“Dios sabe que no aspiro a ser santo, pero hasta un canalla tiene a veces que combatir en el mundo a la manera de un santo” (G. K. Chesterton)
He preparado la Peugeot, en realidad siempre esta preparada
para salir a rodar, lo que sucede que cuando la utilizaba para viajar con las
alforjas le quite el plato grande pues cargada no lo podía utilizar, no tengo
fuerzas. Ahora sin las alforjas ya era hora que volviera a su estado original.
Voy a guardarme la Specialized para los viajes y alguna
salida esporádica para no perder el habito de utilizar el cambio en las manetas.
Cuando estaba volviéndola a su estado original inevitablemente he vuelto a echar
la mirada hacia atrás para recordar lo que hemos hecho juntos. Por miedo a
perderlo he pasado algunos momentos rellenando esas pequeñas lagunas que
solemos tener en nuestra memoria.
Recordar es necesario. Así que vaya por delante que es bonito
viajar al pasado, evocar y visitar lugares, momentos y edades. Sin embargo, hay
un peligro, que es el de engancharse a algunos episodios de ese pasado. En
ocasiones la memoria nos quiere encerrar en unos recuerdos y vuelve sin cesar a
aquella situación que nos marcó y querríamos revivir, pero sabemos que no va a
ser posible. Ya no voy a viajar más con las alforjas en mi Peugeot. La memoria
se convierte en un laberinto cuando la nostalgia, lejos de ser una mirada
agradecida y evocadora, se convierte en cadena que no nos permite pasar página.
Quizás lo más duro, pero lo más necesario, sea aceptar.
Aceptar que el pasado no se puede cambiar, pero tampoco se puede apresar. No es
que lo hayamos perdido, forma parte de nuestro equipaje. Pero debemos saber
ponerlo en su sitio. También es fundamental saber agradecer lo bonito, o
reconocer lo que hay de derrota y equivocación, y tanto éxitos como fracasos,
aciertos como errores, saber convertirlos en escuela. Pero lo que nunca debemos
hacer es dejar de mirar adelante. No se trata de olvidar (seríamos unos necios
si eligiésemos ese camino), pero sí de negarnos a quedar encerrados en los
recuerdos. Porque la vida sigue. Siguen los anhelos, proyectos, nombres, e
historias. Siguen los caminos y la vida, más allá de los laberintos de dentro.