“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Tengo ya en mi poder la bicicleta encargada de llevar mis
alforjas en los próximos viajes de largo recorrido, es una bicicleta de “gravel”
que voy a acondicionar para viajar, por lo que será un desarrollo de la
original y que permitirá que mi forma de viajar también se desarrolle.
Es importante recordar la diferencia que existe entre
desarrollo y evolución, porque los dos son conceptos incompatibles.
La evolución es la transformación o cambio de algo en
otra cosa distinta, mientras que en el desarrollo ese algo o alguien sigue
siendo el mismo individuo. Un ejemplo simple para entenderlo: Se podría
especular que un Triceratops evolucionó en un rinoceronte, o un diente de sable
en un tigre moderno (después de haber evolucionado son especies distintas),
pero no se puede decir lo mismo de un bebe que se hace hombre, que sigue siendo
en sí mismo la misma persona humana, o de una semilla, que crece hasta
convertirse en un frondoso árbol.
No voy a cambiar,
voy a ser mismo cicloturista que solo viajaba por carreteras asfaltadas, y
ahora podrá hacerlo también por pistas forestales y sendas. La bicicleta de
“gravel” voy a ir desarrollándola para que pueda ser ciclo-viajera, y yo por mi
parte me desarrollare como cicloturista.
La bicicleta es una Diverge Elite E5 que fabrica Specialized,
a la que voy a tener que “vestir” con la ropa de viaje, un desarrollo que me
permitirá tenerla como compañera durante los viajes del año que viene. La
Peugeot se encargará de continuar acompañándome durante mis excursiones del fin
de semana por toda la comarca.
No es un cambio sin más, un cambio por el cambio, tal
como el que se puede ver si analizamos lo que ocurre a nuestro alrededor, y es
que uno de los rasgos más característico, constitutivo en realidad, de nuestra época
es el afán de “cambio”; y también de que se trata de un “cambio” que no parece
tener una dirección, un “hacia dónde”; sin saber cuál es la meta, sin
plantearse siquiera si tal meta es en realidad un precipicio o un basurero. Nuestra
época esconde la meta, la disfraza con las espectaculares luces del “progreso”.
No es, para mi forma de viajar, una mejor bicicleta, ni
más rápida, tal vez más ligera, ni con unos componentes que me vayan a
proporcionar menos problemas y más ventajas, solo el ancho de rueda es lo que
la hace necesaria para los próximos viajes.
No es normal en las personas ir cambiando de ideas a cada
poco, o sometiéndolas a un constante proceso evolutivo, más allá de los cambios
de percepción que nos procura la experiencia de la vida y la acumulación de
sabiduría (y estos cambios de percepción, para la mentalidad moderna, se encaminan
más a detener y hacer retroceder el normal desarrollo de la política, la
cultura, la economía…). El sentido común de las personas sencillas nos dice que
quien anda cambiando constantemente de ideas, o amoldándolas a la coyuntura, es
un “chaquetero”; sin embargo, entre las llamadas “elites” modernas este cambio
constante es mostrado como la forma suprema de sabiduría y la prueba máxima de «inteligencia
emocional». Quien, por el contrario, se mantiene leal a sus convicciones es
mostrado como un retrógrado peligroso, un inmovilista al que conviene dejar
aparcado en la cuneta, para que no actúe a modo de lastre en los procesos de
cambio que se siguen produciendo sin cesar.
Fue Chesterton quien hablando de este progresismo nefasto
decía que consiste en “alterar el alma humana para que se adapte a sus
condiciones, en lugar de alterar las condiciones para que se adapten al alma
humana”; y que, en su destructivo trabajo, siempre se apoya en el mecanismo
del precedente: “Como nos hemos metido en un lío, tenemos que meternos en
otro aún mayor para adaptarnos; como hemos dado un giro equivocado hace algún
tiempo, tenemos que ir hacia delante y no hacia atrás; como hemos extraviado el
camino, debemos también extraviar el mapa; y, como no hemos realizado nuestro
ideal, debemos olvidarlo”. Todo menos retroceder y reconocer que estamos
equivocados, que es una acción que nuestra época no acepta; ya que, al
arrepentirnos y retroceder, nos daríamos cuenta de que hay certezas
inamovibles, verdades inmutables y palabras eternas. ¡Y es posible que nos detuviéramos
a escuchar al que dijo!: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán”. Y esto es lo que no puede permitir de ninguna manera esta locura actual
por el cambio; pues, al fin y a la postre, todo parece indicar que todo esto que
he descrito fue concebido para combatir a quien pronunció esas "insultantes" palabras.
Buenos días.