“Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton).
Durante el fin de semana pasado
probamos por primera vez el mueble que fabricamos para convertir nuestra
Berlingo en un camper, pequeña es verdad, pero a pesar de todo con su utilización
en modo de día y de noche.
Parece mentira, pero aún no la había
probado, tan solo había realizado algunos kilómetros para comprobar que nada se
movía, y solucionar algunas vibraciones que tenía durante la marcha. Y, ahora
no se nota ningún ruido cuando circulamos, ha sido un éxito.
Un fin de semana que ha servido
para comprobar que, si ha valido la pena el trabajo realizado, y saber que la
aprovecharemos en más ocasiones tal como habíamos pensado para trasladarnos con
las bicicletas. Aunque debo decir que de momento no he solucionado la
colocación de las bicicletas, para una bicicleta ya tengo la solución, pero
para la otra aún no tengo la solución definitiva.
En este caso, saber no significa
sólo leer, enterarse, estudiarlo y montarlo; se trata más de practica que de
teoría. Saber en esta ocasión no es una cuestión de ciencia, sino de vida. De
probarlo no en casa sino en la carretera y en la acampada. Aunque si lo
pensamos nos daremos cuenta de que es así también en la mayoría de las
ocasiones en las que buscamos una solución o buscamos alcanzar un objetivo.
Sin embargo, todos queremos saber más, pero el
saber que nos debe aportar sabiduría no es el que busca la utilidad, sino el
que busca la verdad de las cosas. Esa sabiduría que tiene que ver con el
conocimiento profundo de la realidad y que busca el compromiso con una vida
auténtica, verdadera. No se trata de amontonar conocimientos sino desarrollar
nuestras capacidades y llegar a conocerse a uno mismo. Hay una frase de Lao Tse
que nos lo resume y aclara; “Quien conoce a los demás, es inteligente. Quien se
conoce a sí mismo, es sabio.”
Como ya sabréis, estos temas no
son tan simples, pues conocerse a uno mismo implica alcanzar una mayor
conciencia de los demás, lo que nos lleva a comprometernos con la vida y poner
nuestro corazón en aquello que es bueno para todos y, entonces llegamos
necesariamente a saber amar, amar a los demás sin hacer distinciones, incluso
al enemigo.
Y es que, para esto, la
inteligencia no basta. La cultura no basta. La habilidad no basta. Decía Aristóteles
que; “La sabiduría no puede ser ni una ciencia ni una técnica”. La sabiduría es
un saber, cierto, pero un saber vivir.
Es mucha la cantidad de medios
de los que disponemos para estar al corriente de lo que sucede por el mundo y
para conseguir respuestas a cualquier pregunta sobre cualquier tema. Podemos
estar informados, es solo cuestión de pulsar algunas teclas en el ordenador. Y
necesitamos de esa información, de los datos que conseguimos, como no, también
a través del estudio, de la lectura, de los viajes, de la interrelación con los
demás, de cualquier motivo que nos permita escuchar, atender…todo eso nos ayuda
a comprender y situarnos en la realidad.
Pero el saber de la sabiduría es
otra cosa, es esa gracia que vamos desarrollando y en la que intervienen
nuestras experiencias, nuestra memoria, y que despierta nuestro anhelo y deseo
desde lo más profundo, más allá de la libre deliberación y del dominio de la
razón.
Es convertirnos en filósofos, utilizar
la reflexión, el conocimiento, la comprensión, la aceptación de nuestra
existencia en busca de la verdad. Utilizar nuestra filosofía para ser libres,
conscientes y, consecuentemente, conducir nuestra vida. Ser filósofos y así
poder tomar distancia de la realidad para verla mejor, en toda su amplitud. Es entrar
en ese misterio que hay en el espacio entre lo que contemplamos y nosotros. Esa
distancia no es una cuestión de longitud, es otra cosa: es una cuestión de
abandono, desprendimiento y atención, de aceptar y acoger, de tener un respeto
que valoré lo que contemplamos porque en sí mismo lo merece, lo que es y está.
En fin, filosofar nos plantea,
nos conduce, nos lleva y nos pone ante nuestra realidad espiritual.
Buenos días.
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