lunes, 16 de diciembre de 2024

Recordar es necesario.

     “Dios sabe que no aspiro a ser santo, pero hasta un canalla tiene a veces que combatir en el mundo a la manera de un santo” (G. K. Chesterton) 

He preparado la Peugeot, en realidad siempre esta preparada para salir a rodar, lo que sucede que cuando la utilizaba para viajar con las alforjas le quite el plato grande pues cargada no lo podía utilizar, no tengo fuerzas. Ahora sin las alforjas ya era hora que volviera a su estado original.

Voy a guardarme la Specialized para los viajes y alguna salida esporádica para no perder el habito de utilizar el cambio en las manetas. Cuando estaba volviéndola a su estado original inevitablemente he vuelto a echar la mirada hacia atrás para recordar lo que hemos hecho juntos. Por miedo a perderlo he pasado algunos momentos rellenando esas pequeñas lagunas que solemos tener en nuestra memoria.

Recordar es necesario. Así que vaya por delante que es bonito viajar al pasado, evocar y visitar lugares, momentos y edades. Sin embargo, hay un peligro, que es el de engancharse a algunos episodios de ese pasado. En ocasiones la memoria nos quiere encerrar en unos recuerdos y vuelve sin cesar a aquella situación que nos marcó y querríamos revivir, pero sabemos que no va a ser posible. Ya no voy a viajar más con las alforjas en mi Peugeot. La memoria se convierte en un laberinto cuando la nostalgia, lejos de ser una mirada agradecida y evocadora, se convierte en cadena que no nos permite pasar página.

Quizás lo más duro, pero lo más necesario, sea aceptar. Aceptar que el pasado no se puede cambiar, pero tampoco se puede apresar. No es que lo hayamos perdido, forma parte de nuestro equipaje. Pero debemos saber ponerlo en su sitio. También es fundamental saber agradecer lo bonito, o reconocer lo que hay de derrota y equivocación, y tanto éxitos como fracasos, aciertos como errores, saber convertirlos en escuela. Pero lo que nunca debemos hacer es dejar de mirar adelante. No se trata de olvidar (seríamos unos necios si eligiésemos ese camino), pero sí de negarnos a quedar encerrados en los recuerdos. Porque la vida sigue. Siguen los anhelos, proyectos, nombres, e historias. Siguen los caminos y la vida, más allá de los laberintos de dentro.

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martes, 10 de diciembre de 2024

¡Buenos días! Ya pensamos en el próximo viaje.

         “En pocas palabras, la caridad significa una de estas dos cosas: o perdonar lo que es imperdonable o amar lo que no es amable” (G. K. Chesterton)

Pensar en los viajes que aspiramos realizar no debería de ser complicado, porque todos hemos viajado y más o menos sabemos de qué va el asunto. Pero pensar no es lo mismo que saber. Cada año nos surgen las mismas preguntas y como ya conocemos las respuestas ya no nos preocupan. 

Da la impresión de que nos lanzamos a viajar con la idea de que hay que aprovechar el momento, que hay lugares por descubrir y que tenemos que conquistar, pero sabemos que nos darán las mismas sensaciones y satisfacciones que nos dieron los que visitamos el año pasado, y nos damos cuenta porque nuestra experiencia nos lo recuerda de que el lugar importa poco, es nuestra disposición a sentirlas las que nos hará que disfrutemos más o menos.  

Volvemos a viajar para encontrar lo que ya sentimos en el viaje anterior con la esperanza de que esta vez consigamos que se mantenga más en el tiempo. Esa alegría, esa felicidad que sentimos al recordar los viajes anteriores queremos trasladarla al presente, no nos basta con sentirla en nuestro interior cada vez que la sentimos al recordarla, necesitamos hacerla presente, aunque sepamos que volverá a nuestros recuerdos en cuanto volvamos a casa.  

Todo lo anterior es cierto en parte, sin embargo, no está completo. En realidad, no tenemos un título que acredite la propiedad sobre esa posesión en que hemos convertido nuestra alegría y satisfacción ante cada viaje. De hecho, durante todos nuestros viajes solo las manejamos y las sentimos unos pocos días. Ni cuando preparamos y organizamos, ni muchas veces cuando ya hemos llegado a ese ansiado lugar podemos hacer uso de esa presunta propiedad a voluntad. No decidimos por ejemplo el día ni el momento en que nos vamos a alegrar y a ser felices. Al final, resulta ser un misterio para nosotros su control y lo vamos manejando poco a poco mientras viajamos y nuestra experiencia nos va indicando.

La alegría que sentimos al viajar por lo tanto no es nuestra, nos es dada, es un préstamo, una realidad que comprobamos en cada instante y que no trasciende a sí misma, no se da a sí misma significado. No es una “cosa”.

La cuestión es que mientras estoy preparando el próximo viaje para la primavera ya siento esa alegría y esa felicidad, ahora bien si consigo que se haga presente entonces todo habrá salido perfectamente.

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