“Nuestra perfección no consiste en hacer cosas extraordinarias sino en hacer perfecto lo ordinario” – San Gabriel de la Dolorosa.
12/08/22. jueves.
Viena.
Distancia: 33,51 km. Velocidad media: 11,54 km/h.
Altura subida: 75 metros.
Han sido 33 kilómetros los
que hemos realizado en el día de hoy, todos en Viena, y no creo que hayamos
recorrido más de 400 metros seguidos sin tener que detenernos, lo que ya supondréis
que resulta agotador para quien no este acostumbrado a tantos cruces con sus semáforos.
Pero ha sido divertido
y sobre todo entretenido, pues hay que estar siempre atento a todo lo que
sucede a nuestro alrededor y atento al mapa, ya que me resulta muy fácil despistarme
entre tantos cambios de dirección.
La distancia desde el
camping hasta el Palacio de Schönbrunn, que ha sido el lugar más alejado, era
de 15 kilómetros, a donde hemos ido directos desde el camping y así pasarnos el
resto del día volviendo poco a poco, viendo todo lo que nos encontrásemos en
nuestro camino.
Nuestro objetivo en
Viena no es otro que el de pasear, ya sea a pie o en la bicicleta, para ver y
observar cómo es esta gran ciudad austriaca, nuestra intención en esta ocasión
no es adentrarnos ni en el arte barroco, ni en los valses, ni en la historia
que acompaña a cada uno de sus rincones, ni en su gastronomía, tal vez cuando esté
interesado en esas cuestiones vuelva, pero ahora me conformo con observar y
vagar por sus calles.
Hemos llegado hasta
aquí, al corazón de Europa, descubriendo montañas y ciudades acompañados por el
Danubio, en un país no lo olvidemos que hace frontera en la actualidad con 7
países: Chequia, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Italia, Suiza y Alemania. Estamos
en una ciudad que en el pasado fue la capital del Imperio Austrohúngaro, de
profundas raíces católicas, amante de la música clásica, la ópera y la naturaleza,
posee infinidad de jardines que son casi bosques. Por eso, y aunque no
realicemos ningún esfuerzo, una parte de su cultura nos va empapando tranquila
y calmadamente.
No tengo dudas de que
el turismo es un fenómeno característico de nuestro tiempo. Y por eso creo que aquellas
personas que construyeron iglesias, basílicas, capillas, castillos, palacios y
que patrocinaron el arte y los jardines, se adelantaron siglos a su tiempo.
Fueron los principales contribuyentes a la prosperidad hoy en día de muchas
ciudades y regiones porque construyeron y patrocinaron cosas hermosas.
No obstante, el turismo
no es sólo un fenómeno de nuestro tiempo. Se remonta a Herodoto, a los
peregrinos medievales, a los primeros exploradores modernos y como no al Grand Tour;
ese itinerario de viaje por Europa, antecesor del turismo moderno, que tuvo su
auge entre mediados del siglo XVII y la década de 1820, cuando se impusieron
los viajes masivos en ferrocarril, más asequibles.
Lo llevamos en la
sangre, pues al hombre además de ser denominado animal racional, “homo laudens”,
animal social, es “homo viator” o sea hombre viajero. Las grandes historias de
viajes y aventuras son esenciales en nuestra historia y la realidad humanas. Si
nos observamos veremos que tenemos la sensación de que debemos ver y conocer más
cosas de las que nos rodean y de nuestras escenas locales, por mucho que sean
nuestro hogar.
Hay que tener en cuenta
que viajar no es inmigración; cuando viajamos lo que se pretende es volver a
casa habiendo visto algo del mundo. Algo que, curiosamente, solo vamos a poder
conocer imperfectamente y que se encuentra lejos de nuestra rutina cotidiana. Por
lo general tampoco conoceremos el idioma o las costumbres de lo que vemos, y
seguramente vamos a estar a la vez desconcertados y fascinados. Desconcertados
pues sabemos que no estamos en casa, y fascinados porque vemos que otras
personas están en casa en un lugar que no conocemos.
Otra de las cosas que
nos suele suceder cuando viajamos es que casi siempre nos vamos a encontrar con
cosas encantadoras y bellas: iglesias, edificios, montañas, campos, pinturas,
playas, esculturas y música que no podemos ver en otros lugares. Y, esas cosas
bellas tienen la facultad de atraernos y, por lo tanto, nos atraen fuera de
nosotros hacia lo que son y representan en realidad.
Y, sin embargo, estas
cosas bellas a menudo no estaban destinadas originalmente a ser causas del
turismo. Debemos respetar los lugares sagrados y la acción litúrgica, para lo
que nacieron muchas de estas obras y que siguen siendo su finalidad principal.
No hay razón por la que
no podamos aumentar nuestra cultura, nuestro crecimiento espiritual y moral por
el hecho mismo del turismo. Un viaje puede llevarnos a conocer y comprender muchas
de las cosas que vemos y así adquirir cultura y aun así disfrutar y descansar.
Cualquiera de nosotros que haya estado en Roma sabe que es una ocasión para
todos estos aspectos: belleza, historia, reflexión, religiosidad y adquirir un sentido para disfrutar lo que hay allí, para ver algo más que también es ver lo que es
importante.
El homo viator, el
hombre viajero, es un ser que necesita “descansar” en sus viajes. Su
“inquietud” es en sí misma una señal de que incluso en casa, de alguna manera
no está en su verdadero hogar.
Buenos días.
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