“El espíritu de la cultura no consiste solamente en conocer los hechos, sino en ser capaz de imaginar la verdad.” (G.K. Chesterton)
Decía el otro día que se han
roto los lazos que unen a las personas y su sociedad, y si esto es así, resulta
que tampoco deben estar muy fuertes esos lazos entre las personas, pues una sociedad
siempre es un reflejo de las personas que la forman.

Entonces, es posible que si la
relación entre las personas tuviera mejor salud de rebote la sociedad también
mejoraría. Si pensamos un poco veremos como llegamos a la conclusión de que lo
que más une a las personas, desde siempre, es el amor. Es más, me atrevería a
decir que lo que mejor caracteriza a lo humano es el amor. En el fondo de la
tradición cultural europea siempre encontraremos el amor como punto de
encuentro entre las personas, ese “amaras al prójimo como a ti mismo” lo hemos
tenido presente todos los europeos desde hace siglos.
Nos encontramos también con otra
característica muy europea, una tradición me atrevería a decir helénica, que no
es otra que la importancia que se le da al papel que le corresponde a cada
persona en su comunidad, y que junto con el amor a los demás crea una fuerza del
deber y del compromiso. Estar comprometido con la propia misión lo es todo. La
persona sabe entonces que su aportación a la sociedad consiste precisamente en
el cumplimiento exacto de su misión dentro de ella.
Ese vínculo con la sociedad y
los demás no está basado en ninguna clase de contrato, y, ese vínculo sin
contrato es lo que se está perdiendo. El vínculo entre una madre y su hijo no
tiene ningún contrato, tampoco debería de existir un contrato entre un hombre y
una mujer si no fuera por la necesidad de establecer unas ciertas garantías públicas
que ampare a las dos figuras más desvalidas de la historia humana: el niño y la
anciana viuda.
Nos estamos olvidando que la
base de todos los contratos que nos unen con la sociedad son consecuencia de un
vínculo y que van a depender de él. Un contrato no crea un vínculo, en todo
caso, lo organiza dentro de la sociedad, pero si lo pensamos veremos que por sí
solo es incapaz de sostenerlo. Todo contrato social es una forma débil de
vincularse: un vínculo sin contrato se mantiene, el contrato sin vínculo no.
La sociedad debe basarse en los
vínculos que se crean entre las personas, sobre el vínculo que surge de algo
más grande que uno mismo, utilizando el contrato solo como un instrumento
subsidiario de organización social.
Vamos por mal camino si queremos
que nuestra sociedad funcione a base contratos escondiendo cualquier tipo de
vinculo, y es que con el vínculo nace el compromiso en todas sus variantes. Todos
sabemos que el mayor compromiso es el amor. Por eso me preocupa que no se le
tenga en cuenta en los actuales fenómenos sociales. Al amor no lo reconocemos en
la mayoría de las manifestaciones de nuestra sociedad desde la economía, sociología,
arte, literatura, cine… O si lo hacemos, lo vemos aparecer en sus deformaciones
o en un simple deseo sexual y a unas más o menos conocidas reacciones bioquímicas.
Sin embargo, el amor está con nosotros desde siempre, desde el Génesis, desde
la Ilíada, y con él la fuerza para liberar las fuerzas más colosales que
podamos conocer.
Siendo el amor decisivo para que
un compromiso surja del vínculo no es el único factor importante. Existe otro
que es imprescindible para las personas. Se trata del deber.
Pero lo dejaré para la próxima
vez.
Buenos días.
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