miércoles, 20 de mayo de 2020

“Si Dios quiere”

“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


Ya he perdido la cuenta de los días que llevo y llevamos confinados, un tiempo que estoy seguro ha batido mi marca personal encerrado en casa y que me esta dejando sin futuro.
El covid-19 y la clausura que trae consigo me ha arrebatado todos mis proyectos, mis planes y todos los cálculos que me había hecho para este 2020, no encuentro la forma de hacer planes que se puedan realizar, las condiciones de la rutina diaria son tan cambiantes que encuentro imposible imaginar un futuro inmediato.
El futuro es una fuerza que nos mueve hacia adelante, un movimiento desde lo que soy ahora hacia lo que seré, un movimiento desde lo que es hacia lo que será. El futuro debe tener una relación con lo previsible, con lo que pueda programar, con la orientación de mis acciones. Pero aquí existe un error que me está mostrando esta clausura, no controlo la realidad que me rodea y esto me impide pensar en termino de futuro, por eso mi base para mirar al futuro debe cambiar.
Empiezo a darme cuenta de que el control de la realidad no debe ser la base para pensar en el futuro, empeñarse en controlar nuestro presente para preparar un futuro tiene muchos puntos débiles.
Si la realidad que me rodea la encierro dentro de unas ideas que están destinadas a imaginar un paraíso presente, ese futuro carecerá de una base solida y me llevará de decepción en decepción.
Cómo me está sucediendo en estos días, dentro de ese futuro que había imaginado tan bonito a irrumpido por sorpresa el covid-19 para arrebatarme el verano y dejándome desnudo ante el porvenir. ¿Y por qué me ha dejado esa sensación? Porque obsesionado por mi futuro me había olvidado del porvenir. Había rechazado todo aquello que me pone enfrente de lo imprevisto y de lo no controlado. Porque eso es el “por-venir”, lo que viene hacia mí, lo que sale a mi encuentro. Mi porvenir es lo que irrumpe en mi vida.  
Así ha sido cómo salió a mi encuentro la pandemia. Ingresó abruptamente en mi realidad presente, y me recordó, de forma muy dolorosa, que el porvenir también existe. Que mi vida es el resultado de un sofisticado juego de pensamientos entre el futuro y el porvenir. Entre mis cálculos y previsiones, y lo que me acontece desde un superávit de realidad que no domino.  
Precisamente por eso, me he dado cuenta estos días que había olvidado uno los preceptos que más me habían enseñado y repetido, y es que después de decir “este verano iré al Nordkapp” o “el próximo septiembre realizaré el Camino de Santiago”, debo añadir, “si Dios quiere” o “Dios mediante”. Porque ciertamente, no se trata de elegir entre el futuro o el porvenir, sino de entender que se implican mutuamente, aunque con una salvedad, es el futuro el que se encuentra subordinado al porvenir, y no al revés.
Quizás este tiempo de cuarentena me ayude a entender que aferrarse al futuro, negando lo que proviene de más allá de mis estimaciones, es como taparse los oídos y gritar para no escuchar lo que puede trastocar mis esquemas, lo que sin duda me llevara al fracaso.
Quizás pueda encontrar una luz al final de este túnel si en vez de mirar tanto al futuro me concentro más en el porvenir.
Buenos Días.

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