“La manera de amar algo es darte cuenta de que lo puedes perder.” (G.K. Chesterton)
Nordkapp: día 62. 03/06/22.
Osterfarnobo --- Gavle.
Distancia hoy: 72 km. Velocidad
media: 15,80 km/h.
Otra vez la entrada de
ayer la publico la mañana del día siguiente y es que toda la tarde tuvimos una
tormenta detrás de otra y no se podía hacer otra cosa de mirar y escuchar, ver
llover y los rayos y oír los truenos.
Creo que voy a dejar por
unos días de hablar del tiempo, pues todos los días es lo mismo, en algún
momento del día tiene que ponerse a llover durante varias horas, es así, por
eso hasta que no cambie esta dinámica ya no voy a comentar nada del tiempo. Si
no digo nada, todo sigue igual.
He vuelto al mar, otra
vez después de no se cuantos días he dejado los lagos y los ríos y estoy al
lado del mar, en concreto del mar Báltico y para ser un poco más exacto en el
gran golfo de Botnia, por cuya orilla voy a subir hasta su final.
No hay duda que el orden
en que voy pasando los países parece que este ordenado de menos a más, y en
muchos aspectos puede que sea así.
Ya se que unos de los
tópicos de más amplia circulación es el de que España es el país de la envidia por
excelencia. Pero yo no me considero un envidioso. La definición tradicional de
la envidia es "tristeza del bien ajeno"; el Diccionario añade "o
pesar", con una fina matización.
Pues bien, según van
pasando los kilómetros y los días el “bien ajeno” esta cada vez más lejos del
nuestro. Creo que fue Quevedo quien dijo que la envidia es amarilla, porque
muerde y no come. Pues lo esencial suele ser su carácter negativo, que suele
ser destructivo, no para el objeto de la envidia, sino para el envidioso.
Pero lo
que me interesa mostrar aquí es mi caso, que es la existencia de la actitud
inversa a la envidia, la alegría del bien ajeno. Y la alegría es una condición
muy valiosa del hombre, pienso.
No es difícil, entre personas bien nacidas,
dolerse de los males ajenos; lo estamos viendo con Croacia, uno de los pocos
rasgos positivos y sobresalientes de nuestra época es el sentido de
solidaridad, el sentirse afectado por las carencias, tribulaciones, miserias
que acontecen en cualquier lugar del planeta.
Es menos frecuente, la
participación, no en los males, sino en los bienes; y es verdadera
participación cuando no se limita a la aprobación, sino que provoca alegría. Si
esto ocurre, nos damos cuenta que nuestra sociedad, la española, existen
motivos para la esperanza.
Conozco los errores que hemos cometido, a
veces gravísimos, y especialmente los relativamente recientes, que siguen
pesando sobre nosotros. Por eso me parece una falta de sensatez su renovación y
su parcial agradecimiento.
Y tampoco dejo de ver las
tentaciones actuales, la inclinación al negativismo, a la desmoralización, las
adscripciones mecánicas, automáticas -y por eso inmodificables- a posiciones
indeseables y que deberían suscitar repulsa. Más grave esto que los problemas
evidentes que nos acosan; y digo más grave, porque es la mayor dificultad para
superarlos.
Pero el ver todo esto me
lleva a fijarme más en los síntomas positivos, al espíritu de concordia, de
veracidad, de confianza en la realidad humana o los círculos en los que me
muevo, dentro de los cuales tengo que proyectar mi vida.
Todo lo que me enseña
este viaje, curiosidad, capacidad de enterarse, magnanimidad, respeto a la
realidad, y por tanto veracidad, me parece precioso. Tengo que tomar posesión
de ello, atesorarlo, potenciarlo, incorporarlo a mi vida cuando vuelva. Tengo
avidez de todo lo que permite esperar con alguna confianza lo que podemos hacer
y ser, en medio de dificultades que sólo deberían ser un estímulo y no un
motivo de desaliento.
En fin, lo dejo que tengo
aún que empaquetar, tengo que aprovechar el tibio sol que ahora hace, pero que
no llega, de momento a mi tienda.
Buenos días.
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