“Cuando el hombre está haciendo las tres o cuatro cosas para las que ha sido enviado a esta tierra, entonces habla como alguien que vivirá para siempre” (G. K. Chesterton)
Día 68. 3 de agosto de 2024.
Grau de Moncofar --- Pinedo.
Distancia: 60,79 km.
Media: 14,98 km/h.
Desnivel positivo: 94 m.
Parece que mañana, si Dios quiere,
llegaré a casa y, en cuanto me he puesto a escribir un esbozo para un resumen
de todo este viaje, he tenido la sensación de que a veces las palabras nos
saturan, están en todas partes, en la televisión, en los periódicos, en
internet… Y creo que en la mayoría de las ocasiones es mejor ver las obras que
fijarse en las palabras. Es verdad, pero aunque con nuestras obras puede
parecer suficiente esto no impide ponerlo en palabras, aunque eso nos
compromete a cuidar la calidad de las ellas.
Y es que en muchas ocasiones no
utilizamos palabras, palabras que muchas veces poseen una fuerza enorme. Cuando
mi amigo Mark, el ciclo-turista ingles, la mañana en que nos despedimos me dice
que ha sido un verdadero placer viajar conmigo unos días, no me queda otra que
darle un abrazo pues me deja sin esa palabra adecuada para ese momento; cuando el
vecino de parcela en el camping me da las gracias efusivamente por haberlo
tratado con amabilidad y haberlo ayudado con un problema con el hornillo, te
deja con esa sonrisa medio boba en la boca y sin decir nada; o esa persona que
te dice al despedirte que tengas cuidado y se te humedecen los ojos.
No hacen falta muchas palabras para
expresar esa clase de sentimientos, porque en las palabras nos decimos pero en
las obras nos realizamos.
¿Cuántas palabras habré escrito en
los párrafos anteriores? No lo se. Las podría contar, me resultaría fácil con
el tratamiento de texto, pero lo importante es que habrán muchas que de tanto
usarlas ya no les de el sentido adecuado. Las doy por sentadas y no me doy
cuenta de lo mucho que significan. Me gusta escribirlas como “alegría”, “amor”,
“libertad”, “verdad”. Y, quizás, una tarde me de cuenta de que la alegría no es
tan profunda, que no amo como debería y que el amor es solo la letra de una
canción. No quiero, ahora, parecer dramático ni tremendo. Es solo que a veces
me asusto si convierto una palabra en cháchara.
Hay ocasiones en que las palabras de
enfrentan, de golpe, con su verdadero sentido. Situaciones en que lo autentico
no se puede esconder, cuando lo superficial se desmorona y aparece
sencillamente lo real. Y aunque asusta y quizás duele pensar en muchas
situaciones en serio, también tiene bastante de oportunidad. Es la ocasión de
callar, de silenciar la palabrería, de dejar de abusar de versos gastados… para
retomar la palabra sincera. Para recordar que muchas circunstancias no son un juego.
Para que cuando vuelva a pronunciar, con delicadeza, palabras hermosas… como es
un “te quiero”, lo pueda hacer consciente de la belleza, la hondura, la promesa
y el compromiso que hay detrás.
Un último apunte, voy a poner cuidado con el
uso que les de a las palabras en ese resumen que sin duda llegará.
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