jueves, 6 de noviembre de 2025

Día 115, del viaje a la maratón de Valencia. ¿Por qué esa incapacidad para razonar, para pensar?

 Día 115, del viaje a la maratón de Valencia.

¡¡¡Muy buenos días!!!



Hablar de amor y de enamoramiento siempre está bien y nos reconforta, lo hacemos muchas veces, y aun así nos sigue sorprendiendo en la mayoría de las ocasiones. Recordamos cuando nos enamoramos y sentimos esa sensación tan intensa que nos permite estar un tiempo en que todo lo que sucede a nuestro alrededor carece de importancia. Todos nuestros sentidos se encuentran centrados es esa sensación.

Y entonces solo queremos oír aquello que mantiene viva esa sensación, lo mismo que nos sucede en nuestra vida cuando solo queremos escuchar aquello que nos gusta.

No queremos saber lo que sucede a nuestro alrededor ni la verdad de las cosas, queremos argumentos que nos mantengan en ese estado de enamoramiento, argumentos que defiendan nuestra postura, nuestra forma de ver las cosas, nuestras sensaciones. Sin embargo, la verdad nos exige continuamente ser coherentes en nuestra vida.  

En un estado de enamoramiento se da más importancia a lo que se siente que al sentido común, incluso que a la verdad. Y es entonces cuando no estamos dispuestos a escucharnos, ni a escuchar otra cosa, ni a nadie ni nada más. Y las personas solemos tener una particularidad y es que cuando no estamos bien dispuestos a aprender, no hay ninguna clase de explicación que nos enseñe ni nos convenza.

He visto y veo parejas que a los tres meses de conocerse y con la única razón de que: “Nunca he sentido con nadie lo que estoy sintiendo ahora”. Se casan. Y ya está. Espero que se quieran mucho y por mucho tiempo y cada vez más. Es fácil que así sea. Al menos, yo lo espero. Y, sin embargo, ¿por qué se le da veracidad a un sentimiento y no se espera, al menos un tiempo, para ver cómo evoluciona el mismo y que me va diciendo la cabeza? ¿Por qué esa incapacidad para pensar, para razonar, para vivir la prudencia?

En estos tiempos nos encontramos con muchas relaciones que son un estallido de emociones combinada con sexualidad que, cuando menguan, y todas lo hacen, se encuentran con poco amor y mucha frustración.

Y, todos ya sabemos que el amor es algo más, no es una tormenta de emociones y si se vive solo emocionalmente terminará fracasando. Cualquier cosa que creemos emocionalmente se nos destruirá emocionalmente.  

Para tener éxito en una relación, hay que estar preparado y dispuesto a aceptar la verdad, lo que en realidad es esa relación. Sabiendo, además, que esa verdad no hay que aceptarla solo para conocerla, sino para vivirla.

Las decisiones que impliquen grandes compromisos deben no solo pasar por el corazón, tienen que ser pensadas con la cabeza.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Día 114, del viaje a la maratón de Valencia. Perder ganando y ganar perdiendo.

 Día 114, del viaje a la maratón de Valencia.

¡¡¡Muy buenos días!!!



Estaba pensando ayer por la tarde que antes de la jubilación me gustaba apurar las cosas hasta el último momento. Necesitaba un poco de presión para sacar adelante lo que quería o que tenía que hacer. Me gustaba esa sensación de saber que podía ir con tranquilidad, pararme, entretenerme por el camino con otras cosas, estar con gente, participar en mil historias, porque después al final acababa sacándolo todo adelante.

Hoy vivo de un modo muy diferente. Suelo preparar las cosas con mucha antelación, calculando el tiempo que me va a llevar y aprovechando mucho los tiempos muertos para tener compradas o preparadas cosas para las que todavía queda.

Hay quien me dice que me he hecho viejo ¡puede que tengan razón!  ¡Seguro que la tiene! Pero lo que noto es que sigue siendo la misma forma de actuar. Me gusta tener las cosas preparadas para poder continuar perdiendo el tiempo en todo eso que parece que no cuenta, pero que en realidad es lo más importante de la vida. Para poder pararme a charlar con las personas que me cruzo, para poder tomarme un café a media tarde con algún amigo, para pasear sin prisa por dentro de la casa, para tener tiempo para hablar con quién lo necesite, para poder celebrar los acontecimientos importantes de la vida de las personas, y tantas cosas. 

Es verdad que muchas veces resulta un poco contradictorio estar acelerado en según qué momentos, teniendo esa sensación de tener mil cosas que hacer y de estar perdiendo el tiempo en pasear o tomando café. O cuando pienso que podría haber aprovechado de otra manera esas horas del día que se me fueron sin darme cuenta.  

Lo cierto es que al mirar atrás y ver cómo se desarrolla mi día a día siento que merece la pena. Que quizá todo ese tiempo que a veces creo que he desperdiciado en realidad esté mejor empleado que otro mucho mejor “aprovechado”. Y que quizá se esté haciendo realidad aquella sentencia espiritual de perder ganando y ganar perdiendo.

martes, 4 de noviembre de 2025

Día 113, del viaje a la maratón de Valencia. La dictadura del mérito y la cultura de la anulación.

     Día 113, del viaje a la maratón de Valencia.

¡¡¡Muy buenos días!!!



Los populistas, quiero decir, los movimientos populistas están surgiendo otra vez en Europa, parece que después de unos años donde los de tendencias de izquierdas surgieron con fuerza, recordemos a Podemos, Movimiento 5 estrellas o Zyriza, hoy vemos como los de derecha empiezan a coger fuerza, Vox, Trump, Orban…

Ante esto, me parece que estamos cometiendo un error al juzgarlos y sobre todo al criminalizar a sus seguidores, lo que esta haciendo que aumenten sus partidarios. Pienso que es necesario hacer una crítica, pero tan necesario o más es, comprender por qué aparecen. Y para eso es interesante que nos preguntemos: ¿Es comprensible su malestar? ¿Están las opciones moderadas agotadas?

Parece claro que si quiero terminar enseguida con las respuestas me bastaría con señalar y creo que con razón que la crisis económica, la corrupción o la globalización son causas bastante razonables. Pero al ver como gente normal, las personas con las que me relaciono empiezan a ver con buenos ojos esos movimientos empiezo a pensar que ahí hay un malestar de fondo.

Es verdad, que el centro derecha y el centro izquierda no han sabido o no han puesto la voluntad suficiente para si no arreglar, al menos aliviar, algunos de los problemas que nos afectan todos los días: la vivienda, la integración de la inmigración, la conciliación vida familiar/laboral… Además, sus casos de corrupción nos alejan de esos partidos. En el caso español nadie, que mire con un mínimo de honestidad la realidad, podrá decir que la corrupción es una exclusividad de la derecha o de la izquierda pues hemos visto casos escandalosos a derecha e izquierda.

Todo lo anterior nos puede, en parte, hacer comprender la proliferación de los populistas, sin embargo, veo además dos elementos que pueden explicar también ese malestar en las personas corrientes.

Me estoy refiriendo a la dictadura del mérito y la cultura de la anulación. Ambos elementos si los vemos con tranquilidad tienen una parte de aspecto positivo, sin embargo, al igual que cuando una verdad se hace única, se acaba degenerando, y esto es lo que nos está pasando.  

El dar tanta importancia al merito llega a producir lo que se viene llamando la dictadura del mérito, esto nos sucede cuando los que consiguen tener éxito en nuestra sociedad terminan creyéndose que se merecen el éxito que han conseguido. Pero esto tiene otra cara, y es la de la persona normal que no lo consigue, que es pobre también lo es porque lo merece. Y es que una cosa es la teoría del esfuerzo, donde cada persona debe aprovechar los dones que tiene y otra es la cultura del mérito, un concepto mucho más complicado y voluble ya que entran en juego muchas circunstancias que no dependen de nosotros. Lo que ahora hemos conseguido cada uno de nosotros ¿es sólo mérito nuestro? No es lo mismo nacer en Valencia que hacerlo en Gaza. Incluso, tampoco es lo mismo hacerlo en la capital que en un pequeño pueblo de la España vaciada.

 La dictadura del mérito quiere decir que si fracasamos toda la responsabilidad es nuestra. Es pensar que el esfuerzo sin éxito no sirve para nada.

El otro elemento que me parece que mueve a las personas hacia el populismo es la asfixiante mentalidad de lo políticamente correcto que se puede ver en la cultura de la anulación.

En este caso lo que sucede es intentar anular al que no piense como yo. Veamos, en nuestra sociedad nos encontramos con hechos que son positivos como la diversidad, la inmigración, tener una mentalidad abierta, pero eso no quiere decir que todo el mundo lo vea así. El centro izquierda comete el error al pensar que lo que es bueno para la sociedad no necesita ser explicado ni razonado, cuando vemos que ciertos cambios generan mucho nerviosismo en una parte de la sociedad.

Estamos viendo en los últimos años que quienes se creen y actúan como vigilantes de una supuesta corrección política se sienten con una presunta dignidad publica tal, que no necesitan explicar ni sus actos ni ratificarlos y se sienten con la autoridad de calificar de machistas, sexistas, racistas, imperialistas a los que no comulgan del todo con sus ideas.

Y aquí, de lo que hay que darse cuenta es que una cosa es tratar con respeto y dignidad a cualquiera y otra cosa es el no poder pensar libremente sobre cualquier tema sin más límite que respetar lo que establece el ordenamiento jurídico, aunque no estemos de acuerdo con ello y lo que la conciencia de nuestra educación nos dé a entender.

Las personas nos damos cuenta de que muchos de los que hablan de feminismo, de derechos humanos o de medio ambiente… en el fondo están repitiendo un simple eslogan político en el que no creen pero que es un discurso que resulta rentable. Por eso, lo subversivo hoy entre los jóvenes es ser de derecha porque es la contestación frente a esta cultura dominante.

La tiranía del mérito predominantemente en la derecha y la cultura de la anulación predominantemente en la izquierda han hecho una “pinza” a la persona normal, que ve cómo en su vida no encuentra la manera de realizarse y ambas teorías le hastían porque sus problemas cotidianos están en otra onda.

En realidad, si lo pensamos, nos daremos cuenta de que es muy sencillo tener un discurso populista, es tan fácil como elegir un problema real y buscar a alguien a quien culpar de ese problema y que conmigo en el poder las cosas serían muy distintas.

Si repasamos la historia nos daremos cuenta de que esta clase de movimientos no son originales. Basta repasar un poco la Republica Romana para darse cuenta de que todo esto ya ha ocurrido antes. Lo nuevo ahora es lo rápido que se propaga.

En fin, pienso que todos tenemos la suficiente inteligencia y experiencia para juzgar si la tiranía del mérito, o la cultura de la anulación o los cantos de sirena de los populistas nos dan una solución adecuada a la realidad o no. A nuestro vecino que está entusiasmado por las opciones populistas, en lugar de anularlo y despreciarlo, habrá que aconsejarle que se ponga a juzgar si son adecuadas o no. A juzgar juntos. Por supuesto, habrá que combatir a los populismos cuando se considere que conllevan un juicio errático como a cualquier opción política ¡faltaría más!

Pero asustar a las personas de que viene la extrema derecha y la demonización de su votante es añadir leña al fuego. Lo único que habrá que pedir a las llamadas extrema derecha o extrema izquierda es que no se traspasen los límites del ordenamiento jurídico.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Día 112, del viaje a la maratón de Valencia. Desacreditar de antemano.

     Día 112, del viaje a la maratón de Valencia.

¡¡¡Muy buenos días!!!



En muchas de las discusiones políticas y sobre todo en las pancartas de las manifestaciones, vemos cómo se renuncia a dar argumentos sobre lo que queremos defender o atacar y se pasa a atacar directamente al interlocutor en lugar de responder con un contraargumento en el caso de querer confrontar una idea.

Vemos muchas veces que no se discuten las ideas de un partido político, sino que se ataca a ese partido. Es decir, que en lugar de responder al argumento que se plantea, se menciona alguna característica del partido, para cuestionarle o criticarle como partido político, esquivando la discusión y llevando el debate incluso hacia el ataque personal. Lo que se pretende es destruir la reputación de aquella persona con la que se debate, para que no se escuchen sus argumentos o porque no se tienen argumentos para responderle.

Lo anterior lo vemos muchas veces, en cambio es más difícil darse cuenta de otra estratagema que si bien es parecida es menos conocida pero cada vez se usa más. Lo que se ve ahora muchas veces es desacreditar de antemano, antes del debate, para que lo que diga llegue ya contaminado por la desacreditación.

De lo que se trata pues, es atribuir a alguien intenciones perversas antes de que hable, de modo que sus palabras resulten sospechosas. Como si de una inocente aclaración de información sobre quien va a hablar, se busca predisponer al auditorio en su contra o para que lo escuche desde un determinado prejuicio.

En lugar de refutar argumentos, se busca destruir la credibilidad de la persona antes de escucharla.  Así, la discusión nunca pasa por las ideas, sino por etiquetas y prejuicios. Un ejemplo podría ser como días antes de un debate se hace hincapié en la afiliación política, o recordar que el medio de información que provoca el supuesto debate es de una ideología en concreto o que detrás del debate se esconden intereses financieros que le van a beneficiar. Quien lo hace se defiende diciendo que es importante saber el origen de lo que vamos a escuchar o leer, pero en realidad está interesado en que no se escuche a quien va a hablar, o al menos, reducirle su capacidad de influencia ante la gente. Suele también verse al comenzar entrevistas en medios muy preocupados porque el entrevistado quede bien enmarcado y etiquetado, y para ello se aclara dentro de su currículum algo que, siendo innecesario, sirve para envenenar el debate.

Vemos como la atención se desvía de la argumentación a la sospecha sobre la fuente, a las posibles intenciones ocultas de quien habla por sus ideas. Lo que imaginamos que el otro piensa termina marginando o desautorizando lo que dice.  El contenido queda subordinado a quién es el que lo emite.

No importa lo fundamentados, precisos, lógicos y cuán sólidos sean los argumentos que alguien presente, porque su origen, su identidad, su postura ante determinados temas “sensibles”, su fe religiosa o su ateísmo, su ideología política o su activismo social, es lo que se mira para juzgar todo lo que tenga para decir.

Desgraciadamente es así en muchas de las discusiones políticas.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Día 111, del viaje a la maratón de Valencia. John Henry Newman, doctor de la Iglesia.

 Día 111, del viaje a la maratón de Valencia.



Cada día suceden muchas cosas que se nos escapan, y ayer, 1 de noviembre resultaría fácil que se nos hubiese escapado que la Iglesia da el título de doctor de la Iglesia a John Henry Newman.

Los que por alguna razón hayan entrado en este blog alguna vez no creo que necesiten que ahora les relate una biografía suya ni que les describa cuál era su pensamiento ya que en el título del blog ya queda bastante claro.

Sin embargo, ante la importancia de este nombramiento, ya que tenemos que tener en cuenta que en la Iglesia solo tenemos 37 doctores, lo que demuestra la importancia de este nombramiento, no está de más hacer un poco de memoria.

Si ahora y muy por encima hago un repaso de lo que creo que ha motivado este nombramiento veo que dentro de la Iglesia su pensamiento ayudo y está ayudando a entenderse a sí misma, le está diciendo cómo su mensaje necesita desarrollarse y madurar, poniendo mucho interés en la importancia que deben de tener los laicos. Su mensaje hacia afuera de la Iglesia está intentando que se comprenda lo que la Iglesia puede dar: como su enseñanza sobre la búsqueda de la verdad, la fe en relación con la razón, la primacía de la conciencia y los principios de la educación que enriquecen la reflexión civil sobre estas cuestiones.

Una de las virtudes que a mí más me impacto cuando leí algunos de sus sermones fue su capacidad para dar una respuesta de fe a los desafíos que el mundo moderno nos plantea.

No hay que olvidar que Newman es un converso, fue primero un miembro destacado de la iglesia anglicana y que tuvo que superar muchas de sus convicciones como anglicano, las tuvo que estudiar y ponerlas en cuestión para poder elegir y hacerse católico. Decía que un hombre que ama se equivocará menos al investigar a la persona amada. En uno de sus escritos nos dice: “Cierto tipo de pensamiento filosófico implica una concepción de lo viejo conectada con lo nuevo, una intuición en las relaciones y en la influencia de una parte sobre otra, sin la cual no existe la totalidad ni podría haber un centro”.  

Otra de las cosas que explicaba es su afirmación de que el conocimiento es un acto vivo, dinámico. Decía que una persona adulta que repite las cosas tal como las aprendió de niño, es decir, una persona que no sigue aprendiendo permanentemente de lo que le sucede no está en contacto con la realidad.

Otra de las características de su pensamiento es la de que cree firmemente en la existencia del dogma, de una verdad inmutable, pero que cada uno debe intentar comprenderla como pueda. Newman es de la opinión de que el cristiano no debe intentar tanto entender por sí solo las Escrituras sino más bien buscar alguien que se la pueda explicar, un maestro. La principal tarea de la conciencia personal es por tanto la de reconocer una autoridad a la que seguir.

Newman da un paso adelante y se pregunta por las cualidades que debería tener esa autoridad que le explique el sentido de las Escrituras, y responde: un maestro que quiera explicar la Revelación debe tener la pretensión de ser infalible, pues de lo contrario no valdría la pena escucharlo. Porque los que buscan la verdad de Dios no buscan opiniones personales sino la voz de la Iglesia, es decir, la voz de Cristo. Cuando llega a esta intuición, Newman pide ser acogido en la Iglesia católica, no por razones de oportunidad sino de conciencia.

Entre las muchas controversias en las que se vio envuelto, tal vez la que más me impresiona fue cuando años después de su conversión, cuando prácticamente estaba retirado de la vida pública, el Concilio Vaticano I promulga el dogma de la infalibilidad papal y Newman tiene que hacer acto presencia ante un nuevo problema. Ciertos católicos defensores a ultranza del poder papal interpretaron este dogma considerando que el Papa era infalible en todas sus afirmaciones y Newman vuelve a insistir publicando su famosa carta al Duque de Norfolk en donde da la máxima importancia a la infalibilidad, pero sin olvidar la otra cara de la moneda, esto es, la conciencia moral de cada uno. Sin negar en absoluto la potestad de la Iglesia para enseñar con autoridad sobre materias de fe y moral, el cardenal afirma: «Si me viera obligado a implicar a la religión en un brindis al final de una comida –cosa que no es en absoluto oportuna– brindaré por el Papa, si os complace, pero antes por la conciencia y después por el Papa».

Y es que, en Newman, la autoridad y la conciencia moral no se molestan una a la otra, sino que se reclaman mutuamente. Y es que una persona que busca sinceramente el bien y es consciente de sus propios límites no puede dejar de desear encontrar una autoridad que le pueda guiar en su búsqueda. En cambio, una autoridad como la de la Iglesia, que no dispone de medios de imposición física, no puede dejar de apelar a la conciencia de la persona, esperando que pueda reconocer la verdad. La Iglesia y la conciencia moral son para Newman como dos representantes de Cristo, cuya tarea consiste en ayudar a la persona a buscar la voluntad de Dios.

Otra de sus preocupaciones y que no se canso nunca de explicar en sus sermones es la problemática que existe entre los muy “moralistas” que reclaman a todos la observancia de la ley moral y los que son un poco más “laxos”, que justifican sus culpas por el hecho de que todos los hombres son pecadores y Dios es misericordioso. Y Newman se vuelve a preguntar por la diferencia entre la persona virtuosa y el santo cristiano. A lo que responde diciendo que el virtuoso antiguo, como por ejemplo el filósofo griego Aristóteles, realiza un camino encomiable de ascesis que le lleva a ser cada vez más bueno y perfecto. Pero el resultado de este camino es que, con el tiempo, empieza a despreciar cada vez más a las personas cuando no eligen el mismo camino y quedan atrapados en el pecado.

El santo cristiano, en cambio, a medida que avanza por el camino de la fe, la esperanza y la caridad, más se reconoce pecador. No puede despreciar a los pecadores porque se siente uno de ellos. Más aún, admitirá ser el mayor pecador de todos, reconociéndose incluso responsable de las culpas de sus hermanos. Para el filósofo antiguo, la medida de la moralidad es él mismo. Para el santo cristiano, la medida de la moralidad es Cristo. Newman entiende que comparando la propia vida con la de Cristo, ni siquiera la persona más santa puede dejar de admitir que aún sigue muy lejos de la perfección.

En fin, ante la fuerza de sus argumentos y para que fuesen admitidos, siempre he pensado que uno de los motivos por los que se tuvo que realizar el concilio Vaticano II fue para darle cabida.

Bueno, no creo que se deba coger al pie de la letra todo lo he escrito sobre Newman porque estoy seguro de que habré cometido algunos errores, pero creo estaría bien que cada uno investigase un poco sobre su vida y tuviera su propia opinión.