“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
Con demasiada frecuencia me complico y también se me
complica la vida, pero no solo la vida, también cualquier cosa que intento
hacer o que estoy haciendo, y eso que soy partidario de las cosas sencillas, de
hacer las cosas fáciles y sencillas.
Todos sabemos lo que quiero decir al referirme a la
sencillez de las cosas, pero la pregunta surge si me planteo si es posible en
una sociedad tan complicada como la actual, ser y actuar sencillamente. Y es
que la sencillez es justo lo contrario de complicado. Un problema se considera
sencillo cuando se puede resolver con facilidad. Esto lo tenemos todos
prácticamente claro, y por eso mi reflexión me gustaría que se dirigiera a la
sencillez como cualidad de la persona que es un poco más difícil de comprender.
Sobre todo, por lo complicada que es nuestra sociedad.
Dicho lo cual, hay que pensar que nos ha tocado vivir en
una sociedad que es elogiada y celebrada por muchos porque nos ofrece las
grandes ventajas que son características del llamado estado del bienestar, o
sea: ingresos suficientes para cubrir las necesidades básicas con holgura,
disponibilidad de recursos económicos para una vida doméstica confortable,
abundancia de medios tecnológicos, acceso gratuito o a muy bajo costo a
servicios esenciales (educación, sanidad, transporte) y a las actividades de
ocio y tiempo libre, etc.
Hay que decir también que este modelo social ha recibido
y recibe numerosas y severas críticas que señalan con acierto muchos de sus
grandes inconvenientes a saber: materialismo, hedonismo, deterioro de los
ambientes naturales, consumismo, despersonalización, individualismo, etc. Mucho
y muy variado hay hablado y escrito al respecto. Según vayamos poniendo la
atención en unas cosas u otras, se han ido poniendo un número no pequeño de
etiquetas para caracterizarlas: sociedad tecnológica, informatizada, del
confort, del ocio, igualitaria, individualista, intercultural, globalizada,
materialista, postmoderna, posthumanista, etc.
Aceptando lo que de verdad puedan tener estas y otras
denominaciones, hay un rasgo que me parece que es común con todas ellas y en el
que yo ahora quiero poner toda mi atención. Ese rasgo es el de la complicación.
Estas sociedades nuestras “avanzadas”, se dice, con dudoso acierto, son
sociedades complejas, es decir, complicadas.
Todo, absolutamente todo, está interconectado y todo muy
elaborado. No deja de ser una paradoja llamativa el hecho de que para hacer la
vida más fácil y llevadera haya habido que hacerlo todo mucho más complejo que
en épocas precedentes. Hoy es complicado el mundo de la familia, del trabajo,
de la educación, de las leyes, del gobierno, de la cultura, del transporte, la
gastronomía, el deporte, las relaciones internacionales... En una sociedad así,
la sencillez no tiene un lugar claro, donde hacerse visible.
Entiendo la objeción de quien piense que, a pesar de
todo, bendita complicación porque dentro de este panorama laberíntico hay
bondades evidentes, sobre todo cuando se compara nuestro presente con el pasado
de hace solo unas décadas, o bien con la actualidad de países africanos,
asiáticos o de algunas regiones de América. La objeción la encuentro bien pero
solo la admito si al tenerla en cuenta, se tiene en cuenta también el alto
precio que supone mantener estos logros y este cuestionable bienestar, que, si
lo es, lleva consigo un pesado fardo de peros. Porque si los logros a favor del
hombre son evidentes, también son evidentes las muchas las facturas a pagar, y
algunas bien dolorosas.
Lo que quiero es poner ahora mi atención en el tema de la
complicación, y en el momento en que lo hago resalta con mucha claridad el
hecho de que este modelo de sociedad complicada crea un modelo de hombre
también complicado. No es difícil de comprender que, si la sociedad es
complicada, los que la formamos vamos a ser complicados. A pesar de esto, no
creo que deba ser así, pues no creo en los determinismos, tengan el origen que
tengan; los hombres somos seres libres y, aunque nuestra libertad esté limitada
en todos los frentes, nuestra vida depende fundamentalmente de nuestras decisiones
voluntarias. Pero sin saltarme ese principio, hay que reconocer que los modelos
de hombre y de sociedad corren parejos.
Una característica general, con la que está de acuerdo
mucha gente, que se comparte por todos, es más difícil de percibir que si
estuviera presente solo en unos cuantos individuos. He aquí dos de los grandes
inconvenientes de vivir en una sociedad complicada: uno, que nos hace
complicados; el otro, la falta de percepción de esa complicación.
Existen muchos intentos y propuestas de vida más sencilla,
aunque según mi opinión, la sencillez no se logra huyendo de uno mismo ni de la
sociedad en que vivimos. Ante la asfixia y el desasosiego que nos puede
producir esta sociedad tan compleja, la tentación de la deconstrucción está
servida: Demos marcha atrás en el tiempo, volvamos a la vida sencilla,
entendiendo por vida sencilla la de épocas pasadas, volvamos atrás. Estas
intentonas más o menos utópicas, como el mito de Robinson Crusoe, el
naturalismo, el bucolismo, las comunas, la vida en solitario, la autarquía
individual o de pequeños grupos en medio del campo, etc. no son la solución. Las soluciones fugitivas no son sino escapes,
huidas en falso que no hacen la vida más sencilla, como mucho la hacen menos
artificial. Son planteamientos legítimos, y en muchos casos están movidos por
principios serios, con deseos de coherencia, pero no pasan de ser residencias para
insatisfechos, mientras el grueso de la sociedad sigue su camino.
¿Hay solución? Por supuesto que sí, pero sea cual sea, no
pasa por huir de esta sociedad ni de este mundo, porque no tenemos otro; la
solución es tratar de vivir con sencillez en este mundo complicado. Todo un
reto, lo sé, pero se puede, porque la sencillez que nos interesa no es la que
desprecia la tecnología ni los nuevos inventos, ni se salta costumbres
razonablemente establecidas, ni prescinde de las tecnologías que nos facilitan
las tareas. La sencillez útil, la que hace bien, la que merece la pena, y por
eso hay que buscarla, es la del corazón, que esa se puede lograr siempre, y
luego, hasta donde se pueda y sea conveniente, la sencillez en los medios
necesarios para vivir, y en los usos y costumbres con los que organizamos y
damos estabilidad a la vida.
Buenos Días.