“El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)
Es indudable que mucha gente ante un viaje en solitario, como
este en el coche o como los anteriores con la bicicleta, se encuentra con una
realidad que no tiene en su vida ordinaria: tiene tiempo. Y ese tiempo, como no
lo puedes dedicar todo a charlar o hacer amistades, y como muchas veces
también, aunque su finalidad no sea directamente el recogimiento, sin darte
cuenta estas pensando en cómo reordenar la vida. O simplemente se impone el
hecho de que, durante bastante rato, mientras pedaleamos o conducimos en
solitario o en silencio, se nos presenta la ocasión de reflexionar y pensar.
Y es en esos momentos cuando se hacen presentes en nuestra
alma sensaciones con las que, al comenzar el viaje, seguramente no se contaba.
Por ello no es de extrañar las conclusiones a las que se llega con relativa facilidad
y que eran impensables antes de comenzar. La gran mayoría de los viajeros que las
experimentan se encuentran contentísimos con la experiencia realizada, cuyo
final, a menudo no estaba en sus proyectos originales.
Es cierto que también existen inconvenientes, como el que,
debido a su dureza, los nervios se nos pueden poner a flor de piel, y suceden
pequeñas broncas con nosotros mismos. Pero creo que también es bueno que,
cuando uno está realizando lo que se piensa que es una buena decisión, sea
consciente de sus límites y limitaciones.
Por todo ello estoy convencido de que un viaje en solitario
puede llegar a convertirse en unos auténticos ejercicios espirituales, por
supuesto muy distintos de los religiosos, aunque si lo pensamos un poco podemos
llegar a la conclusión de que no tan diferentes. Lo que ya no sé es si
llamarlos una nueva forma de ejercicios, por el enorme auge de estos años, o
antiguos, porque evidentemente su origen lo podríamos situar en la Edad Media
con los peregrinos a Santiago.
De lo que también estoy convencido es que detrás de todas
estas experiencias se encuentra ese ser inmaterial y dotado de razón que habita
en nuestro interior, lo que es particularmente importante en estos tiempos que
corren.