“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Después de la excursión del
domingo pasado he confirmado lo que ya observé en el último viaje con las
alforjas, necesitaba un poco más de desarrollo en la transmisión de la
bicicleta para los próximos viajes. Sobre todo, para afrontar los grandes
puertos de montaña que sin duda abundan en esta nuestra querida España, pero sobre
todo porque nos gusta disfrutar de sus vistas y sus anchos y largos horizontes.
Así que he comprado el
material necesario y ya están realizados los cambios, solo nos falta cargar la
bicicleta y comprobar si ha valido la pena todo el trabajo. La bicicleta será
más lenta, pero con las alforjas será más cómoda y esto es lo que en realidad
importa en el cicloturismo.
¡No
corras, ve despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo! Nos decía
Juan Ramón Jiménez y, no se puede expresar mejor la esencia del biciviajero. Estamos
en la era de la prisa en casi todos los aspectos. Vamos todos a gran velocidad,
Los coches son diseñados para correr, cada vez a mayor velocidad. La técnica ha
reducido enormemente el tiempo para recorrer grandes distancias. Esta velocidad
no la podían imaginar los grandes viajeros, ni Colón, ni Fernando Magallanes,
ni Juan Sebastián Elcano. Somos hoy, hijos de la inmediatez, navegamos por
internet, cocinamos en microondas, consumimos sopas instantáneas...
Todo
esto está muy bien, el problema surge cuando a menudo pretendemos aplicar ese
mismo ritmo y velocidad a nuestras relaciones sociales y comunitarias. Nos
cuesta esperar y consideramos que perdemos el tiempo cuando aguardamos unos
resultados en asuntos y en situaciones que requieren su ritmo; nos impacienta
la lentitud de nuestro caminar; nos cansa tener que empezar, una y otra vez, el
camino emprendido y abandonado otras tantas veces. No se da en nosotros la
humilde paciencia para recomenzar cada día, olvidando el “comenzar de nuevo”.
Somos
impacientes. Y, sin embargo, las estaciones son las mismas, las hojas del
calendario caen cada mes como siempre y los días duran, como hace siglos, 24
horas, aunque nos gustaría que, unas veces, fueran más deprisa y otras, más
despacio.
Como
todas las cosas importantes, la vida humana, la madurez, la vida, las
excursiones en bicicleta, nos piden saborearlas y disfrutarlas. Para eso hay
que cuidarlas con miles de detalles que requieren paciencia y serenidad ya que
tienen su propio ritmo y no se pueden acelerar. Todo lo que es valioso en la
vida humana, exige procesos bien orientados, a veces lentos en su crecimiento y
en su desarrollo.
Cuantas
veces no hemos comprobado que no nos sirve una disculpa rápida por parte de
quien nos ha molestado u ofendido. O como fracasa el intento de cambiar a un
chicho o chica de ser un irresponsable en una persona formal y correcta con una
sola frase.
La
experiencia nos muestra que es inútil aplicar a la evolución de los
acontecimientos la “r” de “rapidez”, para convertirla en “revolución”. Si reflexionamos
veremos que las revoluciones no han llevado nunca a la madurez por su precipitación
y su escasa preparación. Cuando uno tiene excesiva prisa, no escucha, no
atiende, deja las cosas a medias, pierde los nervios fácilmente o entra en
ansiedades irracionales. Los asuntos importantes requieren calma y
tranquilidad. Como dice el dicho “hay que dar tiempo al tiempo”. Cuando alguien
actúa
con prisas no se detiene en los detalles, se irrita demasiado y no tiene tiempo
ni ganas de sonreír...
En
nuestras relaciones y, como no, en el cicloturismo cada uno tiene su propio
ritmo de pedaleo, como bien sabemos, y, a veces, hemos intentado que todos
sigan un mismo ritmo y nos hemos dado cuenta de que no funciona. Hemos de ir
con mucho cuidado para actuar maduramente y no pretender que todos sigan
nuestro paso. A veces, los demás no reaccionan como nosotros queremos y nos irritamos
y nuestro malestar puede subir de tono. Nos encontramos, entonces, realmente
incómodos, agresivos, descontentos, desanimados.
Todo
esto no son más que indicadores de una falta de madurez por parte nuestra. No
hemos aprendido a respetar el ritmo de cada uno. Nuestro papel ideal, si es que
pudiéramos llegar a él, sería el de sembrar y esperar. Si reaccionamos
impacientemente, seguramente no somos lo suficientemente maduros. Nos habremos
olvidado de aquel consejo: “No arranquéis la cizaña, dejad que crezca y cuando llegue
el verano se podrá separar del trigo... Si lo hacéis
ahora podríais
arrancar, al mismo tiempo, el trigo y estropear la buena cosecha... ¡Tened
paciencia!”
En
fin, las prisas y la velocidad no solo no nos dejan observar el entorno, sino
que distorsionan la realidad. Actuar y viajar con tranquilidad y serenidad da
mejores resultados que la precipitación y la celeridad. Con estos nuevos
desarrollos la tranquilidad será una actitud necesaria y obligatoria.
Buenos
días.
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