“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto
hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Ya he perdido la cuenta de los días que llevo y llevamos
confinados, un tiempo que estoy seguro ha batido mi marca personal encerrado en
casa y que me esta dejando sin futuro.
El covid-19 y la clausura que trae consigo me ha arrebatado
todos mis proyectos, mis planes y todos los cálculos que me había hecho para
este 2020, no encuentro la forma de hacer planes que se puedan realizar, las
condiciones de la rutina diaria son tan cambiantes que encuentro imposible imaginar
un futuro inmediato.
El futuro es una fuerza que nos mueve hacia adelante, un
movimiento desde lo que soy ahora hacia lo que seré, un movimiento desde lo que
es hacia lo que será. El futuro debe tener una relación con lo previsible, con
lo que pueda programar, con la orientación de mis acciones. Pero aquí existe un
error que me está mostrando esta clausura, no controlo la realidad que me rodea
y esto me impide pensar en termino de futuro, por eso mi base para mirar al futuro
debe cambiar.
Empiezo a darme cuenta de que el control de la realidad
no debe ser la base para pensar en el futuro, empeñarse en controlar nuestro
presente para preparar un futuro tiene muchos puntos débiles.
Si la realidad que me rodea la encierro dentro de unas ideas
que están destinadas a imaginar un paraíso presente, ese futuro carecerá de una
base solida y me llevará de decepción en decepción.
Cómo me está sucediendo en estos días, dentro de ese
futuro que había imaginado tan bonito a irrumpido por sorpresa el covid-19 para
arrebatarme el verano y dejándome desnudo ante el porvenir. ¿Y por qué me ha
dejado esa sensación? Porque obsesionado por mi futuro me había olvidado del
porvenir. Había rechazado todo aquello que me pone enfrente de lo imprevisto y
de lo no controlado. Porque eso es el “por-venir”, lo que viene hacia mí, lo
que sale a mi encuentro. Mi porvenir es lo que irrumpe en mi vida.
Así ha sido cómo salió a mi encuentro la pandemia.
Ingresó abruptamente en mi realidad presente, y me recordó, de forma muy
dolorosa, que el porvenir también existe. Que mi vida es el resultado de un
sofisticado juego de pensamientos entre el futuro y el porvenir. Entre mis
cálculos y previsiones, y lo que me acontece desde un superávit de realidad que
no domino.
Precisamente por eso, me he dado cuenta estos días que había
olvidado uno los preceptos que más me habían enseñado y repetido, y es que
después de decir “este verano iré al Nordkapp” o “el próximo septiembre
realizaré el Camino de Santiago”, debo añadir, “si Dios quiere” o “Dios
mediante”. Porque ciertamente, no se trata de elegir entre el futuro o el
porvenir, sino de entender que se implican mutuamente, aunque con una salvedad,
es el futuro el que se encuentra subordinado al porvenir, y no al revés.
Quizás este tiempo de cuarentena me ayude a entender que aferrarse
al futuro, negando lo que proviene de más allá de mis estimaciones, es como taparse
los oídos y gritar para no escuchar lo que puede trastocar mis esquemas, lo que
sin duda me llevara al fracaso.
Quizás pueda encontrar una luz al final de este túnel si
en vez de mirar tanto al futuro me concentro más en el porvenir.
Buenos Días.
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