lunes, 28 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 28 de agosto de 2024.

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)


Camino de Geiranger. 28 de agosto de 2024.

Me gusta recordar cada vez que empiezo a preparar un viaje el fragmento de “Alicia en el país de las maravillas” en donde se puede leer una parte de la conversación de Alicia con el gato Cheshire y que viene a decir que si no te importa el lugar al que quieres llegar tampoco importa la dirección que tomes.

La conversación es la siguiente: “Minino de Cheshire, podrías decirme, por favor, ¿qué camino debo seguir para salir de aquí?

– Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar – dijo el Gato.

– No me importa mucho el sitio… – dijo Alicia.

– Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes – dijo el Gato.”

La pregunta que hace Alicia sobre que camino tomar, sin saber muy bien hacia dónde va, es una alegoría preciosa de lo que nos pasa continuamente a los viajeros; y la respuesta del gato evidencia que la falta de propósito en los viajes hace que deambulemos sin rumbo y sin sentido.

Por norma general cuando preparamos un viaje solemos hacer una especie de prólogo del viaje cuando lo que deberíamos de hacer es un preámbulo. Debemos considerar lo que hay antes del viaje. Averiguar, quién sabe por qué razones nos ronda por la cabeza la ocurrencia de ir en bicicleta a un lugar.

Desde hace algunos años me preocupan dos cosas que tienen relación con mis viajes en bicicleta, por una parte, que nos encontramos sumidos en una gran crisis de identidad, de falta de claridad y esto veo que me afecta a la hora de tomar decisiones. No solo, por supuesto me sucede a mi como ciclo-viajero sino a casi toda la sociedad en la que me muevo. Por otra parte, como ciclo-viajero, me inquieta que entre la gran cantidad de información que existe en las redes y en todos los lugares, no hubiera algo que me parece simple y natural: una guía mental para el viaje. Dejando a un lado la casi totalidad de la información practica para el viaje, algunas de ellas muy útiles, el ciclo-viajero no tiene a su alcance una información que le introduzca en la comprensión de la naturaleza de su viaje, comprensión que se disuelve en toda la información turística del lugar al que queremos ir y con todo lo que nos vamos a encontrar para llegar a él.

Ya sé que tengo algunos viajes realizados y que puede parecer que ya no me hace falta reflexionar cada vez sobre lo que mueve a salir de casa con la bicicleta, pero lo que nos parece que ya sabemos y sobre lo que nos parece superflua toda reflexión es posible que esconda un secreto que espera ser descubierto. Decía Chesterton que: “En lo más secreto de los libros de la vida hay escrita una ley y es ésta: si miras una cosa novecientas noventa y nueve veces, estás completamente seguro, pero si la miras de nuevo, por milésima vez, entonces corres el espantoso riesgo de verla por primera vez”.

Existe en la mayoría de nosotros una llamada a salir de nuestro hogar para poseer de nuevo nuestra vida. El hombre es así y no puede cambiar. Sin embargo, eso no quiere decir que esa cabezonería en abandonar nuestra tierra para volvernos a encontrar con nuestra esencia se sobreponga a cualquier otra con la que se comienza un viaje.

El ciclo-viajero puede echarse a pedalear motivado por mil razones suficientes para hacerle abandonar su casa, pero inadecuadas para dar razón de su marcha. El viajero puede encontrar a lo largo de los días de viaje la verdadera razón de su viaje, el auténtico destino de sus pasos. Ocasiones no van a faltar, sobre todo si viajamos solos.

El cuerpo de un viaje se funda en su familiaridad con nuestra naturaleza física. Está hecho de todas las oportunidades y beneficios que se reciben por el hecho de encontrarse pedaleando: la alegría vital, la claridad de la inteligencia, la energía física, pero también la ruptura con las ataduras y las costumbres cotidianas, la liberación de la tiranía del reloj, la fraternidad innata y sorprendente con los demás ciclo-viajeros, hasta ayer desconocidos.

A veces cambiar de aires es saludable, a menudo las personas nos volvemos mejores si por un tiempo abandonamos nuestro hábitat cotidiano y nos marchamos por ejemplo a un país extranjero separados de nuestros amigos y ocupaciones. De nada nos sirven allí el mérito personal ni las influencias familiares, estamos solos y tenemos la ocasión de pensar y practicar la humildad. Nuestra forma de expresarnos cambia y nos encontramos con unas costumbres desconocidas que rompen las nuestras. Una soledad nueva nos invade, lo que nos lleva a ser más caritativos viendo amigos en todos los lugares, las personas nos parecen más piadosas, justas e inocentes.

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martes, 15 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 27 de agosto de 2024.

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)



Camino de Geiranger. 27 de agosto de 2024.

Al no tener conocimiento de otros idiomas es muy común que cuando alguien me está explicando o contando algo, y siento que no lo estoy entendiendo, muchas veces termine diciendo más o menos, “bueno, da igual”. Reconozco que esta situación me retumba, me genera frustración y en cierto sentido, refleja un cierre anticipado de la conversación que me desmotiva. La otra persona asume sobre la marcha que yo no podré entender lo que me dice o que no me interesa. Siempre he creído que esta actitud banal nos aleja sin querer de una verdadera comunicación.

En lugar de rendirme, yo debería pensar: “No, no da igual. Tal vez si me lo explica con tranquilidad y pongo un poco más de atención, lo puedo entender”. Esta forma de actuar abre las puertas a un diálogo más enriquecedor, porque no se trata solo de ser comprendidos, sino de esforzarnos por comprender.

Al pensar “no da igual”, le estoy dando importancia a lo que se está discutiendo o contando. Cada conversación tiene valor, incluso si no siempre encontramos las palabras perfectas. Muchas veces, el malentendido no es por falta de interés, sino por la forma en que nos comunicamos. Así, en lugar de cerrar una puerta, abrimos un espacio donde aprender de los demás, siendo más pacientes, atentos y comprensivos. Porque, en realidad, pocas cosas “dan igual” cuando se trata de conectar con otros.

La actitud de encogerse de hombros es un reflejo de una crisis de vida, de un estado de desaliento y desencanto, de confusión y de promesas incumplidas, de falta de horizontes… y tiene una causa: la falta de valores.

Y es que, hay que decir que no todo da igual. No es lo mismo ceder un asiento a una persona discapacitada, enferma o anciana que no cederlo. No es lo mismo mentir que decir la verdad. No es lo mismo ser solidario que no serlo. No es lo mismo la fidelidad que la infidelidad. No es lo mismo la gratitud que la ingratitud. No es lo mismo la responsabilidad que la irresponsabilidad.

Las cosas no valen todas igual. Las cosas tienen cada una su propio peso. Cada cosa es portadora de valores o de antivalores y hay que descubrirlos.

Pero aclarar lo que son los valores es un poco más largo de explicar, por eso lo dejaremos para otro día.

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jueves, 10 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 26 de agosto de 2024

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)



Camino de Geiranger. 26 de agosto de 2024.

Una de las cosas que experimentamos cuando viajamos en bicicleta es la amabilidad con que nos tratan las personas con las que nos relacionamos o a las que pedimos alguna clase de ayuda, no paramos de sorprendernos de lo que nos ofrecen sin conocernos y, llegamos a la conclusión de que somos unos privilegiados al ser receptores de tanta atención. Nos damos cuenta de que las personas son buenas en todas partes y de que ese miedo a estar en un lugar extraño desaparece en cuanto entablas relación con la gente que lo habita.

La cuestión que se me presenta no es si soy merecedor, sino que ofrezco. Las personas son generosas en su mayoría y sienten la necesidad de ser amables y hospitalarios con los viajeros, y nosotros tenemos que saber responder y recibir lo que nos ofrecen.

Siempre se ha dicho que el dar es perfecto para sentirse a gusto consigo mismo sin embargo la verdadera donación es aquella que se hace por la necesidad de la otra persona y no para sentirnos bien sino para que se sienta bien la otra persona. Por eso también nosotros tenemos que intentar ofrecer algo. ¿Como corresponder? siempre nos resultará complicado.

La acción de dar y la de recibir son una especie de nudo que une a las personas. Pero esa unión se apoya en dos cuerdas principalmente: una es el dar y el otra el recibir; si falta una de las dos no funciona. Hay que dar con gusto y sin mezquindad ni egoísmo. El saber recibir es también una acción elevada; el verdadero recibir es saber reconocer que lo que se nos ofrece se nos da con amor y hay que aceptarlo como un acto de amor.

En la vida buscamos hacer, producir, conquistar, triunfar. Pero lo más importante, lo más decisivo, consiste en recibir. Porque hemos recibido la vida que es un don que nunca pedimos. Desde que fuimos concebidos, y hasta que llegue el momento de la última despedida, recibir será siempre algo fundamental en nuestra historia personal.

Especialmente, la vida consiste en recibir amor. El amor de familiares y amigos. Recibir, entonces, es la clave para comprender todo lo que somos y para dar sentido a lo que hacemos. Porque si podemos llevar a cabo algo bueno es porque antes hemos recibido muchos dones que nos han sido dados gratuitamente.

Si lo pensamos un poco veremos que todo lo que tenemos nos ha sido dado y si es así a qué vanagloriarnos. Desde el momento en que aceptamos que lo que tenemos se trata de un don que nos han dado, desde el momento en que lo recibimos con alegría, entonces, ya podemos comenzar a dar con generosidad.  

Para nuestra felicidad necesitamos compartir todo lo bueno que nos ha llegado a nuestra vida.

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lunes, 7 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 25 de agosto de 2024

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)



Camino de Geiranger. 25 de agosto de 2024.

Uno de los momentos más especiales de mis viajes es cuando tengo por delante horas enteras para mí. Los he tenido con la bicicleta y ahora con la berlingo. Por cierto, estoy haciendo una de las cosas que más me gustan en el mundo: conducir. Reconozco que me eché con ganas a la carretera, deseando recorrer esos cerca de 4 mil kilómetros que me separaban de Geiranger, sabiendo que iba a estar más solo que con la bicicleta, en el coche se siente uno más aislado.  

El hecho de tener tantas horas por delante solo en el coche me aterrorizaba y me emocionaba a partes iguales. Así que estoy aprovechando este tiempo para mirar dentro de mí. Vi que en mi ansia de viajar en bicicleta y cumplir disciplinadamente mis objetivos había enterrado muchas cosas en un agujero con un cartel encima que decía “para después”. Pues, ese después es ahora.

Donde mejor pongo en orden mis pensamientos es sobre un papel o sobre un ordenador, pero dado que me paso algunas horas conduciendo, no se me ocurre otra cosa que hablar en voz alta, como si alguien estuviera sentado en el asiento del lado y le contara mis cosas. Es curioso, nunca lo había hecho en la bicicleta, a lo máximo que he llegado a sido a cantar, cantar lo que se dice cantar no sé, más bien se podría decir tararear.  

Hable de los motivos por los que hago estas cosas. Explique mi larga lista de proyectos e ilusiones, solo para recordar que ahí están y que son mi razón para seguir adelante. En estas conversaciones trato de prepararme para reencontrarme con la vida normal que me espera a la vuelta, y quiero estar bien por fuera, pero, sobre todo, por dentro.  

Después de las casi cinco horas que conduzco cada día, al llegar al camping, pienso que esto tendría que hacerlo más a menudo, como me recordó mi acompañante invisible, hablar como un amigo que habla con otro amigo. Incluso cuando pienso que estoy solo él está. Estoy seguro de que él alimenta continuamente mis deseos y mis ilusiones y me ayuda a seguir preparando y ejecutando mis proyectos ayudándome a avanzar a pesar del miedo y las incertidumbres que se me van presentando.

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sábado, 5 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 24 de agosto de 2024.

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)



Camino de Geiranger. 24 de agosto de 2024.

No creo que sea necesario insistir en el valor de la humildad, humildad que no lo olvidemos hay que tener cuando viajamos. Solo tenemos que recordar lo absolutamente necesaria que es en todo momento, porque se trata de un valor que nos coloca delante de lo que somos en realidad, delante de la verdad de nosotros mismos.

Ser humilde mientras viajamos no nos impedirá que nos sintamos orgullosos de lo que estamos haciendo, ni rechazará los elogios si es que llegan, pero nos colocará en su justo lugar, nos centrará y nos ubicará respecto a nosotros mismos y de los demás.

En cambio, ser soberbios nos va a descolocar, nos llevará a situarnos en un lugar que no nos corresponde; algunas veces, presumiendo por encima de los demás; muchas otras, hundiéndonos por debajo. Aquí es donde se encuentra el gran riesgo del éxito en nuestros viajes, pues nos hace envanecernos, salir de nosotros mismos por arriba.

Por lo tanto, podemos pensar que lo controlamos todo, que podemos enfrentarnos solos a todos los problemas, que no necesitamos a nadie. Si nos creemos capaces de resolver todo con nuestras propias fuerzas, entonces la ayuda de los demás no “tiene lugar”. No tienen razón de ser en nuestras vidas.

Estas cosas las podemos notar de diferentes maneras, pero hay una cosa en común en todas ellas: pensar que lo tenemos todo controlado. Esto es una posición totalmente inmadura, de alguien que no quiere o le gusta reconocer sus limitaciones.

Creerse perfecto es mirar solamente lo “demasiado bueno “que soy. Esa soberbia no permite que aceptemos y reconozcamos los problemas o defectos que podemos tener. Todos sabemos que es imposible ser perfectos, pero el soberbio cree que lo es, o por lo menos, está muy cerca de serlo.

Y, la solución ante esto es la humildad. Aceptar quienes somos en realidad. Tener un problema no nos hace más ni menos. Nuestro valor no está en tener cualidades extraordinarias, o en tener menos problemas que los demás. La humildad nos lleva a reconocer dónde está nuestro valor.

Hay una ironía en todo esto. Y es que si somos soberbios vamos a tener la necesidad de demostrar, no sólo a los demás, sino incluso a nosotros mismos, que somos superiores, que de alguna manera nos tienen que admirar ya que nos sentimos dignos de las alabanzas y de los aplausos. Cuando en realidad, no necesitamos hacerlo. En realidad, cada uno de nosotros tenemos mucho valor y somos muy importantes pues nuestra dignidad como personas nos hace únicos e irrepetibles.

El problema nos surge cuando no creemos en la dignidad de la persona y perdemos de vista lo realmente importantes y valiosos que somos, y necesitamos encontrar fuera de nosotros el valor que tenemos.

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