sábado, 16 de mayo de 2020

Empezar otra vez.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)



En la tarde noche de ayer me subí por primera vez en bicicleta para algo más que ir a la compra. Han sido solo 26 kilómetros, los que hay por el carril bici hasta el Vergel y volver, pero los suficientes para empezar otra vez a ir cogiéndole el ritmo a la bicicleta.
 Ya es hora de que me ponga poco a poco en marcha, a ver si consigo ir recuperando el equilibrio personal y físico que tenía antes del covid-19, ya sé que, para recuperarlo no basta con una mera interrupción de la cuarentena, sino que se deben de dar unas condiciones determinadas para que sea posible.   
Empezar a pedalear es una de las múltiples condiciones que me ayudaran a facilitar esa vuelta a la normalidad no sólo porque conlleva un alejamiento de casa y de este ambiente en el que estamos encerrados desde hace más de dos meses, sino porque, a través de las múltiples actividades que lleva consigo, hace posible encontrar nuevas experiencias que refuerzan una vuelta armónica e integral de mi persona a su estado normal.
El cicloturismo es una de esas actividades que más nos pueden ayudar a encontrar las condiciones que necesitamos para estar a gusto con nuestra vida. De tales condiciones quiero destacar el contacto continuo con la naturaleza, el conocimiento más directo de la cultura y del arte de todos los lugares por donde pasamos, y como no, la relación enriquecedora con otras personas.
No hay duda de que el cicloturismo guarda una relación muy estrecha con la naturaleza. Inmerso como estoy desde hace meses en un confinamiento que ha estado dominado por la electrónica y los medios audiovisuales, ya deseo tomar contacto directo con la naturaleza, gozar de los paisajes, conocer el hábitat de animales y de plantas, explorarlo, sometiéndome incluso al esfuerzo físico y a un poco riesgo.
El hombre cada vez tiene una mayor conciencia ecológica que está transformando nuestra relación con la naturaleza. No sólo somos más conscientes de la limitación de los recursos y de la destrucción que ocasionan muchas actividades humanas, sino que también tenemos un mayor conocimiento de los equilibrios que deben existir y un mayor aprecio de la diversidad natural, todo esto está imponiendo un código de conducta que el cicloturista debe hacer suyo casi como condición de su supervivencia. Además, su especial relación precisamente con aquellos ambientes que se han revelado más sensibles ecológicamente – costas, montañas, selvas – nos impone una responsabilidad específica que debe ser asumida no solo por nosotros sino por los agentes sociales que se encargan de promover un tipo de turismo más sostenible.  


En este sentido ya estamos viendo cómo han surgido nuevas propuestas de bici carriles que nos llevan a cualquier lugar de Europa, euro-velos, vías verdes… que son una nueva forma de que las personas puedan acudir a unos lugares con unos nuevos hábitos que por su carácter formativo y humanizador es preciso que alentemos. El conocimiento directo de la naturaleza que se consigue a través de la bicicleta, su observación, el ejercicio del respeto, de su equilibrio a través de unas visitas más austeras, el contacto más personalizado que se hace posible al moverse en grupos más reducidos modifica de manera beneficiosa los hábitos diarios de la persona, permanentemente acosada por un consumismo exagerado.
El interés que muchas personas tienen por la cultura de otros pueblos determina muchas veces los viajes turísticos, que cuando los realizan cicloturistas ofrecen la posibilidad del conocimiento directo, del diálogo cultural sin intermediarios, que permite, al ciclista y al que le acoge, descubrir sus respectivas riquezas. Este diálogo cultural, que siempre debe fomentar la paz y la solidaridad, constituye uno de los bienes más preciados que yo le encuentro a los largos viajes en bicicleta.
En la preparación del viaje, el ciclista ya se dispone para ese encuentro, procurándose una información que sea verídica y suficiente para que le abra a la comprensión y al aprecio del país o la zona que va a visitar. A la información sobre el patrimonio artístico o la historia, hay que añadir que buscaremos conocer sus hábitos, la religión, la situación social en que vive la comunidad que le nos va a recibir. De esta forma, el diálogo cultural se basa el respeto a las personas, constituye un punto de encuentro y evita el peligro de convertir la cultura ajena en un simple objeto de curiosidad.
Las comunidades locales, por su parte, son capaces de captar esas señales y nos mostraran su patrimonio artístico y su cultura con una clara conciencia de su propia identidad, dispuestos a la interacción que todo diálogo auténtico genera. La invitación que se hace a ese cicloturista para que conozca la cultura, conlleva el propio compromiso de vivirla profundamente y protegerla celosamente. La rápida homogeneización cultural y de formas de vida que se da en todo el mundo, se hace con frecuencia contra la igual dignidad que debe reconocerse a las diversas culturas. Los viajes no deberían ser un instrumento de disolución o destrucción, alentando en las comunidades locales la simple imitación de lo extraño y el olvido de lo propio, poniendo en peligro los valores que le son propios, por ilegítimos sentimientos de inferioridad o por intereses económicos.
Para ello, al igual que es exigible a nosotros que nos hayamos procurado una información previa al viaje, es igualmente necesario que la comunidad local nos  presente su patrimonio cultural con toda autenticidad, de forma asequible, con informaciones y guías competentes, con amplias posibilidades de participación.
Los testimonios que podemos encontrar de cicloturistas sobre estas experiencias son incontables, pero tampoco es necesario dar la vuelta al mundo ni marcharse a lugares lejanos para sentir y experimentar las mismas sensaciones.  


Es el caso, de los fines de semana como oportunidad para los breves desplazamientos, en su mayoría en un ámbito geográfico próximo, esta clase de escapadas constituye la experiencia más accesible y frecuente, y ofrece la posibilidad de descubrir nuestras raíces culturales y espirituales. Lo mismo sucede con los desplazamientos con motivo de celebraciones locales, que contribuyen de modo especial a conocer de primera mano las tradiciones que nos rodean.
Se nos presenta un verano lleno de nuevos retos y con unas características a las que no hemos estado acostumbrados, superarlos para seguir haciendo kilómetros con nuestras alforjas es uno de los alicientes que nos esperan, lo conseguiremos, y nuestras bicicletas volverán a recorrer todos los caminos.

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