“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
No se trata de la primera vez que me embarco en una
peregrinación, lo he hecho una vez a Santiago de Compostela y otra a Guadalupe.
Esta será pues mi tercera peregrinación y una ocasión más para obtener la
indulgencia plenaria. Por lo tanto, el objetivo es poder atravesar la Puerta
Santa de la Basílica de San Pedro en Roma, principalmente, aunque también
serviría al menos a una de las otras tres Basílicas Papales Mayores: Santísimo
Salvador en Letrán, Santa María la Mayor o San Pablo Extramuros.
Desde el punto de vista simbólico, la Puerta Santa adquiere
un significado particular por el lugar en el que se encuentra y todo lo que
conlleva encontrarse en el Vaticano.
En un viaje y si cabe aún más en una peregrinación nos
llevamos con nosotros esa búsqueda de la felicidad que, a fin de cuentas, es el
máximo deseo de nuestra vida. Por eso se dice tantas veces de que se trata de
un viaje hacia lo que tenemos dentro, un viaje hacia nuestro interior en busca
de esa ansiada felicidad. El lugar al que vayamos o en el que nos encontremos por
el motivo que sea no importa mucho, lo realmente importante es que viajamos en
busca de ser felices.
De ahí la importancia de transmitir a los demás lo que vivimos
y lo que contemplamos en esa búsqueda. ¿A qué me refiero? Pues a comunicar la
riqueza de los viajes que realizamos.
No sé si los demás ciclo-viajeros hacen lo mismo, pero a mi
me gusta preparar los viajes con bastante antelación, no solo la logística sino
también leer la historia de los lugares por donde voy a pasar, nutrirme durante
meses y, luego, ¡a pedalear!
Todo con gran naturalidad, sin forzar nada.
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