“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto
hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
En la tarde noche de ayer me subí por primera vez en
bicicleta para algo más que ir a la compra. Han sido solo 26 kilómetros, los
que hay por el carril bici hasta el Vergel y volver, pero los suficientes para
empezar otra vez a ir cogiéndole el ritmo a la bicicleta.
Ya es hora de que me
ponga poco a poco en marcha, a ver si consigo ir recuperando el equilibrio
personal y físico que tenía antes del covid-19, ya sé que, para recuperarlo no
basta con una mera interrupción de la cuarentena, sino que se deben de dar unas
condiciones determinadas para que sea posible.
Empezar a pedalear es una de las múltiples condiciones
que me ayudaran a facilitar esa vuelta a la normalidad no sólo porque conlleva
un alejamiento de casa y de este ambiente en el que estamos encerrados desde
hace más de dos meses, sino porque, a través de las múltiples actividades que lleva
consigo, hace posible encontrar nuevas experiencias que refuerzan una vuelta armónica
e integral de mi persona a su estado normal.
El cicloturismo es una de esas actividades que más nos
pueden ayudar a encontrar las condiciones que necesitamos para estar a gusto
con nuestra vida. De tales condiciones quiero destacar el contacto continuo con
la naturaleza, el conocimiento más directo de la cultura y del arte de todos
los lugares por donde pasamos, y como no, la relación enriquecedora con otras
personas.
No hay duda de que el cicloturismo guarda una relación
muy estrecha con la naturaleza. Inmerso como estoy desde hace meses en un
confinamiento que ha estado dominado por la electrónica y los medios
audiovisuales, ya deseo tomar contacto directo con la naturaleza, gozar de los
paisajes, conocer el hábitat de animales y de plantas, explorarlo, sometiéndome
incluso al esfuerzo físico y a un poco riesgo.
El hombre cada vez tiene una mayor conciencia ecológica
que está transformando nuestra relación con la naturaleza. No sólo somos más
conscientes de la limitación de los recursos y de la destrucción que ocasionan
muchas actividades humanas, sino que también tenemos un mayor conocimiento de
los equilibrios que deben existir y un mayor aprecio de la diversidad natural, todo
esto está imponiendo un código de conducta que el cicloturista debe hacer suyo
casi como condición de su supervivencia. Además, su especial relación
precisamente con aquellos ambientes que se han revelado más sensibles
ecológicamente – costas, montañas, selvas – nos impone una responsabilidad
específica que debe ser asumida no solo por nosotros sino por los agentes
sociales que se encargan de promover un tipo de turismo más sostenible.
En este sentido ya estamos viendo cómo han surgido nuevas
propuestas de bici carriles que nos llevan a cualquier lugar de Europa, euro-velos,
vías verdes… que son una nueva forma de que las personas puedan acudir a unos
lugares con unos nuevos hábitos que por su carácter formativo y humanizador es
preciso que alentemos. El conocimiento directo de la naturaleza que se consigue
a través de la bicicleta, su observación, el ejercicio del respeto, de su
equilibrio a través de unas visitas más austeras, el contacto más personalizado
que se hace posible al moverse en grupos más reducidos modifica de manera
beneficiosa los hábitos diarios de la persona, permanentemente acosada por un consumismo
exagerado.
El interés que muchas personas tienen por la cultura de
otros pueblos determina muchas veces los viajes turísticos, que cuando los
realizan cicloturistas ofrecen la posibilidad del conocimiento directo, del
diálogo cultural sin intermediarios, que permite, al ciclista y al que le
acoge, descubrir sus respectivas riquezas. Este diálogo cultural, que siempre
debe fomentar la paz y la solidaridad, constituye uno de los bienes más
preciados que yo le encuentro a los largos viajes en bicicleta.
En la preparación del viaje, el ciclista ya se dispone
para ese encuentro, procurándose una información que sea verídica y suficiente para
que le abra a la comprensión y al aprecio del país o la zona que va a visitar.
A la información sobre el patrimonio artístico o la historia, hay que añadir
que buscaremos conocer sus hábitos, la religión, la situación social en que
vive la comunidad que le nos va a recibir. De esta forma, el diálogo cultural se
basa el respeto a las personas, constituye un punto de encuentro y evita el
peligro de convertir la cultura ajena en un simple objeto de curiosidad.
Las comunidades locales, por su parte, son capaces de
captar esas señales y nos mostraran su patrimonio artístico y su cultura con
una clara conciencia de su propia identidad, dispuestos a la interacción que
todo diálogo auténtico genera. La invitación que se hace a ese cicloturista para
que conozca la cultura, conlleva el propio compromiso de vivirla profundamente
y protegerla celosamente. La rápida homogeneización cultural y de formas de
vida que se da en todo el mundo, se hace con frecuencia contra la igual
dignidad que debe reconocerse a las diversas culturas. Los viajes no deberían
ser un instrumento de disolución o destrucción, alentando en las comunidades
locales la simple imitación de lo extraño y el olvido de lo propio, poniendo en
peligro los valores que le son propios, por ilegítimos sentimientos de
inferioridad o por intereses económicos.
Para ello, al igual que es exigible a nosotros que nos hayamos
procurado una información previa al viaje, es igualmente necesario que la
comunidad local nos presente su
patrimonio cultural con toda autenticidad, de forma asequible, con
informaciones y guías competentes, con amplias posibilidades de participación.
Los testimonios que podemos encontrar de cicloturistas sobre
estas experiencias son incontables, pero tampoco es necesario dar la vuelta al
mundo ni marcharse a lugares lejanos para sentir y experimentar las mismas
sensaciones.
Es el caso, de los fines de semana como oportunidad para
los breves desplazamientos, en su mayoría en un ámbito geográfico próximo, esta
clase de escapadas constituye la experiencia más accesible y frecuente, y
ofrece la posibilidad de descubrir nuestras raíces culturales y espirituales.
Lo mismo sucede con los desplazamientos con motivo de celebraciones locales,
que contribuyen de modo especial a conocer de primera mano las tradiciones que
nos rodean.
Se nos presenta un verano lleno de nuevos retos y con
unas características a las que no hemos estado acostumbrados, superarlos para
seguir haciendo kilómetros con nuestras alforjas es uno de los alicientes que
nos esperan, lo conseguiremos, y nuestras bicicletas volverán a recorrer todos
los caminos.
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