misma borrosidad táctica de las épocas más sombrías.

Esta actitud superficial no responde a una incapacidad intelectual o a ignorancia, sino al afán estratégico de provocar en las personas un sentimiento irracional de “temor” al adversario político y atraerlo así gracias a una acción de rebote hacia sus propias posiciones. Si mi oponente es el enemigo por excelencia de las libertades, yo -que soy su contrario- quedo erigido en heraldo de la libertad, y esta consagración gratuita seguirá operando en el ánimo de las personas, aunque, a lo largo del tiempo, mi actuación concreta pueda ser opresora y dictatorial.

Esta circunstancia explica, por ejemplo, que un grupo pueda proclamar al mismo tiempo su voluntad de estatalizar al máximo los medios de producción y su condición de garante de las libertades públicas. Se trata de una contradicción flagrante. Para salvarla en alguna medida, los partidarios incondicionales de tal grupo, fascinados por la idea nunca revisada de que él y sólo él es quien garantiza la libertad social, hacen un giro mental y pasan a considerar como módulo de autenticidad democrática la “eficacia”, no la independencia y libertad económicas.

Pero claro, hay que cerrar el círculo, bien sabemos que "eficacia" es la palabra talismán en las dictaduras. Para desmarcarse de las dictaduras de "derechas" -que a la eficacia suelen unir el afán de fomentar las virtudes cívicas del orden, la unión familiar, la autoridad, la sobriedad de costumbres...-, los grupos aludidos suelen ofrecer a la sociedad, por vía de compensación, toda clase de libertades en materia de moral y costumbres, haciendo caso omiso del hecho incuestionable de que tales libertades cortan de raíz la única libertad humana auténtica, que es la "libertad para tomar nuestras propias decisiones". Esta consecuencia se da a medio plazo, y el demagogo se cuida en exclusiva de conseguir unos beneficios inmediatos. Cuando llegue el momento de lamentar las consecuencias de tales medidas, posiblemente el político responsable ya no estará en el poder y no tendrá que hacer frente a las mismas ni dar cuenta de ellas.

Una persona normal puede considerar esta utilización del miedo como un recurso despreciable, nada digno de atención. Tiene razones sobradas para ello, pero no debe olvidar que el pueblo es sumamente sensible a este género de insinuaciones.

Buenos días.

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