“Nuestra perfección no consiste en hacer cosas extraordinarias sino en hacer perfecto lo ordinario” – San Gabriel de la Dolorosa.
Antes de
que nos abandone el verano aún queda una oportunidad para realizar una
excursión en bicicleta y, voy a intentar aprovecharla. Sera en agosto, un mes
demasiado concurrido vayas donde vayas, el mes vacacional por excelencia, así
que nos amoldaremos a las aglomeraciones, que seguro nos vamos a encontrar.
Vamos a
realizar para ello un desplazamiento con la Berlingo para llevar las
bicicletas, por lo que ahora toca convertirla en “auto caravana”. Solo colocare
la parte trasera, sin el mueble de la cama pues no la vamos a utilizar para
dormir, solo la “cocina” y la “sala de estar”.
Van a
ser diez o doce días de pedaleo, de ida y vuelta a la Berlingo, así que voy a
empezar a preparar la ruta.
Ahora
comienzan unos días en los que toca elegir una entre las varias opciones que me
parecen interesantes. Así que hay que renunciar a las demás. Si no recuerdo mal,
hay una frase que dice más o menos así: “La renuncia no quita. La renuncia da”,
cuyo autor no recuerdo quien es exactamente, puede ser que sea de algún filósofo
alemán, pues ya sabemos que los filósofos alemanes sirven igual para un roto
que para un descosido.
Es una
frase que encontré antes de “subir” al Nordkapp, y fue como una confirmación a
una cuestión que siempre se me aparece cuando planeo o busco una ruta: que, a
veces, renunciar es lo más necesario y lo más valiente.
Desde
siempre me ha gustado tener muchas propuestas, es como si no quisiera que se me
escapara ninguna. Con los años me he dado cuenta de que se trata de una
cuestión de discernimiento más que de cuantas más mejor. Y en ese
discernimiento a veces se descubre que la mejor decisión es renunciar.
Pienso
que ese frenesí por ir a todas partes se desvanece cuando uno aprende a
sentarse junto a sus propias tentaciones y las escucha. Puede dar miedo, sí;
son tan agradables y tienen un discurso tan bien hecho… Pero dentro de ellas
habita algo muy nuestro: lo que echamos en falta, lo que ansiamos, esperamos o
deseamos de un viaje. En ese diálogo que establecemos con ellas entra el
discernimiento. No se discierne si solo se escucha una voz, la propia voz. Hay
que escuchar las otras, las que preferiríamos que no nos hablaran.
Lleva un
tiempo entender que renunciar es elegir y que en cierta forma es sentirse
libre. A pesar de las dudas que te asaltan, de las miles de veces que te acosa la
idea de haberte equivocado. Y es en ese momento cuando tomas una decisión
cuando descubres dentro de ti una seguridad y confianza que reparan todas las
dudas que dejaron en nosotros aquella renuncia.
La
renuncia no siempre es un retroceso. No tiene por qué ser el resultado de la
cobardía o del miedo. Ni de la pereza o la apatía. A veces se renuncia por
justicia, por sensatez, por lealtad, por generosidad. Y por amor. Sí, también
por amor.
Buenas
tardes.
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