“El hombre no haría nada si esperara hasta que lo pudiera hacer tan bien, que nadie le encontrara defectos.” (John Henry Newman.)
No he abandonado la bicicleta ni
la preparación de los próximos y posibles viajes, pero me he relajado, y es que
estoy más centrado en la preparación de la maratón de Valencia. De todas formas,
nos encontramos en otoño, una época del año en la que es más fácil meditar y
recordar, donde la nostalgia la tenemos más cerca. Hace unos días conmemoramos a
los fieles difuntos y esto añade un punto más de reflexión, nos hace
recapacitar sobre lo frágil que puede ser la vida, también nos trae a la mente
la brevedad del tiempo que pasa rápido como un rayo y a poco que nos queramos
dar cuenta ya estamos con las alforjas cargadas encima de la bicicleta poniendo
rumbo hacia algún destino que hemos estado anhelando durante estos meses.
Es fácil que nos encontremos estos
días, sin casi darnos cuenta, reflexionado y pensando que la vida nos está pasando
sin haber sacado todo el provecho de ella. Incluso podemos llegar a advertir
que nos hemos limitado a matar el tiempo, dejándolo pasar sin pena ni gloria,
sin la menor conciencia de que cada minuto que nos han regalado valía más que
su peso en oro.
De una manera o de otra, todos sabemos
de qué el tiempo pasa y que nosotros vamos pasando con él. Los viajes de hace
poco y todas las sensaciones que experimentamos ya han pasado. Vamos
consiguiendo metas, pero también es cierto que todo lo que hemos conseguido,
todo lo que hemos sido, lo que hemos hecho, lo que hemos vivido, va quedando
atrás.
El sentido y alcance de nuestros
viajes va a depender de como interpretemos nuestra vida. Podemos pensar que no
existe nada más que el momento presente, que los viajes pasados son cosas del
pasado por lo que mejor es olvidarnos de ellos, como dice el refrán “agua
pasada no mueve molino”, podemos pensar que no hay que preocuparnos del futuro
porque es algo incierto que todavía no ha llegado, quedémonos pues con lo que
estamos haciendo pues es lo que tenemos seguro y hay que disfrutarlo. “A vivir
que son dos días” y “solo se vive una vez” son las frases que nos pueden
definir esta forma de ver los viajes.
Podemos verlo también de una
manera distinta. Nuestros viajes, nuestras aventuras no van a terminar nunca.
Cada viaje es solo un viaje, una parte más de todas las aventuras. Cada viaje
que terminamos es el precio que hay pagar para poder empezar otro y este es el
principio del siguiente. Un viaje no es más que un sueño que tiene su despertar
al terminarlo. Cuando comprendemos esto nuestros viajes van a ser distintos,
habrán recobrado su sentido y esto nos hará también más humanos.
Esto no solo nos permite
mantener viva la esperanza de futuro, también nos anima a tener confianza en el
presente. No es necesario que hipotequemos nuestras alegrías y gustos, no se
trata de renegar de la vida, ni de renunciar a ser felices en el lugar donde
ahora nos encontramos. Tenemos que entender que deberíamos ser felices desde el
momento que nacemos. Lo que sucede es que dar con la clave de una vida feliz es
una labor complicada y es difícil conseguirlo.
Buenos días.
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