“En el momento en que nos ponemos de acuerdo para hacer algo es cuando empezamos a estar en desacuerdo” (G. K. Chesterton)
Hace unas pocas horas que nos encontramos en 2025 y muchos de
nosotros habremos hecho un recuento de todo el año pasado y habremos pensado lo
que nos gustaría que sucediera en este 2025.
Estoy seguro de que al mirar este año nuevo hemos pensado en
nuestros deseos y los hemos expresado en voz alta o los hemos escrito y al
hacerlo nos hemos dado cuenta de que nadie nos los ha cuestionado.
Hemos llegado a la conclusión de que los deseos de las
personas, sobre todo si son de los llamados “profundos”, son convenientes y
buenos. Podemos desear cualquier cosa que no encontraremos a nadie que ose
rechistar.
Sin duda hay que reconocer y conectar con nuestros deseos y
más aun con los más profundos. Hay que llegar al fondo, allí donde esta ubicada
nuestra verdad más sincera. Sin embargo, la mayoría de las veces se nos olvida que esos deseos por profundos que sean nos
los tenemos que poner en cuestión, los tenemos que discernir. Nos tenemos que preguntar
si son deseos o meros caprichos. O lo que pensamos que es un pensamiento
profundo al final nos resulta bastante superficial.
Nuestros deseos pueden llegar a ser esa rendija que nos pasa
desapercibida por donde se nos cuelan muchas tentaciones, muchas autocomplacencias
y muchas falsas liberaciones. Sospechemos
de los deseos, por profundos que sean, cuando notemos que no se dejan poner en
cuestión, cuando no nos permitan confrontarlos, cuando se saturen una y otra
vez y nos lleven a olvidarnos continuamente de lo maravilloso que es el mundo.
Eso sí, hazles caso si te muestran nuevos horizontes, si te
llevan a lo infinito, si te acercan a los demás y a quererlos. Pero a quererlos
de verdad. Con ese amor más profundo que a veces nos cuesta encontrar, no a un
capricho superficial.
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