“Amar significa amar lo que no es amable; o no es una virtud de verdad” (G. K. Chesterton)
Una de nuestras aficiones es la de querer saber nuestro
futuro, somos así, hemos sido engendrados con esa curiosidad, es más nos gusta
saber cuál será nuestro futuro incluso cuando ya no podamos estar en el. A las
personas el hecho de conocer el futuro nos da seguridad.
En estos días de principio de año muchos de nosotros
necesitamos tener un esbozo de nuestras previsiones, saber dónde tenemos que
ir, como vamos y cuando nos vamos a poner en marcha. Pues bien, ya tengo ese
esbozo y como todo esbozo es un plan para seguir que nos puede salir bien o no.
Se dice que todos los caminos conducen a Roma, vamos a ver
cuanta verdad hay en esa afirmación, vamos a peregrinar a Roma con motivo del Jubileo
2025.
Cuando visualizo un deseo espero que sea bueno y, por eso, en
ocasiones me aferro a un optimismo blando. A ese optimismo blando que me dice que
todo va a salir bien y que voy a llegar a Roma. Pero sé que muchas veces las
cosas no van a mejor, no todos mis objetivos consigo alcanzarlos. Hay, sin embargo,
una clase de optimismo más tonto que se me aparece muchas veces, me refiero al
optimismo que se basa en mi voluntad. Me quiero convencer de que a pesar de que
algo me salga mal soy capaz de sacar conclusiones que me garantizaran que al
final lo voy a conseguir. Convierto mis emociones en gasolina para hacer que alcance
mis objetivos. Quiero alcanzar ese futuro que anhelo, pero lo estoy haciendo sin
presente. Me digo continuamente que hay que asumir un gran sacrifico en el
presente para alcanzar un paraíso que se convierte, a menudo, en un infierno.
Y me coloco en una situación rara. No puedo dejar de pensar
que el futuro va a ser bueno y sé que solo con mi voluntad no lo puedo
conseguir. Todo lo que tengo a mi alcance no me da la plena esperanza en que lo
vaya a conseguir. Porque al final de lo que estamos hablando es de la
esperanza. Es el presente lo que me da la seguridad de que todo lo que sé, de
todo lo que he vivido y he sido no va a perderse como un sueño. Necesito un
presente fuerte con el que poder afrontar el futuro. Y es que la esperanza no
es el convencimiento de que algo va a salir bien, sino la seguridad de que algo
tiene sentido salga como salga.
En fin, conozco el sentido de mi futuro viaje a Roma y tengo
la esperanza de que salga como salga va a ser para bien.
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